(Publicado en El Mundo-Reggio´s, aquí)
PREGUERÍAS
Echando así, por encima, una primera ojeada sobre el país, lo que se ve es un panorama confuso y desenfocado en el que asoman irresponsabilidades, abusos, agresiones y desvergüenzas. Y no se vislumbra un signo de recuperación, no ya económica, sino meramente moral, que nos permita pensar que España se endereza porque tiene la voluntad y la determinación colectivas para hacerlo.
Para empezar, está la millonada de euros, casi cuatro billones de pesetas -se calibra mejor la enormidad de la cosa si la medimos en nuestra antigua moneda- que nos acabamos de enterar que vamos a tener que poner de dinero público a Bankia. Y eso sin anestesia, después de que unos y otros hayan mentido u ocultado con el mayor descaro a los ciudadanos y a los mercados la auténtica realidad de un banco, antes caja, que es uno de los pilares básicos del sistema financiero español.
Resulta que los cuatro billones de pesetas no van a ser a devolver, sino que están para sanear la entidad. Muy bien, pero ahora alguien tendrá que explicar por qué razón los otros bancos, a los que el Gobierno les ha pedido un esfuerzo brutal para provisionar sus activos, van a tener que pelear en el mismo mercado frente a una Bankia que va a beneficiarse de un fitness carísimo y que la va a dejar como nueva pero cuya factura se pasa al cobro del erario público. Los demás que se vayan apañando si pueden. Y, si no, que cierren y se aguanten. Es difícil que aparezca alguien capaz de justificar con éxito tan distinto e injusto trato.
Claro que mucho más difícil es aguantar la idea de que lo sucedido en ese banco en los últimos años no va a ser investigado en el Congreso por razones varias. La más decente sería la que sostiene que una exhibición pública tan obscena de irresponsabilidades y abusos perpetrados por los distintos equipos directivos de la entidad hundiría definitivamente el ya medio muerto prestigio de España ante el mundo y, con él, nos iríamos todos al fondo del socavón.
Pero más indigesta que ésa es la perspectiva de que los españoles vayamos a echar 23.500 millones de euros encima del enfermo para enterrar en oro un pasado intolerable. Porque, además de que el país tiene derecho a exigir que le cuenten con todo detalle cómo se ha permitido -y quién lo ha permitido- que se llegara hasta aquí, ocurre que si no se abre en canal a este sujeto bancario para ver qué le ha pasado es muy posible que alguno piense que estos atentados sociales se pueden volver a cometer porque cuanto más grande sea el desastre, más exentos de castigo estarán sus autores.
Y éste es el panorama: o tragar y cerrar la tapa para que el mundo no nos vea las vergüenzas y no nos destierre para siempre del club de los países fiables, o asomarnos con valentía y descubrir la verdad, pase lo que pase, aunque afrontemos las consecuencias de una Bolsa hundida y una prima de riesgo desatada, por no hablar directamente de la quiebra del país. Ése es el dilema.
Luego tenemos la nula coincidencia entre los dos grandes partidos nacionales, que este viernes han llegado a acordar que deben ponerse de acuerdo para que instituciones tan básicas para el Estado como el Tribunal Constitucional tengan a todos sus miembros en activo, elegidos y trabajando. No les corre prisa a socialistas y populares, a Rubalcaba y a Rajoy, esto de que el TC o el Tribunal de Cuentas funcionen seriamente, bien engrasados y con celeridad. Parecen estar más interesados en que funcionen bajo su particular control. Llevan desde febrero mareando la perdiz y estamos a punto de entrar en junio, cuando termina el interminable plazo que ellos mismos se habían otorgado y que parece que van a intentar agotar. No vaya a ser que pierdan algún as por el camino. Edificante espectáculo.
Lo del fútbol del viernes pasado, que ha sido desalentador. No solamente la pitada agresiva al Príncipe de Asturias y al himno nacional. Ese tipo de embestidas insultantes hablan del grado de cerrilismo de quienes las protagonizan, pero lo que no tiene pase es que otros, los demás, los que se tienen por civilizados y reflexivos, traten de disfrazar de anécdota irrelevante lo sucedido. Y la mayor trampa, la más desvergonzada, es la que intentan tender estos mismos ante la opinión pública desviando el foco de sus autores para ponerlo delante de los ojos de quien, considerándose víctima de una agresión, ha protestado por ella y ha propuesto -propuesto, no impuesto- responder con una medida drástica. Hablo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, objeto de insultos dentro del estadio y, lo que es más importante y mucho más grave, fuera de él.
Si quienes la han insultado desde tantas tribunas de opinión previamente hubieran levantado la voz para condenar o, al menos, criticar la convocatoria política que diputados del Congreso se permitieron hacer delante de los leones para que los hinchas acudieran al partido a pitar al himno y al representante del Rey, todo habría estado dentro de lo razonable. Pero no ha sucedido así. Lo que se ha visto desde las posiciones de la izquierda política y mediática es una tolerancia extrema hacia la convocatoria para ofender los sentimientos de quienes respetan los símbolos nacionales y una verdadera saña hacia quien ha hablado -hablado, digo- de responder. Han buscado y encontrado una cabeza culpable para lanzar sobre ella toda la carga de este siniestro episodio. Pero sobre el origen de los hechos y sobre los hechos mismos han buscado y encontrado una blanda comprensión cuando no el silencio. Puro Ministerio de La Verdad.
Y qué decir del presidente del Tribunal Supremo, Carlos Dívar y del vocal del CGPJ, José Manuel Gómez Benítez, quien le denunció ante el Fiscal General por supuesta malversación de fondos públicos. La Fiscalía ha dicho que no hay indicios de delito alguno y Gómez Benítez ha tenido un comportamiento canallesco al no informar previamente de sus propósitos a sus compañeros del CGPJ. Pero lo de los viajes a Marbella del presidente del TS, siempre en fin de semana y sin que se haya dignado a dar explicaciones del motivo de tanta visita no tiene un pase. Ni medio pase. Lo privado no nos interesa. Pero es inaceptable que se mantenga en la cúpula de la cúpula del poder judicial a alguien que no sea radicalmente ejemplar en su comportamiento público. Y ahí sigue él, mostrándonos cada día cómo algunos ocupantes de las cúspides del poder creen que el poder está para que ellos abusen.
Y ya, que la tensión diplomática con el Reino Unido por lo de Gibraltar tenga un trasfondo de gresca entre una oportunista alcaldesa del PSOE y uno del PP, que han ido cada uno a su bola, es la guinda de ese enorme y amargo pastel que nos estamos comiendo.
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