En este intento de trasladar a los queridos lectores que respiran nuestros aires una prosa compartida sutilmente desde el instinto de comunicación que nos fortalecen y vivifican, no podemos suspender el tiempo, como hacen otros plumillas que se están yendo de vacaciones, y, durante este período, estiman que lo mejor es derretir los relojes “con daliniana ternura” (Pilar Rahola, dixit).
Sin ánimo de ser exhaustivo, lo impiden varias porciones del cuajarón de mentiras que soliviantan a cualquier persona de bien, y más aún si los embustes y falsedades los da sistemática y redundantemente el presidente de un Gobierno español. Ante ellas, la oposición ya tiene desde hoy su cartel de réplica electoral para 2008: “PSOE, credibilidad cero zapatero”.
Nos basta para consolidar esta afirmación su comportamiento a lo largo del mal llamado proceso de paz y su proceder en la cuestión de los soldados muertos en la emboscada sufrida en la Guerra del Líbano. Ambas cuestiones, como demuestran cientos de páginas en la prensa y los blogs de hoy mismo, le están haciendo perder a ZP credibilidad a chorros, credibilidad que ha despilfarrado en apenas tres años. Jaime Lobo, entre otros muchos como digo, se hace en el Diario de León dos preguntas, que han de ser previas a cualquier planteamiento electoral: “¿Qué credibilidad se merece, quien durante cuatro años no dice la verdad en todo lo referente a sus relaciones con la ETA y ha ocultado a los ciudadanos la puntual información de su comportamiento y de los elementos esenciales en la negociación de su llamado «proceso de paz»? ¿Acaso, piensa ZP que su misión redentora le da derecho a ocultarnos la verdad?”
Las respuestas a ello nos las dan, entre otros –insisto-, Pablo Sebastián (en su artículo “La negociación al descubierto”, ver aquí ) e Ignacio Camacho (en su artículo El “poltergeist” de Zapatero, ver aquí). Ambos comentarios se complementan y nos ahorran muchas disquisiciones a analistas e historiadores, viniendo a adormecer las campanas que lanzan ya sus huestes en un poco comedido afán de marketing electoralista, que, retando al pueblo español, se atreve a lavar las mentes de éste cual Hugo Chávez de política circense ibérica (suena mal España a los nacionalistas, por lo que se ve), exhalada entre capullo y capullo por medio de una charanga promisoria que no se sostiene en cimentados bagajes de verdad pública.
Los periódicos de ETA y del nacionalismo escupen por sus rotativas el testimonio del cambalache al que el presidente se prestó con la ya proverbial convicción temeraria de un aprendiz de brujo. Acuerdos en los que se reconocía el carácter político del conflicto vasco, documentos que admitían la autodeterminación, planes de reinserción remunerada de los terroristas, mesas en las que el Estado se arrodillaba ante el programa del soberanismo, papeles que recogían el trizado del modelo constitucional. Reuniones a dos, tres, cuatro bandas; con los etarras, con los batasunos, con los peneuvistas. Mediadores suizos, noruegos, irlandeses, vaticanos. Una hilera de apariciones que salen de las sombras para dar fe de la enorme engañifa, de la mentira masiva con que el Gobierno se saltaba sus palabras, sus promesas, sus compromisos -¡ante el Parlamento!- y sus reiterados mensajes de opinión pública. Un aquelarre de revelaciones que, como denuncia Ignacio Camacho, ponen de manifiesto la envergadura y la profundidad del engaño que el presidente pretende ahora minimizar como un episodio intrascendente y remoto.
Hay que pedirle a ese señor, dueño de los socialistas, pero no del pueblo español, que aclare su falta de voluntad y de honestidad política que ha alcanzado cimas inaguantables en un país democrático. Sólo es un perverso y abominable caradura que firmaba y promovía con Aznar el «Pacto Antiterrorista» y, mientras, conocía las conversaciones ETA-Partido Socialista del País Vasco. Le costará demostrarnos a muchos su mínima calidad señorial, desde el momento que autorizó en 2004 las conversaciones con la ETA, y hasta mayo de 2005 no contó con el Parlamento. En suma, jamás podrá demostrar un mínimo de credibilidad quien permitió que la banda participara en la redacción del documento leído en los pasillos del Congreso de los Diputados.
