Creo que merece la pena dedicar a nuestros aires una caricia de sobrealimentación intelectual, pues con esta se cumplen trescientas “entradas” de la más diversa especie y según sus distintas categorías. Son muchas horas dedicadas a publicar incontables números de páginas, en las que siempre se encierra la satisfacción de unos comentarios que el 95 por 100 de los lectores avalan con su anuencia. Gracias, por tanto, a todos los que han mostrado beneplácito; una gratitud que traslado igualmente a quienes han expuesto su oposición a través de sólidos argumentos, con educación y raciocinio, pues, insisto una vez más, aquí sólo se castra y expulsa a la mala educación.
Están directamente publicadas aquí mis tres últimas obras sobre Cuenca, a la que desde 2005 no he reservado un trabajo explícito. Y lo he hecho intencionadamente, cansado ya como consecuencia de que sus instituciones y “patronos” esmeraldinos de la nada cultural no han querido avalar esa larga producción desde 1994; momento en que, curiosamente, me reconoció y premió la Dirección General del Libro del ministerio de Cultura.
En medio de este cenobio de la humildad alisada, he escrito decenas de artículos sobre esta Cuenca que está a medio hacer, aunque crean lo contrario el privilegiado elenco de los pirueteados vividores de la cosa pública de la provincia. Y en esta situación pienso como también ha manifestado Josep Cuní respecto a Cataluña: `que está (Cuenca) a medio hacer´ -por supuesto, bastante más que los territorios catalanes-. Nos cabe a ambos, por tanto, el mismo grado de ironía, o sea, que el problema sigue pendiente, dado que parece como si su clase dirigente y hasta el pueblo entero hubieran decidido que no queremos acabarla.
Cuando me refiero al secretario general del PSOE conquense, el partido dominante, y lo trato de tosco (así es como político José Luis Martínez Guijarro que, por muy consejero castellano-manchego de Medio Ambiente y Desarrollo Rural que sus danzas pelotaris le hayan dado, es menos considerado en su pueblo que su hermano Marino, alcalde de San Lorenzo de La Parrilla y asimismo diputado provincial con bastón de mando), es porque son notables sus carencias, y en especial esas viejas miserias que siempre tiene a su lado –el de la saca particular-. Los tanteos de ese señor, políticamente hablando, se traslucen a través de los medios de desinformación del “sordo”, fracción también visible de esas mafias estamentalistas que Cuní consideró, por sus miserias, irrecuperables para la moderna democracia, puesto que no pasan de ser unos recuperadores de las viejas malandanzas provinciales, reconstruidas para la nostalgia, pero no para el futuro.
En todo este malsano quehacer hay tres sustantivos, de los que también tiene una ancha parte de culpa el PP de Cuenca, con Marina Moya a la cabeza, y que desde mi punto de vista sustantivan la derrota de un presente tan frustrado de pasado esperanzador: acobardamiento, improvisación y mezquindad.
En este sentido, estoy viendo que, comenzando por el Mtnez. Guijarro y siguiendo con el Luis Carlos Sauquillo, Juan Ávila, Marina Moya y demás adjuntos, no tienen ni la más remota idea de la lógica “restitutiva” del poder provincial, de aquí que sólo puedan esmerarse en gobernar poco y cortos frentes.
Implícitamente introduzco en esas carencias mi argumento de una necesaria alta política para Cuenca. Pasa ésta por un ensanchamiento del poder de la zona, y esa ampliación lleva consigo olvidarse de los basureros del recuerdo y entrar con firmeza en la edificación de nuevas infraestructuras de gestión socioeconómica provincial, aptas para generar en ésta un “poder real”, menos supeditado al centralismo toledano de la Junta de Comunidades. Legislación para esto existe, ¡pero hay que saber llevarla a la práctica!
En ésta sí estamos ante una incapacidad histórica, que viene producida por diversas flaquezas políticas henchidas de miedo. Miedo a pasar de ser galanes provincianos del sometimiento a las jerarquías partidistas, a convertirse en auténticos héroes de la resistencia a la marginación, trajeados de líderes de la normalidad y el progreso. Por eso la cultura de la resistencia sigue continuando como la gramática de los descontentos del poder, al que acusamos de haberlo utilizado para escribirse en el mundo: porque permitía no gobernar... Una gramática que solidificamos en la resistencia, desde la que combatimos el idioma de la improvisación política de toda esta gente.
Juan Andrés Buedo
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