Hay que regular a los partidos políticos desde fuera, como en Alemania
José Antonio Gómez Yañez / César Molinas (Publicado en El País, aquí)
El funcionamiento de los seres vivos, de los motores de explosión y de los
organismos sociales produce, inevitablemente, residuos tóxicos que se deben
eliminar. Si no se hace, sobrevienen la muerte y la descomposición. De ahí la
existencia de los riñones, de los tubos de escape y de la regulación de los
partidos políticos, por ejemplo.
En todos los sistemas políticos hay corrupción: es tan consustancial con la
política como el monóxido de carbono con el automóvil. Por ello, en las
democracias avanzadas, existen leyes que regulan la actividad interna de los
partidos políticos. Esta regulación impone los mecanismos de reciclaje de
toxinas que permiten que la democracia siga funcionando de manera saludable. El
nivel insoportable que ha alcanzado la corrupción política en España se debe a
la ausencia de reciclaje de los residuos tóxicos que generan nuestros partidos.
La democracia española es como un cuerpo sin riñones o un coche sin tubo de
escape.
La ley española de partidos políticos está vacía de contenido y permite que,
en la práctica, los partidos se autorregulen. Esto es una anomalía gravísima e
insólita en las democracias avanzadas. Los partidos políticos no deben
autorregularse porque son entidades especiales a las que se les reconoce el
monopolio de la representatividad política y se financian con recursos públicos.
Este reconocimiento no debe darse sin un riguroso control legal para evitar que
los partidos acaben, como en España, convirtiéndose en élites extractivas. En
Alemania, por ejemplo, la ley obliga a los partidos a celebrar congresos
bienales, a que los delegados en estos congresos sean elegidos por votación
secreta entre los militantes, a que los candidatos a cargos electos sean
elegidos en primarias, a someterse a auditorías externas… El sistema genera
competencia entre los dirigentes y los candidatos a serlo. Como no puede ser de
otra manera, los mecanismos de reciclaje de residuos son la democracia interna,
la transparencia y la competencia. ¿Hay corrupción política en Alemania? Por
supuesto que la hay, pero los mecanismos legales previstos evitan una espiral
degenerativa y contagiosa como la española. La corrupción puede llegar al
tobillo, pero el drenaje impide que llegue al cuello.
En España los congresos los convocan las direcciones partidarias cuando les
conviene, los candidatos son nombrados por cooptación, gran parte de los
afiliados son cargos públicos o allegados, las auditorías las hace el Tribunal
de Cuentas —cuyos miembros son nombrados por los partidos— con años de retraso…
¿Por qué no hay sistemas de dragado de residuos en la política española? Porque
en la Transición se decidió potenciar la estabilidad de los partidos cediendo un
poder casi ilimitado a sus cúpulas dirigentes. Pesaba mucho el recuerdo de la
inestabilidad política durante la II República y se confiaba en que partidos
estables dieran lugar a una democracia estable. Además, se creía que este tipo
de partidos era una garantía de unidad política ante el proceso descentralizador
del Estado de las Autonomías. Hoy hay que reconsiderar esa decisión, porque el
precio que se ha pagado por ella ha sido excesivo.
La falta de competencia interna y de control externo en los partidos
españoles ha tenido dos consecuencias. Primera, una corrupción a la que no es
posible poner límites y que tiene efectos cancerígenos. No se trata de cargos
cometiendo delitos o de partidos buscando dinero extra. Se trata de empleados y
políticos integrados en los aparatos que los utilizan para enriquecerse sin
control o para conseguir ingresos adicionales escapando al control de Hacienda.
De la corrupción individual se ha pasado a una fase institucional. La segunda
consecuencia ha sido la degeneración de la competencia técnica y capacidad de
liderazgo de nuestros políticos, cooptados en base a su fidelidad a las cúpulas
en cada vuelta del torno electoral con grave detrimento de su iniciativa e
independencia de pensamiento, pese a la supervivencia en los engranajes
partidarios de muchas personas capaces y honestas.
¿Qué hacer? No hay que esperar que el sistema actual se regenere de manera
endógena. No lo hará. Y la solución no pasa por más fiscalía y más tribunales.
Eso es necesario, pero insuficiente. Hay que regular a los partidos españoles
desde fuera, como en Alemania. Hace falta una nueva ley de partidos políticos
que imponga la democracia interna y la transparencia, es decir, que obligue a
tener mecanismos de reciclaje de residuos tóxicos. Esto es lo último que hará
una élite extractiva porque vive de la opacidad y de la cooptación. La reforma
habrá que hacerla contra la resistencia numantina de las élites partidarias, que
antes prefieren pasar por el juzgado de vez en cuando que someterse a controles
externos. Es necesario un amplio movimiento ciudadano para exigir una Ley de
Partidos como la alemana, que imponga congresos periódicos, que obligue a que
los delegados se elijan por sufragio secreto entre la militancia, que obligue a
hacer primarias para elegir a todos los candidatos a cargos representativos, y
que obligue a auditorías externas independientes. Se tendría que recoger firmas
para llevar una propuesta de ley en este sentido al Congreso de los Diputados.
¿Quién se va a oponer públicamente?
[José Antonio Gómez Yáñez y César Molinas
son politólogos.
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