Su Majestad el Rey, en su reciente alocución al país, pidió al partido en el gobierno y al de la oposición “sentido de Estado”. Estaba en lo que se puede considerar su derecho y también constituía, evidentemente, su deber el intentar poner orden en este país que parece estar dejado de la mano de Dios; sin embargo, mucho me temo que las palabras de SM no sean más que prédicas en el desierto y afanes desperdiciados, al caer sobre material yermo, tierra reseca o piedra granítica que, en ninguno de los casos, es terreno fructífero para que, una idea de tal sentido común, pueda enraizar en los obtusos cerebros de quienes nos gobiernan y los no menos plúmbeos caletres de aquellos que dirigen la oposición. Por no haber, en España, podemos afirmar que ni hay Estado, menos todavía Estado de Derecho y aún menos, lo que se puede considerar como la premisa esencial, la característica principal y el don más apreciable para llegar a ser un buen gobernante: el sentido común. En España, desde hace casi seis años, estamos sometidos a los caprichos de un Gobierno completamente dominado por la demagogia, el sectarismo partidista y el empecinamiento disgregador de un grupo de verdaderos fanáticos, entregados a los más “sublimes” esfuerzos para deshacer, destruir y desmontar todo lo que de bueno se había conseguido en los gobiernos anteriores; reforzando, apoyando y reeditando todo cuanto de malo quedaba de todos ellos.
Para luchar contra tamaña dislocación política sólo nos quedaba confiar en la actuación firme, rotunda, eficaz y patriótica de quienes asumían la opción de convertirse en la oposición, el partido mayoritario en el que habíamos puesto nuestras esperanzas los españoles, que no nos fiábamos del señor Rodríguez Zapatero y de sus ministros y ministriles, que de todo ha habido en la viña del Señor. Pero, hete aquí que, todo nuestro gozo se quedó en un pozo cuando, un señor Mariano Rajoy, completamente desarbolado por su segundo fracaso electoral, se dejó llevar por el pánico del momento y decidió acusar de sus males a sus más directos y fiables colaboradores, a los que defenestró de una tacada, rodeándose de efebos políticos, aspirantes bisoños y fieles admiradores de su líder para, con ellos, iniciar una nueva andadura para la que era preciso renunciar a valores inamovibles, a principios inquebrantables y a mandatos irrevocables, en aras de lo que, para ellos, era la renovación del PP, su adaptación a la modernidad y al famoso centrismo (que todavía no hay nadie que haya sido capaz de entender en lo que consiste).
Con estos mimbres, como podemos suponer, las posibilidades de que las sensatas palabras del Rey tengan la más mínima repercusión en el andar de nuestras instituciones, en el funcionamiento del Parlamento o en que despierten de su continuado letargo los miembros del Senado, es algo impensable, así como pedirle peras al olmo. No es que en esta España de nuestras entretelas no haya sentido de Estado, es que aquí lo que no hay es sentido alguno. Todos van a salvarse a sí mismos, todos luchan a brazo partido para no ser arrastrados por este tsunami que parece que se ha extendido por toda la piel del toro, esta pandemia de la incompetencia, de la improvisación, de la batalla por los votos, del “y tú más” y de la frivolidad de toda nuestra clase política, empeñada únicamente en embolsarse cada mes, a cargo de la caja del Erario público, sus cuantiosos emolumentos, sin considerar que la población es la que paga, con sus impuestos, estos sueldo para que, a cambio, se ocupen de dirigir con mano firme y efectividad el rumbo de la nación que les ha sido encomendado.
Veamos, si no, lo que tenemos anunciado para el próximo 2010, este año que, según un optimista y descarado señor Alonso va a ser la culminación del, según sus palabras, “excelente” y “exitoso”, para los socialistas y su Gobierno, año 2009. Por desgracia estamos convencidos que ni uno solo de los miembros del gobierno de ZP ni uno solo de sus representantes en ambas Cámaras, se ha creído ni por un instante, que la crisis se ha acabado, que estamos a punto de salir de la recesión y que, a partir del año que viene, España va a salir, a la par del resto de naciones europeas, de la trampa saducea en la que ha quedado atrapada; precisamente a causa de los errores, repetidos y sonados, en los que ha venido incurriendo el equipo que nos gobierna. Lo cierto es que, los datos que nos van llegando desde distintas procedencias, empezando por el Banco de España, por los propios ex ministros socialistas ( Sevilla, Almunia y Solbes) por los directivos de la CE desde Bruselas, por el BCE y por Moodys, S&P y otras agencias de calificación ( no es sólo una, como afirmaba, displicente, el señor Zapatero) y, por supuesto, desde la totalidad de instituciones españolas que están relacionadas con la marcha de nuestra economía, como la propia CEOE, las Pymes, las organizaciones Agrarias, los autónomos etc. que llevan tiempo advirtiendo al Gobierno de la necesidad de reformar las estructuras laborales y mejorar el apoyo a las empresas que, hasta el momento, no les llega y, a las pocas que les llega, lo hace tarde y mal.
Por de pronto ya se han anunciado aumentos de las tarifas eléctricas, un 2’6%, aumentos de los impuestos, como el IRPF, el IS, el IVA y, por supuesto, la serie de impuestos locales como el IBI (llueve sobre mojado porque ya se le ha anticipado la reforma del Catastro) y todos aquellos arbitrios municipales que gravan la propiedad inmobiliaria, sobre la que parece haberse disparado el afán recaudatorio de todos aquellos municipios que parece que no tienen otro clavo ardiente al que agarrarse, que lanzarse a saco a desplumar a los sufridos poseedores de viviendas. Resulta sorprendente que, existiendo una situación de gran precariedad de las empresas, que produciéndose un reguero de percances empresariales y que cientos de miles de sociedades, industrias y comercios han sido baja en el censo a causa de la recesión; el Gobierno, para intentar paliar la enorme Deuda Pública que ha generado, sin el menor sentido de la responsabilidad y poniendo en peligro la viabilidad de las empresas que siguen funcionando, tome la decisión de encarecer sus costes, de perjudicar sus exportaciones y de sostener sus plantillas; aumentando la carga impositiva y manteniendo una situación laboral completamente desquiciada y, unánimemente, criticada, sólo porqué, desde los Sindicatos, lo tienen atenazado con la amenaza de una huelga general.
La intención ha sido buena, las palabras han sido sensatas, la imagen agradable y hasta un poco entrañable, pero el sentir general que han producido en la mayoría de los españoles, es de algo “deja vu”, algo demasiado manido, un tema recurrente que se debe repetir hasta la saciedad para intentar calmar a la ciudadanía, harta de tantas pamplinas, carente de esperanza, cansada de los políticos, aburrida de ser engañada, preocupada por el paro y por llegar a final de mes, asustada por el creciente número de parados y atónita de ver a quienes les gobiernan negar, una y otra vez, lo que todos y cada uno de los ciudadanos podemos palpar cada día a nuestro alrededor. Nadie se extrañe si, cada día, va en aumento el número de ciudadanos que piensan dejar de votar, cansados de ser tomados como cabeza de turco con el truco de las promesas incumplidas y las ofertas de mejoras que nunca llegan. Mal, muy mal, para España.
Miguel Massanet Bosch
Últimos comentarios