PREGUERÍAS
Aventuremos desde ahora mismo algunos pronósticos que sólo el tiempo dirá si se cumplen. De entrada, los datos mandan que el ganador ocupe la centralidad política de la vida catalana. Y no porque asuma la responsabilidad de gobernar, ya veremos en qué condiciones y con qué apoyos, sino porque el mandato popular le obliga a encarnar la moderación en el proyecto que se aborde desde mañana mismo en el ámbito catalán y también, por supuesto, en el del conjunto de España.
Alguien me decía hace poco que, si en términos europeos, «España es demasiado grande para caer, en términos españoles Cataluña es demasiado grande y demasiado importante -y no en términos únicamente económicos y comerciales, sino políticos, históricos y sentimentales- para romper». Y eso no va a suceder.
No es ésta una opinión personal, sino la descripción de la corriente subterránea que, más allá de la pura campaña electoral, circula entre las filas convergentes y que va a contribuir a diseñar la estrategia de la próxima legislatura. Corto me lo fiáis, es verdad, porque cuatro años son muy pocos para la Historia, pero resulta que en esta España autonómica cuya planta se viene deshilachando hace años camino de no se sabe qué modelo -desde luego ya no un modelo federal- es un plazo que al menos permite una mínima planificación.
Convergència i Unió va a aparcar sus coqueteos con la independencia y, vistos los brutales resultados cosechados por ERC, que ha recibido un castigo que roza directamente la crueldad ciudadana, no va a caer en la tentación de levantar esa bandera.
Por ahí no vamos a padecer sobresaltos. Bastante tienen los nuevos gobernantes catalanes con ocuparse de una realidad económica que les tiene literalmente «acollonats», según confesión propia, porque el panorama es «horroroso». Para empezar, son más de 600.000 los parados con los que han de enfrentarse y para seguir son 10.000 los millones de euros que le vencen a Cataluña en 2011. No digamos ya cuando tengan que afrontar el pago de los «bonos patrióticos», al 7,75% de interés, que vencen el 19 de noviembre del año que viene. Y a ver de dónde va a sacar el Gobierno catalán ese dinero. La cuestión urgente y acuciante está, por lo tanto, para Artur Mas y para todo su equipo, en sobrevivir financieramente hablando a este 2011 que se asoma en toda España, y también en Cataluña, con el más angustioso de los perfiles.
Por eso resulta que la tarea inmediata de los convergentes va a ser la más amarga para cualquier gobierno, y mucho más siendo, como va a ser, el primer gobierno que en España se estrena en mitad de la crisis y que, nada más tomar posesión de sus puestos, se va a ver en la necesidad imperiosa de adoptar medidas drásticas de recorte de gasto, incluidos los gastos sociales.
Así que éste va a ser el primer experimento de gobierno recién estrenado que haga tragar a la población el aceite de ricino del «vamos a mucho menos y tardaremos mucho en ir a un poco más». Si se cumplen las previsiones en términos nacionales como se han cumplido en términos catalanes, ya sabe el Partido Popular y Mariano Rajoy hacia dónde han de mirar para calibrar los efectos de sus decisiones. Pero la pregunta inmediata, dado que CiU no ha logrado la soñada mayoría absoluta, es ¿quién le va a apoyar en el Parlament para reducir las prestaciones sanitarias, las ayudas a la dependencia, los gastos en educación? ¿Quién le va a prestar sus votos cuando nadie puede negar que el aroma preelectoral se respira ya en toda España de cara a las generales?
Es evidente que durante los próximos meses, Convergència i Unió tendrá que decidir en solitario, pero habrá de elegir cuidadosamente a quién le presta una muleta para caminar por una senda tan ingrata. Y esa muleta, los votos lo dicen, sólo puede ser ese Partido Popular con quien hace tan sólo cuatro años el propio Artur Mas hacía constar ante notario que jamás haría migas. Nada de esto va a sorprender a ninguna de las dos formaciones políticas. Guardando todas las distancias y mejorando lo presente, como se decía antes, la extraordinaria victoria de CiU corre pareja con la victoria del PP, que ha abandonado definitiva y brillantemente el gueto político en el que había vivido recluido durante años.
Dentro del centro del espectro político catalán, éstas han sido las dos grandes victorias registradas en los grandes partidos. Todo lo demás han sido derrotas sin piedad. Lo del PSC ha sido dramático, tan dramático como la propia intervención de José Montilla al filo de las 22.30 horas de la noche de ayer y al filo también de las lágrimas. El impresentable incidente de la agresión a Miquel Iceta resultó, vistos los resultados finales, algo tristemente simbólico.
Y no cabe decir, como se han dicho los dirigentes socialistas, que les ha castigado fundamentalmente la crisis. No es verdad. El tomatazo, por no utilizar el episodio del huevo, que los catalanes les han propinado va mucho más allá de una protesta por el deterioro de la situación económica: ha sido una enmienda a la totalidad, un rechazo esencial, radical e histórico y despiadado del que el PSC y también el PSOE tardarán muchos años en recuperarse. No cabría ahora aproximación alguna a un proyecto tan brutalmente vapuleado y que ofrece los peores augurios al Gobierno presidido por el socialista Rodríguez Zapatero, y a las autonomías y ayuntamientos gobernados por el PSOE.
Lo mismo vale para ERC. La suya ha sido una derrota de tal envergadura que no permite la menor duda de lo que vale para la opinión pública catalana la opción defendida por Joan Puigcercós y los suyos. Y tampoco permite dudas de hacia dónde debe dirigirse el nuevo Gobierno catalán. Hacia la radicalidad política, desde luego, no. Claramente hacia la moderación y hacia el pacto con el otro gran vencedor de estos comicios: el PP de Alicia Sánchez-Camacho en Cataluña y de Mariano Rajoy en el resto de España. Y eso será así. En la formulación que se elija durante este primer y terrible año de gobierno que le espera a CiU; desde una mayor o menor distancia en lo tocante a pactos públicos. Pero ésta será la base de actuación. Y ahí entrará, por sorprendente que parezca, la reivindicación del famoso concierto económico, cuyo recorrido político no será ni muy largo, ni muy intenso mientras dure la crisis y mientras el castigo a la gestión socialista otorgue al PP una victoria tan cómoda como la que anoche recibió como regalo de las urnas Convergència i Unió. Nos espera, pues, una legislatura tranquila. Alabado sea el Señor.
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