Benjamín Suárez Arroyo (Publicado en La Vanguardia - UPyD, aquí)
Después de unas cuantas décadas de caminar con paso firme y entusiasta por la senda de una democracia que ha ido consolidándose muy tutelada por los partidos políticos, empezamos a darnos cuenta de que lo político se ha adueñado de la sociedad española. Lo político no sólo ha cautivado a algunas instituciones clave para el buen funcionamiento del Estado, sino también a otras muchas generadoras de opinión o promotoras de unas actividades ciudadanas, intelectuales, culturales o deportivas, que han ejercido un papel importante en el desarrollo de nuestro país. La denominada sociedad civil ha ido perdiendo fuerza y languidece desde hace un cierto tiempo. Nadie cohesiona ideológicamente a la sociedad, lo que facilita que los mensajes que emanan del sistema lleguen a los ciudadanos sin estar previa y externamente contrastados; por ello siempre son interesados, muchas veces antagónicos y frecuentemente desconcertantes.
La sociedad española suele tratar los problemas de una cierta envergadura buscando culpables y no soluciones. Como país necesitamos hacer una crítica colectiva y aprovechar las oportunidades que acompañan a los tiempos de crisis para atenuar algunos de los tópicos que definen nuestra forma de entender el mundo. Esto no tiene por qué interpretarse como un signo de debilidad que incrementa las posibilidades del enemigo político, sino todo lo contrario: es una necesidad que tiene la sociedad para poder tomar unas decisiones colectivas más sólidas, democráticas e ideológicamente diversas.
Es inevitable redefinir el modelo económico y social que regula la actividad laboral y ciudadana en nuestro país. El nuevo modelo tiene que dar respuesta a algunos desajustes económicos, seguramente con gran esfuerzo de todos, manteniendo el justo equilibrio y una paz social integradora, pero también lo es que no debe ser coyuntural sino de futuro. Los responsables de las estrategias y de las políticas de cambio deberían reconstruir en paralelo una sociedad civil sólida y coherente necesaria para que el modelo sea sostenible. Los ciudadanos necesitamos tener referentes de comportamiento con alguna trascendencia y nos estamos quedando huérfanos. Prestemos atención a estos asuntos, pues se pueden volver contra todos.
B. SUÁREZARROYO, catedrático de la Universitat Politècnica de Catalunya
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