Desde el 26 de abril y hasta el próximo 2 de mayo de 2010 se está desarrollando en la ciudad de Cuenca la fllic, Feria del Libro, la Lectura y las Industrias Culturales de Castilla – La Mancha, uno de los principales eventos culturales que con carácter anual organiza la Junta de Comunidades de Castilla – La Mancha y la Diputación Provincial de Cuenca. Esta octava edición de la fllic lleva el lema Una imagen, mil palabras.
Lemas a parte, la Editorial Alfonsípolis ha puesto a la venta mi último ensayo, salido de imprenta la semana pasada: Contexto sociopolítico y progreso de Cuenca. Entiendo que la forma más coherente de explicar su contenido es divulgar íntegramente su introducción, que traslado acto seguido a los lectores del blog.
Juan Andrés Buedo
INTRODUCCIÓN
LOS CONQUENSES ENTRE LA POLÍTICA
Esta obra, acabada a finales del curso 2008/2009, en ningún instante se construyó desde el interés de incurrir en tópicos, aunque contiene numerosas personalizaciones, que, estoy seguro ahora –seis meses después de iniciar los trámites para que intelectuales de confianza prologaran el ensayo-, son las que han impedido a las tres personas a las que recurrí para que encabezaran el estudio. Su negativa, con el paso de los días, ha hecho que cambiase levemente el formato inicial, traduciéndolo en la presente introducción, sustituta del prólogo.
Como nos sucede a menudo a los que estamos a caballo entre la Universidad y los medios de comunicación, en volúmenes como el presente aspiramos a hacer una obra erudita para un público académico, y, a un tiempo, pretendemos abordar cuestiones de éxito acometiendo materias de interés crucial con un lenguaje asequible, según el método que Javier Tusell –director del departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la UNED, al que estuve adscrito años atrás- recomendaba a la hora de tratar los problemas colectivos y reflexionar sobre ellos. Esto surge casi siempre de la aplicación de la sociología de la comunicación a materias como la que aquí se desarrolla. He contado para ello con la maestría de Amando de Miguel, quien me enseñó a sacar el máximo provecho de la sagacidad precisa en la buena observación, que permite ver sin disimulos ni fingimientos la realidad de la vida cercana de cada día.
Aparte de que es un género útil e interesante, porque ayuda al lector a conocer claves de la vida privada de quienes le rodean, es decir, posee ese componente de acceso a lo individual característico de la civilización en que vivimos, sirve también para tratar los problemas colectivos y reflexionar sobre ellos. Esto quiere decir que hoy en día los procedimientos para conocer la realidad social están muy depurados. Y, así, con el contraste entre lo dicho y la realidad surge una imagen que a menudo resulta sorprendente, pero con la que el lector no puede menos que concordar.
Mientras en las escuelas de periodismo se sigue hablando de independencia y objetividad informativa los medios de comunicación acrecientan su peso como expresión y alimento de ideologías. Su contribución al “muy notable desplazamiento de buena parte de los intelectuales españoles hacia posiciones conservadoras” señalado por Ignacio Sánchez Cuenca (El País, 24-5-09), permitirá verificarlo según advirtió Ignacio Muro, economista, profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III y autor de Esta no es mi empresa que, de acuerdo con el Informe sobre la Democracia de 2009, recoge la evolución ideológica de las audiencias de diferentes medios españoles, atendiendo a su voto declarado en las campañas electorales. Llama la atención que, mientras los lectores del diario El País se mantienen en un posicionamiento de centro izquierda (3,6 siendo 1 la extrema izquierda y 10 la extrema derecha), los de los medios conservadores giren firme y paulatinamente a la derecha. De un lado, los de sus representantes tradicionales acentúan el conservadurismo: Abc pasa del 6,0 en 1993 al 6,3 en 2008; la Cope, del 5,5 al 6,5. De otro, los lectores de El Mundo giran por completo y cruzan el Rubicón, pasando de la izquierda (valor 4,2 en 1993) a la derecha (valor 6,0 en 2008).
Se trata de un fenómeno importante, tanto por su cantidad, no menos de tres millones de ciudadanos de audiencia media diaria, como por su cualidad, pues contradice la hipótesis de la desideologización y moderación de las clases medias urbanas, perfil dominante entre los destinatarios de esos medios.
