Arrancan las elecciones de 2008 en España después de una tormenta de verano, el pasado debate del estado de la Nación, que ha dejado nuestra tierra política tan seca como estaba, o acaso con menos expectativas, porque el Partido Popular ha perdido mucha credibilidad entre esos potenciales votantes que, enclavados en los guiones del centro político, se le han esfumado a causa de la entumecida intervención que tuvo su líder Mariano Rajoy en aquél, al igual que sus propuestas, ninguna de las cuales salió adelante.
Rápidamente se ha apresurado el elefantiásico aparato partidario socialista a lanzar las campanas al vuelo, que han recompuesto las adscripciones de la opinión pública a las posiciones preestablecidas. En esta disyuntiva, Zapatero nos ha dejado una remodelación de su gobierno “sietemesina”, dispuesta para agotar la legislatura. Aunque por una vez, y después de muchas críticas al maniobrar de este presidente, tengo que señalar que me ha gustado su proceder, lleno de inteligencia política -¿habrá cambiado de asesores también?, o ¿será que estos últimos han tomado la temperatura a las verdaderas demandas del país?-. El cambio en esos cuatro departamentos ministeriales, gestionado con discreción y concretado con celeridad, ha puesto de manifiesto que el núcleo duro del Ejecutivo mantiene la cohesión indispensable para llegar a marzo del 2008 con la energía suficiente para aspirar con fundamento a repetir victoria en las legislativas.
Respeto muchísimo los análisis políticos a vuelo pluma de Manuel Martín Ferrand, por razones obvias, la más clara de las cuales es su frescura, bien torneada y sin ligerezas, pero hoy no comparto las tesis de su artículo “Para no ir a ninguna parte”. Puede que no se equivoque cuando lamenta “el destino de la remodelación de Gobierno con la que José Luis Rodríguez Zapatero vuelve a tratar de huir de lo fundamental para concentrar su acción en lo accesorio”. Pero tiene que comprender antes ese querido cronista que el presidente ha hecho unos cambios funcionales con el propósito añadido de ventilar departamentos muy baqueteados por las críticas dentro y fuera del PSOE (Vivienda y Cultura), y para atender algunas urgencias inaplazables del partido (la salida de Jordi Sevilla).
Todavía más, como se extrae del comentario hecho en el editorial de El Periódico de Cataluña, el único cambio que responde a un efecto dominó y no al desgaste del titular es justamente el de Sevilla en Administraciones Públicas, a quien los socialistas seguramente encargarán la tarea de recuperar al partido en Valencia, sumido en la postración después del doble revolcón sufrido en las municipales y las autonómicas. “Su sustitución por Elena Salgado, hasta la fecha responsable de Sanidad”, quiero creer al diario catalán, “es más un reconocimiento de los méritos de la ministra que un reproche. Y, además, permite dar entrada al científico Bernat Soria en una cartera que, a falta de competencias de gestión, transferidas a las autonomías, tiene una enorme influencia en los comportamientos colectivos: ley del tabaco, campañas de prevención, etcétera”.
¿Que es el “rumbo electorero” el que guía las decisiones del presidente?, como le acusa Martín Ferrand, por supuesto. Y hasta podemos admitir con éste que Zapatero, “como un príncipe de Lampedusa con faltas de ortografía y sintaxis, cambia de equipo para seguir donde está. Para no ir a parte alguna no hace falta tanto ruido”. Sin embargo, la maniobra política está muy bien hecha, y además deja con un palmo de narices a los malos acompañantes de viaje (ERC, nacionalistas y adláteres) demostrando al mismo tiempo su sensibilidad hacia Cataluña, muy afectada, frente a la exposición del PP, de la falta de concreción de sus demandas en el Estado español.
En concreto, soy de los que opinan que la llegada de Carmen Chacón a Vivienda en sustitución de María Antonia Trujillo persigue un doble objetivo: traducir en hechos las esperanzas depositadas por el Gobierno en la movilización del electorado socialista catalán para renovar la mayoría, y subrayar la buena sintonía con la Generalitat. Las resoluciones aprobadas el jueves -ninguneadas con diferentes grados de intensidad por CiU y ERC, como destacó El Periódico- fueron una primera señal de la senda emprendida por el Gobierno para traducir en hechos su comprensión hacia el sentir catalán.
El reajuste se produce sin afectar a ninguno de los ministerios que concentran el grueso de las críticas del PP: Interior, Defensa y Asuntos Exteriores. Lo cual parece confirmar que, efectivamente, algunas de las constantes argumentales de los conservadores, y en primer lugar su oposición al proceso de pacificación del País Vasco, no han influido en el ánimo de Rodríguez Zapatero. Esto resume, de por sí, la decisión del presidente de enviar una señal inequívoca de seguridad a sus adversarios. Y contiene, por fin, un mensaje más categórico que las encuestas posdebate, que, con pocas diferencias, dieron ganador a Zapatero frente a Rajoy -43% frente a 16% en el caso de la del CIS-. En resumidas cuentas, todo es posible en la larga precampaña electoral que ha empezado ya, dentro de la cual la música de la marcha la dirige el presidente y no Rajoy. Señal altamente preocupante sólo para los populares y sus seguidores. El resto de españoles ha quedado ahora sometido a la calina del verano.
Juan Andrés Buedo
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