Lo veníamos temiendo, lo hemos anunciado en repetidas ocasiones y, como era de esperar, por fin está sucediendo. No nos han bastado con que en Catalunya se hayan negado a cumplir las leyes nacionales, se salten a la torera la Constitución Española y se desobedezcan las sentencias de los tribunales de Justicia; algo a lo que ya nos hemos acostumbrado y contra lo cual no parece que, el Gobierno de la nación, se atreva a tomar medidas para evitarlo y poner coto a estos desvaríos secesionistas; sino que, para mayor abundamiento, la efervescencia en las calles va en aumento ante la evidente apatía de quienes debieran poner orden. La protesta ciudadana ha ido en crescendo, se vuelve más agresiva, a la vez que, los activistas que organizan tales concentraciones de masas, parece que se están coordinando entre sí, con la ayuda de los partidos políticos de izquierdas y las organizaciones sindicales; para coordinar que se celebren, a la vez, en distintas ciudades, con parecidos lemas y con evidentes intenciones rupturistas, con exhibición de banderas republicanas e independentistas y con un objetivo fijo: pedir la dimisión de Rajoy y la celebración de nuevas elecciones.
Y todo esto con heridos, tanto entre los manifestantes como en la policía. Bastaría que, por accidente o simple casualidad, se produjera una muerte. Esta es precisamente la situación que, seguramente, están buscando los organizadores de tales protestas. El objetivo: crear un ambiente revolucionario que favorezca que las izquierdas se hagan de nuevo con el poder, prescindiendo de los resultados de las urnas de las pasadas elecciones; con el argumento de que, el ejecutivo, ha dejado de representar al pueblo español; algo que, por cierto y después de todos los recortes, de la imposibilidad de conseguir la reactivación del empleo y de la precaria situación de nuestro tejido industrial, por extraño que parezca, no ha bastado para que, el PP, deje de recibir, en las encuestas, más apoyo que el PSOE del señor Rubalcaba.
Desde la llamada "Unión de actores" que, por supuesto, no representa más que un colectivo limitado compuesto de señalados y vocingleros antisistema, progresistas y de tendencias comunistas, fanáticos detractores de las derechas y probados anticlericales radicales; se emite un comunicado en el que se hace la siguiente declaración: "A los hijos de los que ganaron la Guerra Civil les da miedo la cultura", parece que la provocación se está gestando. La encendida defensa de la politización de la gala de los Goyas y de las opiniones ( se notaba a la legua que no eran improvisadas) de dos de las actrices premiadas, la Verdú y la Candela Peña, con las que dieron la nota, junto a la señora Eva Hache –embutida en un vestido azul que daba la sensación de ser un enorme jarrón, demasiado caro y grande para un contenido tan vulgar –; que, creyéndose muy ocurrente y graciosa, trató con evidente desprecio al millonario americano, señor Adelson (ya saben a este señor que se gastará unos cuantos millones de dólares en Alcorcón, para que se puedan crear varios miles de puestos de trabajo), llamándole "el Adelson ese"; con cuya patochada dejó claro que la gala de los Goyas se dirigía por los derroteros de la crítica política, en lugar de ser un evento cultural.
Pero, cuando los mismos parlamentarios que integran el órgano máximo de representación de la ciudadanía; los encargados de que se respeten las leyes y de que se cumpla la Constitución, son los que se lanzan a las calles para pedir a la población que las desobedezca, que se manifiesten en contra de ellas y que se olviden de a quienes les corresponde la función de dirigir el destino de la nación; entonces, señores, ya no estamos ejerciendo la crítica legítima; ya no se utilizan los cauces apropiados para la crítica y el control del gobierno ni se tienen en cuentas las reglas del juego que la misma democracia nos ha dado. Que el señor Cayo Lara, se ponga a la misma altura de los señores Méndez y Tocho, para decir que: "Hay que conquistar en las calles lo que de alguna manera no podemos hacer en el Parlamento" sabemos que la democracia está en peligro, que la opinión de las mayorías ya no vale y que lo que se propugna con este llamamiento es volver al caos que precedió, y lo repetiré mil veces si fuere preciso, al inicio de la Guerra Civil de 1.936.
¿O es, señores, que protestamos contra la ocupación del Parlamento por la guardia civil (algo que se conmemora estos días) y ahora nos quedaremos impasibles cuando se ocupan las calles para combatir la Constitución? ¿Hasta cuando, esta mayoría silenciosa que se queda en casa y soporta la crisis con paciencia y resignación, se va a dejar provocar por toda esta chusma, sabiendo que, ninguno de estos falsos profetas de la política, sería capaz de mantener la paz, el orden, la economía, las finanzas ni tan siquiera esta paz social, que tanto reclaman y que tan incapaces son de poder garantizar? ¿Cuál de todos estos dirigentes de los partidos de izquierda sería capaz de asumir la gobernanza del país? ¿Alguien se imagina a un sujeto como el líder de los comunistas, Cayo Lara, un absoluto desconocedor de los más elementales principios de la economía, negociando acuerdos para España en Bruselas o administrando la tesorería de la nación?
Bastaría, como algunos de estos descerebrados están pidiendo al señor Rajoy, que éste acordará dimitir y convocara unas nuevas elecciones, para que todo lo que se ha conseguido en Europa durante los últimos 14 meses, se perdiera. La sola suposición de que el PSOE pudiera volver al poder y necesitase pactar con IU o los nacionalistas para poder gobernar o, aunque tuviera capacidad para hacerlo solo; para que las bolsas internacionales y la prima de riego se dispararan, con el efecto dramático, para nuestra economía, finanzas y deuda pública, de impedir el cumplimiento de nuestros compromisos de pago; algo que, sin duda alguna, nos llevaría a ser apartados de Europa con todas las consecuencias que ello comportaría para nuestra nación. ¿Recuerdan ustedes los últimos meses del señor Zapatero, ejerciendo de presidente del Gobierno? Pues tuvo que hacer todo lo que se le pedía desde Europa, bajo la amenaza de que, en caso contrario, nos expulsarían de ella. Hasta inició una reforma de la legislación laboral que le llevó a enfrentarse con sus aliados los Sindicatos.
No hay salida alternativa, por mucho que los economistas de izquierdas, seguidores de Keynes, pretendan olvidar la situación mundial, para elucubrar sobre posibles alternativas. Si no se reactivan los créditos a las empresas, si no se normalizan las entidades cambiarias y se fomenta la actividad industrial y financiera, no habrá posibilidad de nuevas contrataciones lo que supone la posibilidad de unas plantillas flexibles y una mejora de la productividad y, sin que ello tenga lugar, no aumentará la demanda y la sociedad no podrá salir de esta trampa en la que se halla atrapada. El pretender conseguir con las subvenciones a cargo del Estado, que dependen de los impuestos recaudados, para prestar ayuda a los trabajadores, si ello precisa de imponer más impuestos, mayor presión sobre el resto de ciudadanos que, como es lógico, les privará de dinero para gastar y aumentar la demanda, lo que es evidente es que no conseguirá más que colapsar el comercio y la industria, sin cuya normalización este país va, directamente, a la banca rota. O si lo prefieren: a la quiebra soberana.
Estamos jugando a un peligroso juego. La calle no es garantía de democracia ni de respeto por las leyes; antes bien, es un aviso para navegantes que el Gobierno debiera de tomarse en serio porque, este tipo de provocaciones, acaban por romper la baraja y entonces, señores, nadie sabe a ciencia cierta lo que puede ocurrir. O esta es, señores, mi visión sobre estos últimos acontecimientos.
Miguel Massanet Bosch
Últimos comentarios