El reflejo de estos datos se manifiesta en dos tendencias paralelas. Por una parte, acentúa la capacidad de los medios para condicionar las conciencias y “fabricar” consensos, los lugares comunes desde los que se articula la hegemonía ideológica y cultural, mientras desbordan la conocida sentencia de Cohen (1963) por la que “quizá no dicen a la gente qué tienen que pensar, pero sí los temas sobre los que hay que pensar”. De otro lado, los grupos de presión toman conciencia de su importancia y prefieren actuar directamente desde ellos antes incluso que desde las instituciones. El resultado es que hoy –en Cuenca, en España, en Estados Unidos o en el resto del mundo- las campañas ideológicas que construyen o desequilibran el poder se articulan en buena medida desde los medios, aunque reviertan luego en los partidos como centros formales de ese poder. La Tribuna de Cuenca –hasta el momento de su muerte- y El Día de Cuenca –en su constante actual de diario de derechas al servicio del poder pseudosocialista castellano-manchego, del que saca su provecho en publicidad, ayudas y subvenciones- constituyen para los ciudadanos unas infraestructuras de dirección circulatoria, a modo de semáforos, que les alivian de las incertidumbres de un mundo crecientemente complejo y les proveen de noticias, el alimento que nutre los mapas ideológicos que orientan sus vidas. El problema surge, precisamente y como sintetiza el profesor Muro, cuando su comportamiento pone de manifiesto una evidente y declarada ausencia de vocación informativa.
Esta última situación en Cuenca nos la ha dado El Día, criticando con toda quemazón al Ayuntamiento de la capital al enterarse de la decisión del Equipo de Gobierno del PP de crear una televisión local, algo que delata el miedo del dueño de ese diario a ver quebrado el monopolio publicitario audiovisual en el conjunto de la provincia desde su CNC partidaria y tendenciosa. ¿Se hace Periodismo así? Es muy difícil afirmarlo, cuando se insiste en presentar como novedad lo que se sabe agotado y va contra los principios de la información objetiva y de la opinión plural. Las ideas de confusión, duda o chapuza, reforzadas por el alienado discernimiento del Grupo Municipal Socialista conquense, han permitido ver ahí al lector neutral un mero ardid destinado a condicionar el comportamiento político de su audiencia, lo que los estudios de comunicación denominan efecto priming de la agenda.
La cuestión imperecedera sobre “el ser” de España y los españoles –que restringidamente, y para nuestro estudio, se desenvuelven entre las peculiaridades conquenses- se manifiesta en la derechización de los intelectuales, la cual se expresa por una aversión a los nacionalismos periféricos, en opinión de Muro; un punto muy discutible, porque esa animosidad se produce tanto en los ciudadanos de derechas como de izquierdas (aquí los militantes de UPyD son una prueba evidente). Rosa Díez y sus seguidores son siempre y por encima de todo amantes de la “regeneración” política, como vamos a ver en numerosos capítulos de esta obra, donde encontraremos siempre un sólido pragmatismo político globalizador por delante de las ideas apriorísticas. Aquí se halla la línea divisoria de la “política transversal” de este joven partido, que, contra lo que no se cansan de decir los quincalleros del decadente “bipartidismo” español vigente, no posee como rasgo estipulado el desprecio a la figura de José Luis Rodríguez Zapatero. Esta desestimación constituye, según Sánchez Cuenca, otro rasgo de la derechización de los intelectuales. Algo lógico mientras aquél sea presidente del Gobierno y la masa popular esté en la oposición. Pero, como aclara Ignacio Muro, el insulto y destrucción del adversario no es coyuntural, es una tarea permanente en la que se han empleado a fondo los medios conservadores. No obstante, contra lo afirmado por ese profesor y se demuestra en el presente estudio, la “deconstrucción” sistemática del pensamiento reformador no necesita en absoluto atacar ferozmente a la izquierda convencional del PSOE en el poder y presentarla en sí misma como antigua, utópica o poco ilusionante, la peor de todas las posibles comparada con las bondades de cualquier otra, ya derruida o por construir, mejor cuanto más espumosa o inmaterial se perciba. La Ponencia de Política General de UPyD, aprobada en su I Congreso (Madrid, 20, 21 y 22 de noviembre de 2009), es una excelente prueba contra la estrategia de desgaste constreñida por el profesor Muro. El punto 1 de ese documento resulta elocuente en el instante de conocer el desenvolvimiento de los ciudadanos entre la política:
