El historiador, ensayista y crítico literario, Thomas Carlyle (1.795–1.881), en su obra Heroes and heroworship, nos dejó impresa la siguiente idea: "Sólo en un mundo de hombres sinceros es posible la unión". Yo mismo he sido el primero en postular durante un largo periodo la conveniencia de una unión de todos los partidos políticos para enderezar el rumbo de nuestra patria; en muchas ocasiones he estado tentado de convencerme de que, la única solución que le quedaba a España, era un gran pacto político que sirviese para aunar criterios, sacar consecuencias comunes y, entre todos, renunciando a aspiraciones electorales, a ideas fundamentalistas, a sectarismos de conveniencia y a egocentrismos egoístas, escoger el mejor camino para que, en beneficio de los ciudadanos, en defensa de nuestro país y en apoyo de la solidaridad y la unidad nacional, se pudieran arbitrar las medidas oportunas para encauzar nuestra economía, enderezar nuestras finanzas y preservar, en lo posible, los derechos sociales de nuestros trabajadores; en aras de garantizar un futuro menos sombrío del que hemos estado gestando durante siete años de absoluto desprecio por la verdad, de medidas absurdas y de proyectos insostenibles, que se han llevado a cabo pasando por encima de toda racionalidad, sentido común e inteligente concepto de la responsabilidad; de tal manera que, la nefasta herencia que hemos recibido, haya puesto a nuestra nación a los pies de los caballos, a punto de entrar en quiebra soberana.
Como decía el dicho español: "Una cosa es predicar y otra dar trigo", es obvio que todos los partidos de la oposición no hacen otra cosa que dar consejos, que denunciar fallos y que lamentarse de las acciones que lleva a cabo el nuevo Gobierno, acabando con la coda final, efecto de la máxima hipocresía, de ofrecerse para colaborar con el Gobierno cuando, en realidad a ninguno de ellos les convendría hacerlo. No hemos sido capaces de ver, en ninguno, más que un interés en promocionarse, un afán electoralista y una falta del sentido de patria y de decencia política verdaderamente alarmante, si tenemos en cuenta que, por encima de todo, debería estar el sentimiento patriótico y, si se me permite, egoísta, de poner los medios para salir lo mejor parados de una situación que todos consideramos insostenible y que, de prolongarse unos meses más, nos va a conducir o a un rescate, con todas sus consecuencias desastrosas o, todavía peor, que se nos excluya de la zona euro; algo que traería el efecto inmediato de un empobrecimiento radical de nuestro país si es que tuviéramos que regresar al nostálgico espacio de la peseta, como moneda nacional.
A tiro pasado todos podemos elucubrar sobre lo que hubiera sido mejor para España, si mantenerse con la peseta o hacer, como hicimos, una profesión de fe confiando en el porvenir de la nueva moneda europea. Ahora, no tiene sentido calentarnos la mente con ello, porque estamos embarcados, como la mayoría de países europeos, en esta aventura donde cada nación depende del resto y si España e Italia están amenazadas por su deuda no sólo, como algunos han pretendido insinuar, es cosa de los dos países afectados, sino que atañe a toda la Europa comunitaria. Por desgracia, el panorama político de España adolece, no sólo de un exceso de partidos políticos de todas las tendencias, difíciles de contentar, sino que, todos ello, están enzarzados en una guerra de intereses electorales, un compendio de mutuas desavenencias y un semillero de viejos ajustes de cuentas y rencores que, hoy por hoy, hacen impensable la utopía de Carlyle, por la falta de sinceridad que existe tras sus ofrecimientos engañosos de colaboración leal.
Lo que precisa España para tener alguna posibilidad razonable de recuperación dentro de unos años, dos o tres, deberemos convenir que cualquier acción de las que se están planeando durante estos días en algunos sectores de ciudadanos que no pueden aceptar el hecho de que no haya otro medio de salir del hoyo más que el que está poniendo en práctica el Ejecutivo, aunque, sí es verdad, que muchos echamos de menos una política más valiente en cuanto a disminuir el tamaño de la cosa pública. Sin embargo, a mí me hace el efecto que si optamos por escoger el modelo Torre de Babel y lo único que conseguimos, con un pacto nacional, es que cada partido, cada grupo disidente o cada movimiento callejero, pretenda imponer sus ideas, sus propuestas o sus modelos de sociedad, como ya ha venido ocurriendo, lo que sólo conduciría a que el país se convirtiera en un caos ingobernable, incapaz de aceptar las decisiones duras que se precisan, sin las cuales Europa no tardaría ni un mes en desahuciarnos.
Puede que no todas las medidas tomadas por el Ejecutivo del señor Rajoy sean las mejores; es posible que, en el actual gobierno, se detecten algunas contradicciones e, incluso, que se le pueda reprochar la falta de una mayor información hacia los ciudadanos; pero, señores, nada de eso puede suplir el que, en Europa, en los países de los que dependemos o vamos a depender, y en las instituciones a cuyo cargo vayan a otorgarse los créditos que nos tiene que sacar del campo de especulación de los mercados bursátiles, en el que nos hemos vistos zarandeados, durante las últimas semanas; para que se vayan relajando las tensiones, se nos mire con más confianza y aumente el número de países que piensen en que, dejar caer a España e Italia, sería el peor de los escenarios a los debiera enfrentarse un euro debilitado.
Es por ello que uno ve con gran preocupación algunos movimientos que parece se están gestando, tanto por parte del PSOE, que parece no encontrarse a sí mismo, como por la mayoría de partidos de la izquierda más interesados en que España acabe fracasando que en colaborar de buena fe con el actual Gobierno. Lo cierto es que, el PSOE, da la sensación de intentar dar un viraje más a la izquierda, para competir con las huestes del señor Cayo Lara, un nostálgico del comunismo pasado de moda de los soviéticos de la URRS. Parece que estos "sabios" del 15M, en unión de otros grupos antisistema, están planeando algunas algaradas con objeto de poner al Gobierno en la picota. Conviene que, aquellos que intentamos seguir los acontecimientos y reflexionar sobre nuestra situación con sensatez luchemos para que ni las utopías, sectarismos y actuaciones antidemocráticas, puedan impedir que nuestra nación se recupere para lo cual no hay milagros sino trabajo, esfuerzo, sacrificio y respeto por nuestras instituciones. Estos procedimientos ilegítimos lo único que pueden lograr es que, Europa, se asuste y las bolsas vuelvan a cargar contra nuestra deuda, algo que el país no podría aguantar.
Los que, desde el anonimato, manejan los hilos de todas estas protestas callejeras, los activistas y aquellos que intentan que, en España, se cree un caos parecido al griego, donde sea imposible gobernar y se instale, como ocurrió en los meses que precedieron al alzamiento del 18 de julio de 1.936, un movimiento incontrolado que pudiera favorecer los extremismos radicales y revolucionarios, como medio de dar paso al comunismo, hoy una minoría en España, no conseguiría más que facilitar sus intentos de convertir al país en un nuevo campo de batalla, impulsado, como no, por los separatismos vasco y catalán, que pretenderían sacar ganancia de todo ello. No seamos nosotros los que caigamos en las redes de aquellos que, buscan la ruina del país. O este es, señores, mi modo de ver la inestable situación actual del país.
Miguel Massanet Bosch
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