Saben los que respiran nuestros aires que nunca le fueron propicios a estos los desalentadores quehaceres de gobierno de Aznar, como tampoco lo están resultando ese triunfo de la mentira, acompañado a cortos pasos del silencio de la verdad, que está siendo toda la legislatura actual del ZP, la cual –como ya hemos advertido- está tocando a su punto final, digan lo que quieran los socialistas, que están tejiendo en las habitaciones de Ferraz su medida estrategia para la contienda electoral que se avecina. Como tantas veces, Pablo Sebastián ha hecho el mejor resumen de la coyuntura política presente, y lo ha plasmado hoy mismo en su artículo de ABC titulado “La España feliz de Zapatero y la cruda realidad nacional”:
EL fin del curso político discurre como una continuada bronca política que se inició en el pasado debate sobre el estado de la Nación, al que siguió la crisis del Gobierno y la jubilación anticipada del presidente del Congreso de los Diputados, Marín, una vez que el PSOE anunciaba el regreso de Bono como candidato a ese sillón que algunos también habían sugerido para Rato si aceptaba incorporarse a las listas de Rajoy, donde pretende estar Gallardón, mientras Aguirre llama la atención con su desafío a la legalidad por la Educación para la Ciudadanía y Aznar, truena desde FAES contra todo el que se mueve. Empezando con Zapatero, el gran ausente de Ermua, y siguiendo con De la Vega, la vicepresidenta que ha convertido la reseña del Consejo de Ministros en un mitin semanal contra el PP.
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Por lo que se ve, el fantasma de unas elecciones anticipadas sigue presente e impide que nadie baje la guardia camino del mar -donde el fuel del buque «don Pedro», «el pequeño reguero» según la asombrosa ministra Álvarez, inunda las playas de Ibiza y amenaza su parque natural de Ses Salines-, o de la montaña, donde el Príncipe de Asturias acaba de inaugurar, en la isla de La Palma, el mayor telescopio del mundo para que los españoles puedan ver las más hermosas estrellas, aunque sean incapaces de detectar la crisis institucional que nos invade, porque vivimos disfrutamos de una inmensa felicidad según Zapatero.
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visto lo que ocurre en España y en el PP, son muchos los que acuden a su sentido de la responsabilidad y a su instinto político para que regrese (Rodrigo Rato), junto a Rajoy y Gallardón, y fuerce el Congreso y la renovación del PP, si quieren ganar y están convencidos de que otros cuatro años de Zapatero serían una calamidad. Y que su derrota, con Bono sentado en los bancos del PSOE, permitiría la reconstrucción del consenso constitucional.
Porque para Zapatero estas elecciones no son, solamente, el trámite para la renovación del poder. Los comicios generales tendrán también una función plebiscitaria sobre las negociaciones con ETA y la reforma territorial del Estado. Y si Zapatero gana podrá presumir de que los ciudadanos revalidaron su gestión, e incluidos los nuevos Estatutos y el llamado proceso de paz con ETA, al que Zapatero podrá darle una segunda oportunidad si, de aquí a las elecciones, ETA no mata.
El que no faltó a la verdad en el pasado debate sobre el estado de la Nación fue Rajoy, el líder del PP, pues sus tres frases resumieron la “legislatura de la conchabanza socio-nacionalista”:
(...) sobre ETA, «Zapatero nos mintió»; sobre la memoria y la transición, «la hicimos porque rechazábamos que nuestra memoria fuera el carburante de un nuevo rencor»; y sobre la reforma territorial, «Zapatero ha decidido reinventar la estructura del Estado, quebrar los consensos, discutir la nación, repartir soberanía y retorcer la Constitución».
Por eso, es inadmisible que ZP llamara “faltón” al líder de los populares, que, al escuchar la bravuconería sociata, se sintió aturdido y ya no reaccionó. Con lo fácil que era cambiar el ritmo y el fondo del discurso –malos consejeros tiene Rajoy en sus proximidades, ni Acebes ni Zaplana son los convenientes para esos momentos-, que políticamente, tras decir lo que dijo y escuchar la vacuidad y la mentira del presidente de este gobierno, debió dedicarse a explicar a los españoles -y no a pelearse con Zapatero- lo que haría él frente a los grandes desafíos planteados si llega a la presidencia de la nación. Sin duda, no era fácil, porque el modelo del debate no le ofrecía mucho tiempo pero lo debió intentar, como quizás tuvo que haber presentado, en su día, la moción de censura que ofrece al opositor -aunque la pierda- una buena oportunidad para denunciar al mal gobernante y presentar su propia alternativa de poder.
Esto último es lo que vimos cuantos nos situamos en el espacio de la Tercera España. Así es como llamó Salvador de Madariaga, en plena Guerra Civil, a las pocas personas que pudieron mantenerse al margen de la contienda y fuera de sus escenarios. Esa tercera España, que vislumbra hoy “dispersa en el exilio interior” -en el inilio, como gusta llamarle al maestro Manuel Martín Ferrand-, la componemos todos los que no hemos querido tomar parte en la confrontación que –sólo “para su gloria y continuidad”, como afirma este último periodista-, mantienen el PSOE y el PP. Y, por esto mismo, dadas las estériles circunstancias presentes, en las que las minorías imponen su voluntad sobre las mayorías, mientras el Estado se desencuaderna, nuestra tercera España, todavía poco poblada aunque bien cualificada, tiene la responsabilidad de intervenir, principalmente como “tejedores” de los puntos que han de darse necesariamente para la sutura de la gran herida abierta en el cuerpo nacional español por Zapatero y “los suyos”.
Juan Andrés Buedo
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