1. - ¿Para qué ha nacido UPyD? Responder esta pregunta requiere una reflexión previa sobre el papel de los partidos políticos en la democracia. Los partidos son instituciones imprescindibles en la vida política de las complejas democracias modernas, formadas por personas y grupos diferentes y mutables con distintos intereses, ideas y creencias. En nuestras sociedades conviven doctores y víctimas del fracaso escolar, empresarios y trabajadores sin cualificación, creyentes con agnósticos y ateos declarados, apolíticos y apasionados por la política, activistas sociales y personas que nunca han asistido a una manifestación, entusiastas de las tradiciones ancestrales y cosmopolitas convencidos, partidarios del mercado más libre y extenso posible con quienes exigen protección del Estado, inmigrantes de países remotos recién nacionalizados con nativos de familias que nunca se han mezclado con forasteros… Todos ellos son, somos, ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones, con independencia de nuestras ideas, valores, preferencias e intereses particulares. Pero esa igualdad constitucional que nos permite vivir en libertad, como sujetos autónomos capacitados para elegir y tomar nuestras propias decisiones, no impide que existan entre nosotros grandes desacuerdos y conflictos sobre multitud de cuestiones de todo tipo. La democracia no es un sistema para poner a todo el mundo de acuerdo sobre todas las discordias posibles, sino para permitir la convivencia libre, productiva y en paz entre personas disconformes pero que comparten algunos principios básicos, como el de resolver por medios pacíficos, equitativos y legales sus diferencias más acuciantes. Como, por ejemplo, quién debe gobernar el Estado y quiénes están capacitados para representar a los ciudadanos, deliberar y aprobar leyes en su nombre.
Este punto nos remite al número 11 de la ponencia, que, tras haber dibujado antes el modelo de gestión de los poderes públicos al servicio de los intereses de los partidos políticos tradicionales, confirma que ese patrón se ha extendido a las instituciones autonómicas y municipales, estimulando la aparición de numerosos partidos regionalistas y localistas que generalmente adoptan la retórica identitaria de los nacionalistas tradicionales –la defensa de la identidad cultural amenazada, de los intereses de los autóctonos frente a los foráneos, de ancestrales derechos históricos, etc.- y, sobre todo, su modo de concebir la política como un juego con reglas muy favorables para los grupos sociopolíticos con una base territorial reducida y densas redes clientelares que afectan al entramado de empresas públicas y privadas, controlando los medios de comunicación, las cajas de ahorro, las entidades y asociaciones influyentes, etc. Los pequeños partidos comúnmente obtienen –en Cuenca se ha intentado esa figura, pero nunca se ha logrado plenamente ni con la fuerza que ha tenido en otros lugares- beneficios de todo tipo (inversiones públicas, multiplicación de la administración para colocar a sus miembros y clientes, transferencias de competencias, mayor capacidad de gasto, etc.), lo que ha derivado en el detrimento de la cohesión y la viabilidad del Estado Social y Democrático de Derecho común (y por tanto de la solidaridad con justicia en libertad, y del pluralismo e igualdad de los ciudadanos españoles), a la vez que ha transformado a los partidos “nacionales”, que compiten por la misma clientela electoral con nacionalistas y regionalistas, en federaciones de partidos autonómicos carentes de una política nacional genuina.
