Prostitución política
SABEMOS, aunque a menudo finjamos ignorarlo, que en política todo tiene un precio, y las más de las veces nos conformamos con que nuestros representantes nos oculten pudorosamente la procaz compraventa de decisiones y se tomen la molestia de disimular u ocultarse en el crudo momento del toma y daca. Sobre todo habida cuenta de que la Constitución suprimió ingenuamente el mandato imperativo en un sistema de listas cerradas, lo cual venía a suplantar la voluntad de los electores por la de los partidos, que tejen sus trapicheos en el Congreso sin que los diputados tengan que someterse de hecho al escrutinio de quienes los han elegido. Así se pueden ver espectáculos más bien indecorosos como el del cambalache de la reprobación de Magdalena Álvarez, salvada in extremis mediante una negociación impúdica en la que ciertas minorías y algunos tránsfugas exprimieron con oportunismo y codicia el mercado negro de la aritmética parlamentaria.
Esos tipos del BNG gallego o del PNV vasco que votaron a favor de la ministra lo hicieron, sin duda, con la nariz tapada ante la evidencia de que le estaban dando el visto bueno a una gestión que a ellos también les repugna por su arrogante ineficacia. A cambio le pegaron un mordisco al pastel presupuestario, trincando en un caso tela para inversiones en Galicia y en el otro nada menos que la autorización para un banco público, en el que acaso manejarán los nacionalistas los fondos que se ahorran en solidaridad con el resto del Estado. Mediante este impúdico regateo quizá salven la cara ante sus electores más pragmáticos o menos escrupulosos, pero han dejado clara su concepción de la política como una caja registradora, escabroso tejemaneje en el que se subordinan los principios a la cuenta de resultados. Aunque no se trate de nada que no se sepa de antiguo, ha resultado algo descarnada la genuflexa prostitución con que han resuelto el expediente, retratados ante la nación entera con los pantalones de la dignidad bajados por una partida de euros.
Falta por saber cuánto ha costado el voto de los dos tránsfugas, uno canario y otro del PP, que acabaron a la postre por decidir la escaramuza. El transfuguismo mercenario es uno de los abusos más deshonestos posibles del mandato representativo, que convierte la sagrada libertad decisoria del elegido en una herramienta para incrementar su cotización en la bolsa de los favores. Estos dos simplemente se despojaron de su precaria vestimenta ideológica para arropar a una ministra en apuros, gesto que sólo desde la más ufana ingenuidad se podría interpretar como caballeroso en medio del chalaneo que se organizó para evitar el descalabro gubernamental en una votación ciertamente apurada. Si tuviesen gallardía explicarían a los ciudadanos que los eligieron a cambio de qué se prestaron a salvar a Álvarez, qué imprescindibles inversiones para su circunscripción arrancaron del Gobierno en trance tan comprometido. Porque lo que no cuela es que nadie se crea que consideren el honor de Magdalena tan valioso como para taparle las vergüenzas a cambio de dejar las suyas al descubierto.
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