Antoni Gutiérrez-Rubí (Publicado en El País-Micropolítica, aquí)
Mariano Rajoy reivindica su esfuerzo: “Nadie
podrá decir que nos hemos quedado con los brazos cruzados”. Y su
dedicación: “He viajado a 29 países en un año”. También revaloriza las
virtudes de este esfuerzo “descomunal” (en sus propias palabras): “¿Qué
hubiera ocurrido si no hubiéramos tomado estas medidas (reformas y
recortes)?”. Nadie podrá decir que Rajoy es perezoso. Pero los problemas de
España no se resuelven haciendo cosas, simplemente, por importantes que sean, si
no por pensarlas bien antes de ejecutarlas, por hacerlas de manera nueva y
creativa y por encontrar nuevas ideas para nuestros desafíos. Se trata de
neuronas políticas, no solo de músculo político. Hablamos de acierto, no de
esfuerzo, únicamente. Rajoy da la impresión de estar -y con él todos los
ciudadanos- pedaleando en una bicicleta estática. Sudas pero no avanzas.
La pereza mental en política es nociva… y
peligrosa. El resultado de las elecciones catalanas del #25N, por ejemplo, puede
alimentar esta actitud mental tan perniciosa en democracia. El batacazo (el
fracaso, el ridículo, el castigo…, según se lean algunos periódicos) de Artur
Mas puede actuar como un estúpido placebo. Hay quien cree que todo ha terminad,
que Mas ha fracasado. O que fracasará otra vez, intente lo que intente. Y es
cierto, en parte. Quería una mayoría
excepcional (situaciones excepcionales, medidas excepcionales, mayorías
excepcionales) y el resultado ha sido un serio revés personal y político. Pero
aquí no acaba todo, más bien empieza.
La pereza política puede hacer creer a nuestros
principales dirigentes que la inacción resuelve los conflictos, que el tiempo lo
arregla todo o que la imposibilidad legal de una consulta (por ejemplo) cercena
el derecho a decidir. No se puede ser más ciego. La pereza mental es
mala consejera. Provoca parálisis, pudre situaciones, atenaza la acción política
y limita su capacidad de llevar la iniciativa, fundamental en política.
La pereza es todo lo contrario a la resistencia.
Mariano Rajoy ha dicho a Artur Mas que le recibirá “cuando él se lo pida”
y que “estará, como siempre, dispuesto al diálogo”, aunque ya le
ha advertido de sus prioridades (la crisis económica) y sus límites (la
Constitución). Pero no se trata de hablar, sino de comprenderse. No se trata de
esperar, sino de anticiparse. Los apriorismos mentales inhiben la política y la
reducen a una correlación de fuerzas, peligrosa cuando hablamos de materias
sensibles. España necesita un ejercicio colectivo de open mind (mente
abierta). Sin creatividad política, sin generosidad y sin visión no hay
soluciones a nuestros retos. “Adivinar el futuro no tiene sentido”
afirma Rajoy, pero leer bien los síntomas de nuestra sociedad y comprender
las tendencias de fondo sí que tiene todo el sentido. ¿Puede Rajoy pensar
diferente (y mejor), pensando con nuevas bases y miradas?
Mariano Rajoy tiene una especial habilidad: cree
que pasar
de puntillas por los temas es no hacer ruido y pasar desapercibido. Pero el
suelo de madera está más reseco y ruidoso que nunca. En relación con Catalunya,
por ejemplo, no quiere hacer nada y prefiere
esperar, siguiendo su tradicional
estilo inmóvil y, con ello, provoca un estruendoso crujido. De un Presidente
se espera acción y determinación, no inmovilidad e indefinición. Esta
incapacidad exaspera y desespera.
Frente a los desafíos (políticos, sociales y
económicos) Rajoy responde con normas: Decretos Leyes de los que abusa sin
vacilar. Su gobierno ha utilizado esta fórmula excepcional con una soltura
impropia. Incluso teniendo mayoría, lo que le permitiría gobernar sin problemas
de aritmética parlamentaria. Pero eso le obligaría a dar explicaciones y a escuchar
críticas o nuevos argumentos. ¡Ay las explicaciones! Otra vez, la pereza
(mental). La misma que le llevó, entre otros cáculos, a cancelar el Debate del
Estado de la Nación.
Gobernar es algo más que el control del BOE. La
mayoría
silenciosa está agotada, que no es lo mismo que complaciente. Su formación y
su profesión como registrador de la propiedad le han dejado una fuerte impronta
cultural y han alimentado un modelo de gestión que se ajusta a su personalidad.
Lo que no está escrito no existe (y no puede existir). Hay una actitud casi
religiosa respecto a la norma y una fascinación por la capacidad reguladora.
Pero la política en España empieza a escribirse en los márgenes, entre líneas, y
con una demanda
inaplazable de abrir nuevos capítulos, con nuevas ideas.
Hoy, en su tradicional rueda de prensa de final
de año, ha hecho
un balance de su primer año de gestión con la resignación política (y la
justificación moral) de haber hecho lo que se podía y de haberse esforzado en
ello. Rajoy trabaja, sí; pero la sensación que se extiende es que no resuelve.
Nos pide “comprensión”, una vez que la paciencia y la confianza se agotaron,
según él mismo ha aceptado. Rajoy ya no anima, pero pide ánimos para su tarea.
Algo falla. O se quedó sin energías, o sin ideas. Su única propuesta es
perseverar y esperar.
Últimos comentarios