Joan Subirats, director del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona, nos ha puesto en bandeja (vid. El País, 22-12-09) la acotación de otro aspecto que se encuentra presente en los tres primeros capítulos de esta obra: el de la desafección democrática, de distancia entre instituciones y ciudadanía o de desconfianza generalizada de la gente sobre la forma de proceder de los que nos gobiernan y representan. Este punto refleja que va empeorando si hacemos caso de lo que las encuestas del CIS nos van diciendo. En un año se ha duplicado el número de españoles que afirman que uno de los principales problemas del país son los políticos. En porcentaje, la percepción ciudadana califica ahora ese problema como más grave que la amenaza terrorista. El goteo de escándalos que vinculan poder político y corrupción no ayudan precisamente a atemperar el clima negativo. “Los diagnósticos abundan, y la sensación de hartazgo aumenta, pero son escasas las propuestas que vayan más allá de recomendaciones éticas y de los encadenados de buenos deseos”, determina Subirats, aunque para mi satisfacción de politólogo aquí se ofrece un serio dictamen, que coincide en muchos apartados con la visión de este acendrado profesor. Así puede verse en el creciente alejamiento de la política institucional de buena parte de los ciudadanos, que contrasta con el aumento de actividades participativas en esferas no directamente político-institucionales, pero sí muy vinculadas a las políticas concretas (solidaridad, cooperación, redes de intercambio). “Más que repliegue a la esfera privada, encontramos la búsqueda de una esfera pública no asimilable a la que quieren monopolizar las instituciones en sus distintas formas”, proclama Joan Subirats. Con esto, los partidos sufren pérdidas significativas de confianza, pero aparecen nuevas formas de coaliciones y grupos que promueven aquí y allá iniciativas de significación colectiva.
Esto quiere decir, siguiendo a Pierre Rosanvallon, que baja puntos la participación política centrada en el solo camino electoral, mientras aumenta el grosor de la participación centrada en la expresión (hacerse oír), la implicación (vincularse a otros para conseguir objetivos comunes), o la intervención (hacer, más que escuchar y asistir). Y todo ello en “un contexto en el que el cada vez tenemos menos marcos comunes de referencia, menos sentidos de pertenencia única”, afirma Subirats y ha podido verificarse asimismo en Cuenca. Con esto resulta así evidente que es más fácil que la acción política de la ciudadanía se desplace hacia el control y la vigilancia, dadas las dificultades de identificarse e intervenir en una política oficial y formal, sentida como ajena. Existe la conciencia difusa que cada vez es menos factible que la ciudadanía pueda ejercer el poder o influir de manera muy directa en su ejercicio, y la atención se dirige a cómo controlarlo, vigilarlo y evitar sus excesos y chapuzas. A falta de una idea de interés general que pueda compartirse de manera plena, surge la transparencia como valor que permite, al menos, que todos podamos saber qué sucede y, por tanto, actuar en un sentido o en otro. La transparencia es pues un valor básico y relativamente despolitizado. Desde la transparencia es posible vigilar un poder que tiende a ser autista y sesgado, y politizar así la desconfianza que ello genera. Donde mejor se vio esto último en Cuenca fue durante los estertores agónicos de Martínez Cenzano como alcalde, que en cuantiosas ocasiones rayaron con el ridículo, e incluso algo más doloso, que lleva en manos de la justicia mucho... demasiado tiempo.
Los principales ayuntamientos de la provincia no deberían dejar escapar la oportunidad para usar las enormes capacidades de Internet en esa limpieza. Desde y con la Red, se puede articular la plena transparencia de la documentación administrativa, la transparencia organizacional, la transparencia contable y presupuestaria y la transparencia de la acción y las responsabilidades públicas. Internet expresa y sirve de soporte natural a ese conjunto de posibilidades si existe voluntad política para avanzar por esa línea.
Necesitamos que, por ejemplo, los contratos públicos, los cambios de calificación urbanística, los estudios e informes encargados por las administraciones, puedan ser consultados por cualquiera, de manera amigable y sencilla, desde cualquier ordenador. Facilitando así la incorporación de la ciudadanía a una labor hoy por hoy estrictamente institucionalizada y que ha demostrado sus límites y carencias. Sin sustituir los mecanismos reguladores y de control ya existentes en nuestro sistema, podremos contar con la capacidad de vigilancia y seguimiento permanente de cualquiera interesado por los asuntos y decisiones públicas, comprueba Subirats y se precisa en esta obra al dibujar las ocasiones de caciquismo y corrupción habidos en Cuenca, que han de marginarse siempre que se busque el progreso efectivo y el desarrollo social más moderno.
Sin embargo, la clase política se ha convertido en el tercer problema de España (con Cuenca incluida, por supuesto) a juicio de los ciudadanos consultados en el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del mes de noviembre de 2009. De hecho, sólo el desempleo y las dificultades económicas se sitúan por delante de la clase política entre los principales problemas señalados por los españoles, ya que asuntos como la vivienda, la inseguridad, el terrorismo o la inmigración quedan por detrás. Eso sí, la mención del paro como principal preocupación bate récords, ya que lo señala un 78,4% de los consultados, cinco puntos más que en octubre (y cerca de tres más que en abril pasado, cuando este tema también batió récords).
