Qué lástima, señores, que el alma impoluta, blanca como el armiño de aquel rapazuelo negro que nos alegraba la vida moviéndose con tanta soltura sobre los escenarios, cantando sus pegadizas melodías con la gracia de la improvisación que le pedía su desparpajo, impropio de su corta edad; no supiera mantener aquella candidez infantil a medida que el cuerpo que la cobijaba, Dios sabe por qué rara obsesión, se iba transformando en un lamentable remedo de un hombre blanco. Lástima, también que hubiera alguien que le aconsejara abandonar a sus hermanos, los Jackson Five, para seguir en solitario su carrera musical, de éxito, sin duda, de indudable rey del Pop, incuestionable, pero también de persona atormentada por su propia inmadurez y su soledad infinita, propia de aquellos que pasan de la infancia a la madurez, sin recorrer por aquella etapa de las inseguridades, las perplejidades y las dudas, por la que cualquier joven debe transitar para superar este difícil tránsito de la pubertad en el inevitable camino hacia el estado adulto.
Un joven negro con vocación de blanco que no supo aceptar su propia naturaleza y mostrarse orgulloso de ella cuando, en plena juventud, ya había conseguido alcanzar todo aquello a lo que podía aspirar cualquier persona normal en sus sueños más descabellados; con un magnífico horizonte de éxitos y con millones de fans que lo adoraban y seguían sus pasos con la fidelidad y constancia del más fiel devoto y, sin embargo, a medida que se obcecaba en convertirse en otra persona; tras cada una de las operaciones a las que se sometía para arrancarse sus rasgos naturales y sustituirlos por remedos imperfectos de una fisonomía de un ser de raza blanca, se le veía ir envejeciendo, tornándose en efigie de un Dorian Grey atormentado por no conseguir trasladar sus faltas al lienzo del pintor, sino al contrario, verse tatuado en su propia alma por su cada nuevo rasgo impreso en su rostro por el bisturí destructor, como si la propia decadencia física le hundiera cada vez más en un fatídico derrumbe moral de ideas y principios, que lo impelieran a la confusión y el caos existencial, propio de aquellos que han perdido su fe en la existencia y carecen de los impulsos precisos para reconciliarse con la vida y con el resto de la humanidad.
Una persona joven convertida prematuramente en un viejo. Un triunfador que adoleció de la preparación precisa para asimilar su éxito mediático y optó por el camino de encerrarse en sí mismo, en buscar la satisfacción intelectual, no en adquirir una mayor cultura, viajar para conocer mundo ( no me refiero a giras artísticas que nada tienen que ver con conocer los países que se visita) o investigar en los misterios de la vida, antes al contrario, prefirió convertir su ocio en oscuros tabernáculos de sexualidad, en incomprensibles desviaciones en la busca de placeres prohibidos y en tenebrosos episodios judiciales de los que, si bien salió ileso, dejó hecha jirones su reputación para siempre. Una salud a la que sometió a duras pruebas y que se convirtió en una obsesión para él, a medida que se iba dando cuenta de que la había malgastado con abuso de drogas y vicios. Llegó al punto de querer defenderse de sus propias insensateces, saliendo a la calle con mascarillas para protegerse de la contaminación ambiental cuando, en realidad, lo que le llevaría a la tumba no tenía nada que ver con ella y si mucho con un tipo de vida, desordenada y llena de excesos, que había escogido
Michel Jackson, fue, ha sido, y será un referente en lo que hace mención a la música pop; un ídolo de las masas que, posiblemente, haya sido el que más discos haya vendido en la historia de la música y, como tal, un verdadero innovador que supo atraer la atención de millones de personas que disfrutaron de sus canciones, que bailaron al son de sus ritmos y que se embelesaron viendo espectáculos como su “Thriller” un show lleno de fuerza, arte y novedad. Sin duda tiene bien merecido el epíteto de El Rey del Pop y, es posible que pasen muchas generaciones antes de que vuelva a surgir, en el mundo de la música, una persona tan carismática como él. Lo mismo que ocurrió con Elvis Presley, es posible que se formen club de fans que se ocupen de sacralizar su memoria y de convertir sus canciones en verdaderos rituales para siguientes generaciones, como ocurre hoy en día con las creaciones del rey del roc and roll. Nadie le podrá arrebatar este mérito ni nadie pondrá objeciones a su carrera musical. No obstante la persona que estaba oculta detrás de aquella figura mediática, el ser humano que se cobijaba en aquel cuerpo flaco y flexible, capaz de contorsionarse de una forma inverosímil, no tuvo la misma suerte que su alter ego.
Desgraciadamente es muy frecuente que alguien se vea obligado a escoger un camino en la vida y todos sabemos lo difícil que es tomar una resolución adecuada, precisamente a una edad en la que la experiencia es poca, las ilusiones muchas y la capacidad para saber escoger lo más adecuado inversamente proporcional a la edad en la que se toma. Así encontramos a personas que fracasan estrepitosamente en su elección; otras que no alcanzan nunca la meta que se propusieron y tienen que conformarse con estar incluidas entre la gran masa de aquellos que no destacan por encima de la media; algunas que logran triunfar en su profesión pero que en lo personal fallan aparatosamente y, finalmente, un grupo reducido que alcanza el justo equilibrio que les permite discurrir por la existencia con una relativa felicidad ( la absoluta, al menos en esta vida, no existe).
Seguramente a muchas personas les hubiera gustado ser un Michel Jackson, es probable que sólo vieran en él su aspecto externo, sus mansiones impresionantes y su esplendor mediático pero, si quisiéramos ahondar en el tema, si buscáramos más allá de las simples apariencias; es posible que encontráramos en este hombre a un ser atormentando, insatisfecho y, puede que, asaeteado por los remordimientos; alguien que, me imagino, en alguna ocasión, acordándose de sus primeros pasos artísticos en compañía de sus hermanos, los Jackson Five, cuando sólo era un niño, un negrito encantador que bailaba y cantaba como los ángeles y que, seguramente, no se había nunca planteado ser de otro color; posiblemente se le humedecieran los ojos mirándose al espejo, viendo reflejado en él a una especie de híbrido, de engendro creado por cirujanos ambiciosos y carentes de escrúpulos. Es muy posible que, en su intimidad, se plantease la misma disyuntiva que los seres abyectos, mitad animales mitad hombres, fruto de la locura científica del doctor Moreau, protagonista de “La Isla del doctor Moreau” de H.G.Wells; cuando discurrían por la isla, rebelándose contra su cruel destino y murmurando, en un reiterativo y creciente lamento de desesperación: “ni animales ni bestias, ni animales ni bestias…”. Él, con toda probabilidad, se quejaría de su sino, empleando otros términos: “ni blanco, ni negro, ni blanco ni negro…” Esperemos que Dios, en su infinita misericordia, haya sabido acogerle en su seno.
Miguel Massanet Bosch
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