El deber de la oposición
HAY gente que se lo pasa bomba con la trifulca que, con perseverancia y entusiasmo, mantienen Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón. Les divertiría menos si echaran la cuenta y, tras considerar que son ellos quienes la financian en su condición de contribuyentes, repararan en el despilfarro continuado y sangrante en el que se han instalado, independientemente del color político de sus eventuales responsables, los tres planos de la Administración: el del dislate local, el del derroche autonómico y el inmenso y hueco del gasto estatal. Es muy posible que Aguirre, que tiende a castiza, y Ruiz-Gallardón, que se hace el sueco, pudieran llenar los teatros de sus respectivas dependencias y que, junto con los de Cultura, impiden el desarrollo de la iniciativa privada en el espectáculo madrileño lanzándose puyazos como los que, en sus divertidas y anacrónicas coplas de picadillo, se propinaban Dolores Abril y Juanito Valderrama; pero, en lo que llego a entender, no fueron elegidos para eso.
El problema no está en que Aguirre y Gallardón se zarandeen -¡ahora por el 2 de Mayo!-; reside en que, con esas y otras parecidas patochadas de las que con creciente frecuencia nos regala el PP, empezando por su líder máximo, se disimula y encubre la notable irresponsabilidad con la que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero se enfrenta a la grave crisis económica que nos sacude y fue perversamente disimulada en la última campaña electoral. Hasta el pánfilo Pedro Solbes ha tenido que rebajar ya la previsión de crecimiento económico mientras el paro alcanza cotas que creíamos haber perdido de vista hace una década. Un cuarto de millón de nuevos parados en el último trimestre es, más que un problema, un drama que anuncia una tragedia.
En ese ambiente generador de incertidumbre, agigatado por la situación internacional, no nos queda ni el salvavidas del Presupuesto, al que Niceto Alcalá Zamora llamaba, desde su antañona inocencia, «la única verdad de nuestra vida política». El Presupuesto de Zapatero es, también, una mentira. Fue elaborado sobre supuestos de gasto e ingresos, de crecimiento, que ya no resultan sostenibles. ¿No sería exigible un nuevo Presupuesto? Si no queremos que terminen por expulsarnos de la zona euro habría que adecuar a la nueva realidad los patrones que, no sin mistificación, se aprobaron cuando acaban el año y la legislatura pasados.
Mientras en el PP continúan con la contemplación de su propio ombligo y a los ciudadanos conscientes se nos encoge el nuestro, el Gobierno, quizá más errático que mendaz, no reacciona como cabría esperar. También la oposición incumple su principal deber, hacer sonar los timbres de alarma y predicar posibilidades alternativas que pudieran aliviar la intensidad del daño. La oposición no es un lujo ni un juego, como parecen entenderla quienes la monopolizan. Es una necesidad democrática.
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