David Ortega (Publicado en Expansión.com, aquí)
Mal empezamos si algunos comienzan a seguir el camino argumental de los sentimientos, el victimismo y la confusión. Habermas y Rawls, entre otros pensadores, sostenían con razón y brillantez que la democracia sólo se puede defender con un discurso comunicativo y racional.
Cuando los contertulios se mueven en discursos basados en los sentimientos, las emociones y la confrontación…, muy mala senda cogemos.
Vayamos poco a poco. Primero el título, La dignidad de Cataluña. La dignidad, como tal derecho, sólo es predicable de las personas, no de los territorios. Tienen dignidad los ciudadanos, de Cataluña o de Andalucía o de Asturias, pero hasta dónde yo sé, los territorios no son sujetos o titulares de atribuciones propias y específicas de las personas. En segundo lugar, y lo más importante, los medios de comunicación tienen el derecho y deber constitucional de informar con rigor, no de deformar los pilares de la democracia y del Estado de Derecho.
Los medios de comunicación están al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio de los medios de comunicación. No confundamos los intereses del poder político y mediático de Cataluña con los intereses de los ciudadanos catalanes. Desde aquí mi mejor abrazo a los ciudadanos de esa comunidad autónoma, pues están soportando una manipulación y adoctrinamiento inaceptable por parte de su poder político y mediático.
El Estatuto contó con el apoyo real del 33%, más o menos, de los catalanes, por tanto el 67% no lo apoyaron. Ésta es la realidad. En los años 2005 y 2006 no había manifestaciones en Cataluña pidiendo a gritos un nuevo Estatuto, lo que los ciudadanos catalanes quieren, como los del resto de España, es que las cosas funcionen y los servicios públicos de la educación, la sanidad o la justicia, sean eficaces para mejorar nuestra vida cotidiana.
Límites
En política y en democracia se puede defender casi todo, pero siempre hay unos límites. La convivencia racional y democrática se basa en los límites, y el principal límite que da sustento y fundamento a la democracia es el Estado de Derecho. Primer principio básico y esencial: ¡sin Estado de Derecho no hay democracia! Ya hicimos las revoluciones liberales en Inglaterra en el siglo XVII y en Estados Unidos y Francia en el siglo XVIII para aprender que sólo hay verdadera libertad y verdaderos derechos en el Estado de Derecho (¡nos damos leyes para no darnos tiranos!, se decía).
Yo me declaro profundamente liberal, por eso temo muchísimo a los nacionalismos, pues tarde o temprano acaban por menoscabar los derechos de las personas, pues la causa (la lengua, la nación, la raza, la identidad nacional) se pone por encima de las personas, algo siempre malo y peligroso. Ahí está la historia.
Manuel García Pelayo, en su libro Las transformaciones del Estado contemporáneo, ya nos advertía sobre la importancia decisiva de defender en democracia el poder de los Tribunales, si no se defiende este poder, nos quedamos irreversiblemente sin democracia. Dice el editorial de los periódicos catalanes que “no nos confundamos, el dilema real es avance o retroceso; aceptación de la madurez democrática de una España plural, o bloqueo de esta”. No puedo estar más de acuerdo con ellos, pero justo en el sentido contrario que lo utilizan.
El dilema real es el avance o el retroceso del Estado de Derecho y de la democracia en España. Creo que el nacionalismo catalán más radical y exacerbado tiene que aprender a respetar las reglas del juego democrático, posiblemente los ciudadanos catalanes estén ya muy cansados de tanta tomadura de pelo por parte de sus políticos y algunos periodistas. Señores, en los países democráticos, esto es lo que tienen que aprender los políticos y el poder mediático catalán, se respeta al poder de los Tribunales, pues es uno de los poderes esenciales del Estado democrático.
Concluyo, hoy es un día triste para la democracia de este país. La prensa catalana, que no los catalanes, ha dado un importante paso atrás a la hora de respetar las más elementales reglas del juego democrático, el respeto por la Justicia. Algunos querrán volver a la España del siglo XIX y a las constituciones políticas o de partido.
Paz, progreso y estabilidad
La Constitución de 1978 es la primera y única constitución de vida real verdaderamente democrática de nuestra historia, que ha funcionado y se ha aplicado, y en vez de producir enfrentamiento, como sucedió con la del 31, nos ha dado los mejores años de paz, progreso y estabilidad. Rogaría a los políticos y poder mediático de Cataluña que, por encima de sus pretensiones nacionalistas –muy legitimas sí respetamos las reglas de juego– no ataquen al Estado de Derecho y a la democracia de este país, y dejen que el Tribunal Constitucional realice su trabajo y respeten sus resoluciones, que es lo mismo que respetar la democracia.
Si el Tribunal Constitucional decide que el Estatuto es inconstitucional, pues será inconstitucional, y los demócratas respetaremos su decisión y los no demócratas no la respetarán… No hay nada más, ni nada menos.
Profesor Titular de Derecho Constitucional Universidad Rey Juan Carlos
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