Hay un hartazgo en el jaulón de la calle, que diría el cronista de El Mundo Antonio Lucas. Y esto sucede cuando todo degenera hasta una democracia de medidas cautelares. El PP y el PSOE se nutren de su propia agonía. Zapatero y Rajoy existen por los errores del contrario y se alimentan de informes secretos donde les anuncian sus respectivas exequias. Tienen de albaceas a palmeros y empeñistas. Han cambiado el pensamiento armónico de los debates por el candado de partido, el cierre de filas, la hormigonera ideológica donde las palabras llevan más sonido que sentido. Y al final lo que nos queda, más que una casta política, es una recua de gendarmes que se vigilan mutuamente mientras sustituyen las ideas por el saldo de las cuentas, que además tampoco les salen.
El desprestigio de la clase –sobre la que algunos analistas piensan que habría que denominarla mas adecuadamente casta– política es evidente. Méritos más que sobrados han hecho para conseguirlo. Estamos viviendo sin duda el peor momento desde la transición política y en gran parte se debe a la mediocridad de los actuales políticos y de los partidos, que viven encerrados en si mismos, cada vez más alejados de los ciudadanos y de sus problemas.
Sería injusto decir que todos los políticos son iguales. No es verdad. Hay bastantes que están en la vida pública con una intención noble de servir a los ciudadanos. Esto se pone de manifiesto de forma más clara en la institución más cercana a la gente, los ayuntamientos, donde muchos concejales lo son de forma desinteresada, no ganando nada a cambio. Claro que la excepción a esto último la constituye la corrupción que se ha destapado y otra que todavía permanece oculta en bastantes ayuntamientos en torno a todas las cuestiones relacionadas con el urbanismo y las obras municipales. Pero hay que reiterar que estamos en unos momentos de enorme desprestigio de la clase política. Y por ahí viene el desencanto ciudadano, el alejamiento de la vida política, la no participación en los procesos electorales, etc.
Paradójicamente, las dificultades económicas -el segundo problema más señalado- han reducido su incidencia y en este momento sólo son mencionadas por un 46% de los consultados, 14 puntos menos que en julio del 2008, cuando este asunto inquietaba a casi el 60% de los consultados. Sin duda, el crecimiento casi negativo de los precios tiene bastante que ver con esta evolución, en paralelo a unas tasas de desempleo que han seguido creciendo.
Por lo que respecta al resto de los problemas, el terrorismo (señalado por el 13,1%) se mantiene estancado tras un descenso gradual que lo ha situado en unos parámetros inéditos. Y en cuanto a la vivienda, ha experimentado un ligero repunte con respecto a octubre pasado (del 7,6% al 10,3% de menciones), mientras que la inseguridad (del 9,9% al 11,4%) y la inmigración (del 15,1% al 13,7%) registran levísimos desplazamientos en sentido opuesto.
En coincidencia con estas apreciaciones, la percepción sobre la situación económica ha tocado fondo, ya que es juzgada negativamente por más del 73%, una cuota que supera el 71,3% de abril pasado, cuando alcanzó su nivel más alto desde 1993. Esa percepción arrastra a su vez la que se refiere a la situación política, vista negativamente por más del 60%, la tasa más alta desde 1995.
Paralelamente, el barómetro también pregunta a los ciudadanos por sus opiniones sobre la Unión Europea y sobre el papel del Gobierno español en su seno. En este sentido, las posiciones de los españoles siguen siendo favorables a la pertenencia a la UE y a la propia Unión, aunque se han suavizado. Sin embargo, mientras un 24% de los consultados piensa que su Gobierno defiende con acierto los intereses españoles en la UE, un 30% cree lo contrario. Más demoledor es el balance sobre su influencia en Europa: un 20% cree que el Gobierno español influye mucho o bastante, pero casi un 70% considera que carece de influencia. Aun así, dos de cada tres consultados juzgan importante que España presida el Consejo de Ministros de la Unión, mientras que sólo un 22% lo cree poco importante. Y más significativo aún: casi un 60% prevé que esta presidencia tendrá efectos positivos para España y cerca del 40% opina que su desempeño será correcto.
