Juanjo Álvarez - (Publicado en noticiasdegipuzkoa.com, aquí)
EL próximo otoño, tras el afortunado periodo estival para quienes todavía puedan tener vacaciones (señal de que trabajan, que no es poco hoy día), llegará cargado de aire preelectoral. Y no son unas elecciones más. Son las elecciones. Por el momento, durísimo económicamente, en que se van a desarrollar, y por la concurrencia de todas las sensibilidades políticas existentes en Euskadi.
El discurso ideológico dominante en el plano mediático se sigue construyendo en torno a un falso binomio identidad/bienestar: los nacionalistas, se sostiene desde esta posmoderna concepción, se obcecan y obsesionan por el primero de ambos conceptos (el identitario, lo totémico), mientras que los constitucionalistas (error de calificación, porque bajo su seno acoge formaciones políticas que niegan el instrumento de desarrollo de nuestro autogobierno vasco) centran sus desvelos y su acción política y de gobierno en lo verdaderamente importante: el bienestar de los ciudadanos vascos.
Este simplificador e inveraz discurso esconde el deseo de asociar toda reivindicación de mayor autogobierno con la voraz e insaciable orientación nacionalista. Es una orientación frentista que debe dejar paso, con los tiempos que corren, a posicionamientos que logren encontrar puntos de encuentro entre las diversas identidades que conviven en Euskadi. y uno de ellos debe radicar en la plena implantación, materialización y desarrollo del potente elenco competencial estatutario vasco, no materializado hasta la fecha debido a la persistencia de una involución centralizadora que se aprecia en el Estado y que ha generado nuestra reducción o jibarización competencial, a través de legislaciones estatales básicas que socavan nuestro autogobierno, y fruto también de la cicatería política estatal, todo ello en un contexto de desconfianza política.
Vivimos una fase de tensión crónica entre la democracia y los mercados, entre política frente a tecnocracia financiera. ¿Por qué existe la sensación de impotencia ante la crisis y de que los actores políticos no son capaces de aportar soluciones eficaces? Porque, con razón o sin ella, se ha extendido la idea de que muchas de las formaciones políticas entre las que se reparten los votos de los vascos son incapaces de afrontar de manera directa y sincera el problema existente. Lo que cabría exigir a todos los partidos que concurrirán a las elecciones es que pongan en práctica las prescripciones del Manual del buen demócrata. En él se estipula que las campañas electorales no se llevan a cabo a base de promesas vagas, sino de proyectos específicos. Un proyecto se considera específico cuando transmite claramente para qué servirá y para qué no.
Si la próxima campaña electoral se llevase a cabo de este modo, en cierto modo sería una victoria de la propia democracia: dejar de lado maximalismos, orillar retóricas huecas para pasar a debatir sobre modelos de país y fórmulas de gobierno y de gestión que permitan hacer frente a la crisis y profundizar en nuestro autogobierno. Todo eso, ni más ni menos, queda en juego ante la contienda electoral próxima. Demasiadas veces hemos ya asistido en Euskadi a campañas electorales realizadas asociando posturas ideológicas contra el enemigo y con promesas imprecisas. Esa táctica sirve para consolidar las filas, y además las promesas vagas no disgustan a nadie y permiten llegar lejos. Pasar del método ideología + promesas vagas al método proyectos específicos sería toda una revolución: se traduciría sobre todo en cambios drásticos en materia de estilo político y de comunicación.
Dejemos de lado la energía negativa, debatamos sobre proyectos, confrontemos modelos....¡y votemos por el futuro de Euskadi!
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