(Extracto de Psicología, decisiones y política Publicado por José María Solera Orbis en Jot Down (Ver aquí)
... ese es el mundo en el que vivimos. Ustedes lo conocen bien.El cuadro está completo: somos agentes irracionales que anticipamos mal el futuro y que operamos en un mundo imprevisible que se encuentra en un continuo y acelerado proceso de cambio.
Con todos estos elementos ha llegado por fin la hora de hablar un poco de política.
Hay dos tipos de líderes políticos. Aquellos que gestionan los recursos públicos y velan porque estos se administren bien, a los que llamaremos los “aburridos”, y aquellos otros que, con visión de futuro, tratan de unir dos escenarios: el actual y el deseado, a los que llamaremos los “divertidos”.
Con respecto a los primeros hay poco que decir. Por fortuna, disponemos de indicadores, análisis, estadísticas y una multitud de informes nacionales e internacionales que nos permiten decidir con alguna seguridad si la gestión que han hecho de los recursos públicos ha sido acertada o no, esto es, si han destinado el patrimonio común a la satisfacción de las necesidades sociales aumentando la calidad de vida de los ciudadanos y mejorando sus niveles de bienestar. Si, a la vista de todos esos datos, comprobamos que el líder no ha hecho lo que se esperaba de él, le retiramos nuestra confianza y lo contrario si los ha gestionado bien. En general, ese es el funcionamiento normal de las democracias occidentales.
El segundo tiene ante sí una tarea de mucha mayor complejidad: para llevar a cabo su trabajo tiene necesariamente que utilizar una palabra que, como ya hemos visto, presenta una enorme complejidad; me refiero a la palabra “futuro”, que es algo de lo que sabemos poco, anticipamos mal y generalmente nos acaba colocando en sitios que no habíamos sospechado.
Si me permiten decirlo brevemente: el mayor problema de nuestra joven democracia es que es demasiado “divertida”. Si fuese un poco más “aburrida” seguro que todos viviríamos mucho mejor.
Pues bien, la manera en la que algunos responsables políticos están gestionando la complejísima situación en que se encuentra Cataluña es sencillamente aterradora.
Como sabemos bien, la frecuencia con la que se tuercen nuestros planes, se frustran nuestros propósitos y el tiempo desbarata nuestras predicciones más solventes es altísima, y lo es porque nuestra capacidad para anticipar el futuro es, como ya hemos visto, muy deficiente.
El proceso que algunos pretenden acometer en Cataluña es incierto, complejo, azaroso y lleno de incertidumbre, ya que tiene por objeto nada más y nada menos que: a) separar a Cataluña de España quebrando la unidad territorial de un Estado nacional consolidado y con una incuestionable tradición histórica; y b) insertarla en un espacio político común de naturaleza supranacional. Por si esto fuese poco, ni para una tarea ni para la otra se cuenta, de antemano, ni con la anuencia del país al que se quiere abandonar ni con el beneplácito de la entidad comunitaria en la que se desea entrar. Ante una tarea de esa entidad cualquier responsable político con unos mínimos conocimientos, no ya de historia y de derecho constitucional e internacional, sino de la misma naturaleza humana y del funcionamiento de nuestro cerebro, debería extremar la prudencia y la cautela, aprovechar los beneficios de una buena negociación, tender puentes en todas las direcciones posibles, facilitar el diálogo, generar acuerdos, crear climas que favorezcan el entendimiento, establecer objetivos comunes, caminar hacia ellos con el más amplio de los acuerdos, prever todas las contingencias posibles, tener la respuesta adecuada para cada uno de ellas, anticipar los escenarios menos favorables…
¿Es eso lo que vemos? Desgraciadamente no. Lo que vemos son declaraciones altisonantes, órdagos imposibles de aceptar, sorprendentes escritos a organismos internacionales, improvisaciones, programas electorales de imposible cumplimiento, utilización de banderas y símbolos “sin registrar”, jugadas cortoplacistas, intereses ocultos o partidistas, insultos, presentaciones torcidas de la realidad, reescritura de la historia, utilización de los medios públicos de todos para los fines de unos pocos, desprecio a las minorías, interpretación sesgada e interesada de los resultados electorales…
La capacidad de anticipar el futuro con la que, por primera vez en la evolución, la naturaleza ha dotado a los seres humanos, es poco más que un mero desiderátum: un espejismo de muy difícil manejo. Esa dificultad objetiva que, desgraciadamente, nos pasa sistemáticamente desapercibida, unida a la previsible y contrastada irracionalidad humana y a la cada vez mayor complejidad de los entornos que nos rodean hacen que, a día de hoy, nadie sea capaz de imaginar si una Cataluña independiente mejorará los niveles de bienestar de sus ciudadanos o, por el contrario, los empeorará. Con todo, hay algunas cosas que sí sabemos: sabemos que nuestro sistema 1 nos da una respuesta emocional, rápida y poco elaborada que no tiene necesariamente que compadecerse con la realidad. Cuidado. Sabemos que nuestro sistema 2 es más lento y procesa la información con mayor detalle pero, al menos en esta ocasión, con igual incertidumbre, lean si no los fundados estudios que economistas de prestigio están haciendo sobre el hipotético futuro de una Cataluña independiente: los hay para todos los gustos. Sabemos también que cuando imaginamos el futuro no somos capaces de añadirle los detalles necesarios y que en esos detalles reside lo importante. ¿Hay alguien que esté pensando en ellos en estos momentos?. Diría que no.
Hace ya tiempo que la psicología entró en las facultades de Economía y en las escuelas de negocios. Quizá haya llegado ya el momento de que entre también en los comités de dirección de los partidos políticos para algo más que para decirles al orador o al candidato cómo ha de mover las manos en un meeting o qué color de corbata han de elegir en un debate televisado.
El cerebro humano, ese órgano maravilloso con el que la naturaleza se dotó a sí misma para su propio ensimismamiento, funciona de una manera determinada y concreta que merece la pena conocer. Seguramente si lo hiciésemos nos ahorraríamos muchos recursos, perderíamos menos el tiempo, seríamos más eficaces, nos evitaríamos ciertos espectáculos y nos podríamos centrar, con mayor aprovechamiento, en la reducción de la incertidumbre que conlleva toda acción humana. La política sería más “aburrida”, de acuerdo, pero los ciudadanos seríamos mucho más felices. ¿No se trataba de eso?
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