Un aspecto central de nuestro análisis contextual determina que el ritmo político de Cuenca debe cambiar. Nos asentamos para esta afirmación en el supuesto de que a la ciudadanía le preocupa mucho lo que pasa en el mundo, los problemas “que nos acechan”, las series de “riesgos, retos y amenazas” que todo analista de prospectiva debe conocer de memoria. En realidad, no sabemos muy bien lo que preocupa de verdad a la gente, y las encuestas de opinión fiables (es decir, las que se basan en técnicas rigurosas y muestras representativas) sólo dan indicaciones en las tendencias más obvias. Por ejemplo, actualmente la crisis económica y el paro, pero en años de bonanza estos dos indicadores no ocupaban un lugar relevante o no aparecían. Y además, los temas que el ciudadano percibe como “de política internacional” todavía le resultan más volátiles, excepto en casos extremos como el 11-S y sus derivadas. Parte de la confusión se deriva del hecho de que la relación entre política internacional y política interior está más interconectada que nunca, la tradicional división formal y temática con la que operaban los estados durante mucho tiempo se ha difuminado. Mejor dicho, se ha esfumado, literalmente, estipula Pere Vilanova (en Público, 22-12-09), catedrático de Políticas Públicas de la Universidad de Barcelona.
Ciertamente, este profesor revela la exigencia de llevar a todos, a gobernantes y gobernados, a reflexionar desde una doble perspectiva: la de los problemas que afrontamos como sociedades (retos, riesgos, amenazas), y más aún, la de las posibles soluciones a nuestro alcance. Y ello pasa por sentar un principio de partida, una especie de premisa mayor, para a continuación ver algunos ejemplos que confirmen la validez de esta premisa mayor. Dicha premisa es la siguiente: para afrontar con cierto éxito la mayor parte de los problemas que acechan a nuestras sociedades es indispensable que tengamos una dosis suficiente de solidez, de cohesión, de estabilidad institucional y jurídica, también desde el punto de vista de los valores comunes. Es lo más parecido a lo que cabría llamar “moral colectiva”. En otras palabras, no deberíamos subestimar el peligro de que uno de los factores de debilidad que nos acechan, ante un mundo lleno de incertidumbres, es precisamente de orden interior. La desestructuración social, la fragmentación de valores, en otras palabras, el debilitamiento de los sistemas democráticos, no son sólo un factor de riesgo en un mundo volátil. Ese debilitamiento interno es un riesgo multiplicado por la sencilla razón de que tendemos a ignorarlo, cuando no a negarlo.
Varios ejemplos ilustran el problema de fondo: hay una serie de temas que, por su importancia “estratégica” –es decir, por su trascendencia para definir nuestro lugar en el mundo y, sobre todo, en el mundo del futuro–, deberían ser preservados de los efectos más negativos del debate político, mediático y de opinión. No se trata –tampoco hay que ser tan idealistas– de pretender que sobre ellos no haya debate político o ideológico. Se trata de que sean abordados de modo distinto. Así lo demostramos en los capítulos cuarto, quinto y sexto de este ensayo.
De los asuntos ahí tratados (metamorfosis de Cuenca, en cap. 4º, progreso de Cuenca en el siglo XXI, en cap. 5º, e impulso y dinamización de las políticas públicas conquenses, en cap. 6º) se deriva que, sin ser condición suficiente, es condición necesaria –o preferible– abordarlos desde gobiernos democráticos de sociedades democráticas, ancladas lo mejor posible en sólidos valores. Y en la certeza de que cualquier gobierno, el actual y los venideros (por vía de la alternancia), deberá lidiar con ellos. Pero algunos de estos debates se abordan mal. Pues bien, para acabar con esta deficiencia, se ha compuesto el fondo y la forma de la presente obra, que se consolida en los últimos dos capítulos, el séptimo (“Crisis económica actual: contratiempos y oportunidades para Cuenca”) y el octavo (“Ejemplos directos de intervención política para el progreso conquense”). Siempre sin olvidar que la eficacia del derecho y su poder residen en el principio de igualdad ante la ley y la generalidad en su aplicación. Los políticos que aborden este tipo de temas –complejos– con la vista puesta en la siguiente campaña electoral y poco más nos debilitan por dentro. Pero los ciudadanos han de asumir su parte de responsabilidad en el debate.
