Es obvio que, en esta España de nuestras entretelas, no existe, en la actualidad, un asunto de mayor importancia que requiera un tratamiento tan urgente y que preocupe más a toda la ciudadanía que el que tanto inquieta, por lo visto, a nuestra ministra –esta flor en medio del erial, que es la pizpireta Bibiana Aido, la titular de este ministerio fantasma del que tan poco se conoce y al que, algún gracioso, se le ocurrió bautizarlo con el nombre de ministerio para la Igualdad– a la que la inactividad la aburre y por ello, además de convertir nuestra gramática en una nueva arma arrojadiza en contra del machismo; ha decidido mostrarse beligerante en el tema de las mujeres musulmanas y su derecho a la emancipación de las leyes de El Corán. Al parecer a Bibiana – es tan joven e inexperta esa ministril, que uno se resiste a nombrarla con adjetivos más elaborados y protocolarios –le molesta que las ciudadanas árabes, que transitan tan orondas por suelo español, sigan pertrechadas con sus tradicionales ropajes y, por el contrario, que los machistas de sus maridos, vistan sin ningún rubor los atuendo masculinos que usan el resto de hombres occidentales. Ante un hecho de tanta enjundia, es evidente que no podemos quedarnos de brazos cruzados, permitiendo que la pobres moritas no puedan exhibir, en toda su plenitud y esplendor, su magnífica colección de michelines y sus, habitualmente, bien desarrolladas domingas, para solaz y envidia del resto de ciudadanos de ambos sexos.
Es evidente que, tal como se ha puesto la moda en nuestro país por mor de “la calor” o a causa de la escasez de tela, cada vez se va separando más la distancia existente entre el ombligo de las muchachas hasta lo que debería ser el lugar donde se asentara la cintura del pantalón, de forma que, sea por imitar al popular Cantinflas, el genial Mario Moreno, o sea por el afán de superar a la competencia, se está llegando a un punto en el que uno no sabe a ciencia cierta si, aquel sector de las féminas por donde nacen todas las criaturas, está situado al nivel de la cintura o si es que la cintura del pantalón ha bajado tanto que, ambas partes, están situadas al mismo nivel. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que, la imaginación, se ha quedado sin trabajo ante las facilidades con las que las representantes del sexo opuesto, a través de transparencias y ventanucos, nos muestran sus atributos femeninos, para esparcimiento de nuestra vista. No sé que pensarán de ello estas feministas poco agraciadas, lánguidamente descuidadas, mal vestidas e intransigentes, que califican el cumplido de un hombre como un pecado de lesa majestad, fruto del machismo exacerbado de los hombres. Claro que, en muchos casos, sólo es despecho por no haber catado la mercancía.
Porque renegamos de esta cruzada feminista. Ya basta con que no nos dejen de incordiar con esto de la igualdad de los dos sexos. En primer lugar, porque, cuando me bajo los pantalones lo que veo no tiene nada que ver con el artificio sexual de que disponen nuestras medias costillas; en segundo lugar, porque, hasta que las mujeres no dejen de chillar cuando vean una rata o un ratón; no les cojan los mil males cuando están cerca de una serpiente; no les pille un desvanecimiento cuando se cortan con un cuchillo o, no dejen de hacer estupideces, desmayos fingidos y declaraciones públicas de amor, ofertándose impudicas para ser mancilladas ante cualquier roquero o punkero que tenga una guitarra eléctrica entre sus manos y que sea capaz de chillar lo suficiente para que, a pesar del estruendo de la música, se le pueda oír; no estoy dispuesto a aceptar que nos parezcamos en lo más mínimo ni a creerme que, por el hecho de haber nacido mujer, ya se está en posesión de la ciencia infusa que le permita considerarse superior al hombre y tenga derecho a privilegios especiales debidos a leyes feministas, como la de la paridad de sexos en los cargos públicos; o el mayor tiempo de permiso en caso de maternidad – por cierto que, el señor Gallardón, en un alarde de desconocimiento de la influencia de los gastos de personal en la productividad de las empresas, usando de la misma demagogia a la que se aferra la izquierda, ha propuesto aumentar el tiempo de permiso por maternidad y también del permiso de paternidad de los hombres sin que, por supuesto, se tenga en cuenta lo que puede suponer, para la viabilidad y competitividad de las empresas, una medida tan absurda como esta –.
Estoy convencido de que, la irrupción de las mujeres en la política, ha causado más problemas que beneficios. La experiencia de lo que hemos conocido hasta ahora, salvo reconfortantes y contadas excepciones (la Merkel, por ejemplo), nos dice que, en la mayoría de las veces, sólo han conseguido crear problemas. En Argentina, la Cristina Kirchner, una bella mujer, no ha sido capaz de empuñar con eficacia las riendas del poder y, no sólo eso, sino que prefiere irse de compras por Italia, encelando al Berlusconi, que permanecer en su país intentado arreglar los desmanes que se producen en él. Vean al mismo Sarkozy, un ejemplo de político nato, un ídolo para los franceses; pues aparece la Carla Bruni y ya se acabó la sensatez del Presidente, que se ha convertido en un perrillo faldero de la despampanante modelo. En España, el paso de las ministras socialistas por el gobierno ha dado la medida de hasta donde puede ser nefasta esta política de las cuotas. La mayoría de ellas resabiadas y muchas incompetentes a carta cabal; vean, si no, a la Magdalena Álvarez un claro ejemplo de nulidad absoluta o, a la misma Mercedes Cabrera que, además de estar casada con un señor que se llama Arenillas, que ha sabido encontrar el medio de que se le paguen cenas pantagruélicas a cargo de la Administración, ha demostrado su falta de flexibilidad política, su sectarismo y su completa incapacidad para solucionar el problema de la enseñanza de tan endémica tradición en nuestro país. Por si fuera poco, ha sacado una ley absurda, inmoral, contraproducente y anticonstitucional, para contribuir aún más a desacreditar su mandato; que, desde todos los puntos de vista, es un fracaso total. De Fernández de la Vega mejor no hablar porque, de hacerlo, necesitaría un artículo sólo para dar cuenta de las veces que nos ha mentido, engañado y tomado por imbéciles.
En fin, el que las mujeres tengan las mismas oportunidades que se les da a los hombres, evidentemente, es un derecho constitucional muy sensato y necesario; pero que, como nos suele ocurrir en este país, se produzca el efecto balanza y, de pronto, porque un grupo de feministas extremistas lo demande y un gobierno débil, compuesto de calzonazos, mentecatos y marujeros, sea incapaz de poner orden, se pase al extremo contrario; existe un abismo que, de no remediarse pronto, es posible que unos y otras lo tengamos que lamentar. Quiero recordar lo que dijo Balzac de las mujeres: “Las mujeres tienen de común con los ángeles esta cualidad: los seres que sufren son patrimonio suyo”
Miguel Massanet Bosch
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