Tan malo es negarse a cooperar en acciones internacionales, justas y legítimas, como pretender asumir un protagonismo exagerado,
El patricio romano Lucio Anneo Séneca dejó escrito: “Peor que la guerra es el temor a la guerra” y, si quisiéramos hacer una extrapolación de este pensamiento, podríamos completarlo con el siguiente añadido: “y, aún peor, es el temor a la expresión “guerra” de aquellos que, después de abominar de ella, quieren evitar, a toda costa, que se les acuse de haber intervenido en una de ellas”. Evidentemente que, una guerra que ya dura cerca de 9 años, en un territorio poco propicio para el desenvolvimiento de grandes ejércitos, contra unos enemigos perfectamente conocedores de las particularidades y entresijos de la orografía del terreno, unos fanáticos que, en ningún momento, se han dado por vencidos y que se ha provocado en defensa de, no se sabe muy bien de que principios e intereses; que se ha vendido como un ataque a los terroristas de Al Qaeda, autores de masacres como la del 11S del 2001, puede considerarse ya de por sí un fracaso para quienes la iniciaron. Un grupo, el de los terroristas de Ben Laden, que, como se ha demostrado, ha sido muy difícil de derrotar mediante una guerra abierta y que, para abatir a su líder, lo único que ha dado resultado ha sido el empleo de los servicios de Inteligencia y de los comandos especializados en acciones de guerrilla.
No se quiere decir que España no tenga que intervenir, cuando es inevitable y los hechos o los enemigos contra los que haya que enfrentarse puedan, de alguna manera, perjudicar nuestros intereses o la seguridad nacional; sin embargo, tan malo es negarse a cooperar en acciones internacionales, justas y legítimas, como pretender asumir un protagonismo exagerado, sólo por el hecho de pretender enmendar viejas diferencias o contentar a determinados líderes políticos de otros estados o para sacar las castañas del fuego a quienes, sin medir suficientemente los efectos de una intervención bélica en otro país, se lanzan a la batalla por simples móviles políticos o posibles intereses económicos. Lo que sí es evidente hoy en día es que, esta guerra que se inició por los EE.UU como represalia por el atentado de las Torres Gemelas y que fue seguida por Europa, no ha resultado ser más que un fiasco de importantes repercusiones, tanto en lo referente a las bajas que ya se ha ido cobrando entre los aliados, como por su coste desorbitado y por la evidencia de que, los vencedores, van siendo los talibanes y, los vencidos, la coalición internacional. En efecto, como ya les sucedió a los EE.UU en el caso de la guerra del Vietnam, la superioridad técnica del ejército americano no ha bastado para conseguir sus objetivos en Afganistán.
En el caso de España, podemos afirmar que nuestra política exterior y, en especial, estos casos de intervención armada que, los socialistas, han querido presentarnos como “misiones de paz”, para que no confundiera con la, mal llamada, guerra de Irak; no ha tenido otro objetivo que hacernos perdonar desplantes anteriores, que nos granjearon la animosidad de Europa y los EE.UU. Sin embargo no se tratan más que de actos de guerra llevados a cabo por nuestros soldados contra diversos enemigos repartidos por la geografía mundial. Se disparan balas de verdad, se utilizan minas y explosivos, morteros, ametralladoras y carros blindados, con lo cual queda claro que no se trata de “obras de caridad”,”socorro a los necesitados” o ayuda a los desvalidos, al contrario, se lucha contra enemigos que no entienden de eufemismos y actúan con toda energía y eficacia contra aquellos intrusos que consideran que quieren usurparles su territorio.
En estos momentos, España tiene desplegados en el extranjero 3.500 soldados. En Afganistán hay 1.500 efectivos; en Líbano 1.100; en Libia 500; 395 en Somalia y 38 en Uganda. No obstante, teniendo en cuenta los relevos y rotaciones, en realidad son 9.557 los soldados que vienen interviniendo en misiones internacionales. En un intento del Gobierno de demostrar que nuestras tropas no tienen fines belicistas, se les ha ordenado que sólo disparen en caso de defensa propia. El PSOE, desde que se hizo con el poder ha tenido el objetivo de debilitar al Ejército; primero, disminuyendo sus efectivos, más tarde, sustituyendo la cúpula de mando por militares afectos a su formación política y, en último lugar, para concluir con su labor destructiva, asignando el ministerio de Defensa a una señora que, aparte de ser antimilitarista, separatista y anti-españolista (de aquellos que jaleaban al señor Rubianes), era una persona lega en temas militares. En efecto, su labor era la de acabar de “domesticar” a los pocos militares que todavía quedaban de los que conservaban íntegro sus espíritu militar, su amor a la Patria y a la bandera; un estorbo para los planes federalistas del PSOE.
La señora Chacón ha confundido al Ejército con un juego de soldaditos de plomo que pueden ser ordenados para desfilar según el antojo del jugador. La señora Chacón no usa nunca el término “guerra” y siempre habla de “misiones humanitarias” o “misiones de paz” o, en último caso, “misiones de las tropas aliadas fuera de España”. La señora Chacón se lamenta de la muerte de nuestros soldados, pero no acepta que su sacrificio ha sido luchando por su patria en una guerra. La señora Chacón, para informar a los españoles de las bajas en Afganistán, no se pone un uniforme militar, no se viste de luto, sino que, en su perfecto olvido de sus obligaciones castrenses, se pone un modelito del último grito de la moda como si se tratase de asistir a un desfile de modelos o, acaso, para presentar un buen aspecto ante sus posibles votantes.
La señora Chacón, cuando ha viajado a recoger los cuerpos de los soldados fallecidos, ha ido ataviada con una elegante blusa blanca y una falda de color; eso sí, se ha mostrado “sinceramente admirada y profundamente agradecida” a las tropas destacadas en aquellos frentes. Ha hablado de “etapa final” cuando la total retirada de nuestros soldados parece que no será antes del 2014 y ha utilizado todos los recursos dialécticos que su formación jurídica le ha proporcionado, para repasar todos los lugares comunes que se emplean por los políticos para intentar acallar sus remordimientos de conciencia: “los militares españoles que tenemos allí son los más duros, los más valerosos y los más profesionales” ( casi 100 de ellos ya no lo son, lo eran), “Sé que cumpliréis con el mismo valor los tres últimos años”, ¿Si la guerra ya se ha dado por perdida y los EE.UU reconocen que no pueden ganarla, qué hacemos exponiendo a nuestros soldados a que sucumban en una lucha infructuosa y absurda?
Pero, donde la señora ministra riza el rizo es cuando, sin que se le inmute ni una pestaña, nos arenga diciendo “que los soldados españoles corren a diario grandes riesgos para que aquel país (Afganistán) no vuelva a convertirse en refugio de grupos de terroristas”. ¡Habrase visto tamaña desfachatez! ¿Cómo van a evitar que el país siga lleno de terroristas si son, precisamente, los talibanes, los amigos de Al Qaeda, los que están ganado la batalla? Tan pronto como las fuerzas de la coalición se retiren, ni el actual presidente del Afganistçan ni el paupérrimo ejército ni la mermada policía, van a tener la menor posibilidad de mantener el orden y van a ser rápidamente sustituidos por los radicales talibanes, vencedores de la contienda. El peligro está en que aquellos pueblos que, al principio de la contienda, pensaron que las fuerzas aliadas iban a librarles de la opresión de los talibanes, ya se han dado cuenta de que lo que les conviene es ponerse de su parte y, si hace falta, para ganarse su perdón, van a colaborar a derrotar a sus antiguos salvadores. O eso es, señores, lo que yo pienso al respeto.
Miguel Massanet Bosch
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