Me remito a los argumentos de Pablo Sebastián y de Ignacio Camacho para no abrumar al lector con disquisiciones obligadas. Pero la hemeroteca no deja tampoco lugar a dudas. La mentira de este hombre sin escrúpulos –y empezamos ya a tener papeles que le quitan toda verdad a sus palabras- quizá se la permitan sus "neorrepublicanos de pandorga", aunque no podemos admitir los constitucionalistas de 1978, los más ilustrados de la Historia de España, que tampoco podemos permitir que se extienda la irracionalidad de aquellos compatriotas que siguen pensando darle el voto en las próximas elecciones, ya que esto le ensancharían la espalda y le endurecerían el rostro hasta buscar fórmulas alternativas para construir un nuevo modelo de Estado sin contar con el pueblo. Esto, de por sí, nos obliga a pedirle responsabilidades, que las tiene, y muchas.
¿Cómo vamos a creer en alguien que aseguró que Arnaldo Otegui «es un hombre de paz» y luego le mete en el trullo, y no digamos nada de lo acontecido con De Juana Chaos. No es fácil creer a alguien que sabía que la ETA rompía la tregua indefinida y lo ocultó en la campaña electoral del 27 M. Así, no es de extrañar que, entre otros muchos, Jordi Pujol haya afirmado recientemente, que Zapatero no inspira confianza.
Todo en él es fachada, un buenismo falseado que, desde el punto de vista ideológico quien mejor y más completamente lo ha dibujado es Miquel Porta Perales (en su artículo “El síndrome de defensa y custodia”, ver aquí). Están anclados los movimientos de la gente liderada por ese mentiroso en una pretendida defensa del ciudadano y una custodia impuesta de los intereses de éste, que sólo emulan a los malos redentores de nuestro tiempo, a los que como a Zapatero le sobran pretensiones, pero le faltan ambiciones. La causa es que, como manifiesta Miquel Porta, es una gente que cree en la “utopía negativa”. Así, “cuestionando determinados valores liberales -el individualismo, la excelencia, el mérito, el mercado, la competencia, el interés, el éxito, la seguridad-, quiere cambiar la vida cotidiana de los ciudadanos a través de la proscripción por decreto. En este sentido, invirtiendo las ideologías soi-dissant liberadoras de finales del XIX y primeras décadas del XX, que construían un discurso del sí, los redentores de finales del XX y primeros del XXI elaboran un discurso del no que se conjuga con el verbo prohibir y cuyo objeto es la reducción de la independencia y la soberanía del ser humano”. De tal manera que, cada día somos más los que estamos advirtiendo en los hombres y mujeres liderados por Zapatero que no son más que aviesos comisarios de un nuevo “movimiento nacional”. Quizá se “lo crean” ellos. Nosotros no. Principalmente, si cambiásemos las camisas, el tiempo, sus himnos y mentiras políticas, donde mejor veríamos esos comisarios políticos es en los delegados y delegadas provinciales de las Comunidades Autónomas mandadas ahora por el PSOE.
Son un conjunto que, en semblanza pujolista, no nos inspiran tranquilidad ni familiaridad. Nadie que siga en conciencia a Zapatero puede, en efecto transmitir confianza ni credibilidad. Bastan sus movimientos y declaraciones hechos en 2001 y 2002, cuando buscaba alcanzar el poder, y ha denunciado Jaime Lobo (en una respuesta que durante el Debate del estado de la Nación los apoyos en Génova de su partido debían haberle transmitido a Rajoy):
Zapatero, criticó el 15 de octubre de 2001, tras la explosión de un coche bomba en la Plaza de Colón de Madrid, la actuación de la policía: «ha habido fallos policiales», dijo. Siendo yo Delegado del Gobierno de Castilla-La Mancha en 2004, y después de una operación de la Guardia Civil en la provincia de Cuenca que finalizó con la detención de dos etarras y una furgoneta con 500 kilos de explosivos, hombres de peso en el PSOE de Zapatero, como José Blanco y Rodríguez Ibarra, acusaron al Gobierno del PP de «realizar un montaje político» de la operación. El 11 de marzo de 2002, la ejecutiva del PSOE, presidida por Zapatero, exige a Aznar «que aclare públicamente a los ciudadanos si su prioridad es la lucha contra ETA». ¿Les suena? Y pocos días después acusan a José María Aznar de tener una «actitud irresponsable y prepotente» con el terrorismo. Así podríamos citar múltiples ejemplos de críticas e insultos al Gobierno del PP, al que se le acusó, bien directamente por ZP o bien por su más íntimos colaboradores de oportunismo, electoralismo, incapacidad, utilización de las víctimas etc. Así que de lealtad en política antiterrorista nada de nada.
Sí, los hechos cuadran y ZP es la personificación de la deslealtad. ¿Alguien así merece ser nuestro presidente de Gobierno? Respondan ustedes.
Juan Andrés Buedo
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