"El elemento dinámico en mi filosofía, en su conjunto, puede considerarse como una obstinada e incansable lucha contra el espíritu de abstracción". (Gabriel Marcel)
Desde el momento en el que hubo alguien a quien se le ocurrió darle a un papel tintado un valor de cambio, con cualquier otro objeto, en función de unos parámetros predeterminados de equivalencias que los hombres, llamados civilizados, decidieron darles; entramos en el peligroso mundo de las abstracciones. Por simples condicionamientos de tipo práctico, de seguridad, de comodidad de rapidez o de utilidad los hombres, creyéndonos superiores al resto de animales que nos rodean, quisimos prescindir del intercambio de bienes; del cambalache, y la seguridad de recibir en mano el objeto de nuestros deseos para substituirlo por una moneda que representaba el valor de aquello que habíamos entregado a cambio. Quién era el encargado de fijar aquella equivalencia y porqué se le dio a aquel pedazo de metal un determinado valor y no otros posibles, es algo que difícilmente vamos a poder saber, si bien podemos imaginar que sería una de las argucias de aquellos caudillos guerreros, aquellos césares romanos embarcados en mil batallas, que pagaban a sus huestes y proveedores mediante monedas de cobre o plata, en las que figuraban sus egregias caras; lo que, naturalmente, les resultaba más económico que tener que entregarles contrapartidas en oro y piedras preciosas ¡y más barato!
En todo caso, aquellas primeras transacciones pecuniarias, que durante muchos años, se hicieron con monedas de oro y plata pronto, a causa de la proliferación de los negocios, de las distancias que separaban a las partes contratantes, de la práctica imposibilidad de transportar cantidades importantes de monedad de uno al otro confín, por lo que representaba de impedimento, del peligro a ser objeto de los atracos de los ladrones o, incluso, de las adversidades atmosféricas, en los largos viajes por mar, se sustituyeron por órdenes de pago encomendados a la banca o banqueros de la localidad en la que se debiera hacer entrega de la mercancía. Así empezaron a producirse los pagos a distancia, prescindiendo del metálico ya que, aquellos pagarés, se podían transferir, pignorar o cambiar por otros que, a la vez, garantizaban otras operaciones. Pero, con la llegada de la época de la informática, de la globalización y de la telemática, la poca relación que ya existía entre el moneda fiduciaria y su sostén en oro ha desparecido por completo, al entrar en la gran tomadura de pelo por la que los Estados han encontrado el medio de convertirla en "virtual", lo cual les permite crear un tipo de moneda inexistente, me explico, basta que un banco con potestad de emitir moneda cree una ficción mediante un asiento contable en el que figure una emisión de un determinado número de miles de millones de una moneda, normalmente dólares, euros, yenes o yuans; lo cual ni tan siquiera requiere tomarse la molestia de acuñar los billetes, pero que sirve de garantía de las deudas del país emisor contraídas con otras naciones.
Esta triquiñuela, tan sofisticada, tan poco al alcance de los ciudadanos de a pie y que tanto daño potencial esconde para los pobladores de una nación, que pueden pensar que su nación atesora unas reservas determinadas de oro que garantiza el "circulante" y, no obstante, puede suceder que, en realidad, se trate de un "bluff" que, en un determinado momento, como ocurrió con la burbuja inmobiliaria, pudiera reventar hecho pedazos. Y, si no, que se lo pregunten a la Reserva Federal de los EE.UU., que ya lleva años acudiendo al sistema de fabricar dinero virtual, para ir garantizando el pago de su deuda pública. Y a uno, a quien todos estos vericuetos financieros le causan grima, le da por preguntarse ¿cómo es posible que, como ahora parece que está sucediendo en determinadas potencias económicas, unas puedan darle con toda facilidad a la máquina de fabricar dinero, con lo que consiguen (a costa de una supuesta devaluación encubierta) atenuar los efectos de la crisis y, en el caso de la UE, no se pueda acudir a ello? Sin embargo, estamos pendientes de una sola nación, Grecia, que si estornuda dos veces nos manda a todos al abismo económico.
No vemos razonable que España haya sido sometida por las bolsas mundiales y por las agencias de calificación de deuda, a un marcaje implacable que, a todas luces, no se compaginaba con la verdadera situación económica y financiera de nuestra nación pero, por el simple hecho de que los especuladores quisieran ganar dinero a nuestra costa, casi consiguieron llevarnos a las puertas de la quiebra soberana en varias ocasiones. Y, miren ustedes por donde, hace apenas unos días sin que, aparentemente, existan una razones objetivas que pudieran justificar el cambio de tendencia ¡vayan a saber por conveniencia de qué grupos de presión!, todo ha dado un vuelco y los que no querían invertir en España ahora lo hacen con aportaciones importantes y con una sensible disminución de nuestra prima de riesgo e intereses, algo impensable sólo hace un mes.
Y toda esta infinita complicación y falta de transparencia del sistema económico mundial; esta aparente incompetencia de quienes rigen nuestros destinos en esta materia; esta clase política que más parecen una casta de buitres voraces que servidores del pueblo y estas ayudas millonarias las entidades bancarias y a la cajas sin que se noten sus efectos en la reactivación del comercio y la industria, verdaderos motores del crecimiento de la nación; están produciendo en los ciudadanos de a pie la decepcionante percepción de que aquí, en España, de lo único que se ocupan los unos y los otros, es de asegurarse su provenir y pervivencia sin que a nadie, lo repito: a nadie, parezca importarle un cuerno que una parte de nuestra nación quiera separarse de la otra o que, una serie de indeseables pretendan enriquecerse a costa del resto de ciudadanos.
Es hora de que se tome en serio lo de la regeneración, sea democrática o no, me importa un bledo, de una forma de gobierno, de un sistema electoral, de unas instituciones que, de estar tan politizadas, nos resultan ya irreconocibles, tales como la Administración de Justicia, las CC.AA y el propio TC, que ya ha dado muestras más que evidentes de su falta de eficacia, su lentitud en emitir sus fallos y su obvia politización; lo que lo descarta para realizar la misión que se le encomendó. El pueblo español, en su gran mayoría, esta multitud silenciosa que se queda en casa, que no sale a la calle a airear sus problemas y que lo que quiere es trabajo, orden en las calles, seguridad y tranquilidad; el pueblo que acude a votar silenciosamente y le pide a sus gobernantes que tenga en cuenta la ejemplaridad de su comportamiento durante los cinco años de crisis que ha estado soportando. Algo impropio de la fogosidad de una raza mediterránea; de un carácter indomable, como es el español.
No obstante, que no se engañen nuestros políticos, sean del PP o de la izquierda, la gente, señores, ya está harta de corrupción, de aprovechados, de sindicatos que cobran subvenciones para luego dedicarse a intentar crear el caos en la nación; de partidos perdedores que pretenden dar lecciones a los que intentan arreglar los errores que cometieron. Cuidado con ello, porque todo tiene un límite, señores, y nadie sabe cuando será que alguien diga ¡basta! O esta es mi impresión sobre nuestra situación.
Miguel Massanet Bosch
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