La discusión no puede olvidar la advertencia central efectuada por El Premio Nobel de Economía 2001, Michael Spence, quien asegura que España tendrá que afrontar un “periodo de crecimiento muy lento y de serias dificultades internas”. El economista cree que España reproduce la historia estadounidense de crecimiento y, por lo tanto, sus defectos. En Cuenca el problema es todavía más agudo.
“España ha despertado de un sueño con un fuerte dolor de cabeza y antes de que se le pase tendrá que esperar mucho tiempo”, comenta el economista estadounidense en una entrevista que publicada por el diario italiano La Repubblica (28-12-09). Spence subraya que España persiguió desde la mitad de los años 90 un modelo de desarrollo cercano al estadounidense y que, por tanto, reproduce sus defectos. Asimismo, recuerda que dicho modelo se basó de forma mayoritaria en el desarrollo de la industria inmobiliaria, con el objetivo, entre otros, de superar una brecha en infraestructuras muy marcada, en un sistema que finalmente no pudo resistir la caída del valor de las viviendas. Destaca cómo el progreso del sector inmobiliario tuvo lugar junto a un importante “endeudamiento privado y un desarrollo anómalo, dadas las dimensiones del país y de su industria financiera”.
Metidos todavía en este túnel, hay que acudir al lector interesado a una obra interesantísima, que los gestores públicos conquenses deben estudiar y aplicar en los asuntos propios de su responsabilidad. Me refiero a “La economía edificada sobre arena”, de la que son autores Álvaro Anchuelo y Miguel Ángel García. Este libro, publicado por la Editorial Esic, viene a ser una radiografía en unas pocas páginas de la España actual. Aunque sus autores proceden del campo de la Economía, se adentra en cuestiones tan importantes como la educación, la justicia, la televisión o la regeneración democrática. Nada escapa hoy en día a la mirada de los economistas. Como anteriormente ya se han publicado otros libros sobre la crisis actual, puede afirmarse que sus análisis y conclusiones son válidos, puesto que no contradicen lo escrito por otros, entre los que se incluye la presente obra. Por otro lado, al estar escrito para la gente común, no especializada en este campo, resulta fácil llegar a la conclusión de que es razonable lo que se expone. Su propósito es explicar de manera clara, a la vez que rigurosa, las causas del repentino colapso económico que vivimos y qué tipo de medidas podrían solucionarlo. El enfoque difiere del de otros libros sobre la crisis que lo han precedido. No pretende tanto narrar lo sucedido como entenderlo. El énfasis se pone en las causas y en las interconexiones de los fenómenos. Quiere ser una guía para perplejos, no una historia de la crisis.
La explicación se divide en tres partes. En la primera, se ocupan del componente internacional de la crisis. El lector entenderá qué son las famosas hipotecas subprime, las agencias de rating, los hedge funds, los CDS, las aseguradoras monoline y tantos otros términos aparentemente misteriosos, que han centrado la actualidad desde el estallido de la crisis. Ello le permitirá comprender las causas de la crisis inmobiliaria y financiera en los Estados Unidos.
Los problemas americanos actuaron como el detonante inicial de la crisis. En un primer momento, pudimos creer que todo eso eran cosas suyas. Por el contrario, España tenía todas las papeletas para verse especialmente afectada. Nuestros propios errores colectivos, tenazmente mantenidos durante al menos una década, lo garantizaban. De analizar porqué la crisis ha repercutido en España con especial gravedad, se ocupa la segunda parte del libro. En ella se revisan cuestiones como nuestra propia burbuja inmobiliaria, los problemas de la banca española, el déficit exterior, el endeudamiento de las familias o el deficiente modelo productivo.
¿Cómo podríamos salir cuanto antes de esta situación? Esto nos lleva a la tercera y última parte del libro: al estudio de las medidas que se han tomado, o se deberían tomar, para hacer frente a la crisis. La atención se centra en el caso español, aunque comparando las medidas con las aplicadas en otros países. Las medidas de rescate bancario, las políticas monetaria y fiscal para estimular la demanda, así como las reformas pendientes a más largo plazo (educativas, energéticas, institucionales…) se presentan de forma sistemática y muy actualizada, que completan la parte final descrita en el contexto sociopolítico y el progreso de Cuenca.
Juan Andrés Buedo
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