En el ánimo de Ramón causó profunda aflicción la muerte de un hombre, espécimen de una generación, al que las dudas juveniles y la precipitación a la hora de guardar las formas en determinados ambientes sociales le negaron la oportunidad de ser su padre legítimo. Sólo la carta dejada por el tío-progenitor, según él venía titulando al desaparecido, consiguió aminorarle la natural congoja. Esta misiva le fue proporcionada por Felip, el director del Sanatorio de Santa Susana, varios días después del fallecimiento. Iba en un sobre cerrado, en cuyo anverso, con la letra de Tomás Vendrell, ponía: "Para su entrega a Ramón Bochaca".
Arenys de Mar, 12 de diciembre de 1993
Querido hijo:
El amor a la verdad da al hombre la suprema libertad. Hay unas palabras de San Agustín que mi madre, tu abuela en definitiva, me dijo cuando, enterada del matrimonio de tus padres, vio en mí un mal disimulado enojo. Esta frase determinó algunos de mis actos aventureros: "Ama y haz lo que quieras". Ciertamente, en el amor, el deber y el querer se hacen la misma cosa. Amparado en esta merced, he cometido más de un error a lo largo de mi vida. En especial, comprenden estos equívocos las irresponsabilidades perpetradas durante amparadores baches de alcohol, en los que a menudo me hundí alborozado. De ellos me libró la enfermedad que pondrá fin a mi vida, el sida. Esto no se lo he contado nunca a nadie, tú vas a ser el primero en saberlo: desde que tus padres se casaron, o mejor, desde que Nuria, tu madre, y yo nos dimos la espalda, cualquier tipo de estabilidad sentimental me ha asustado. Ya no he vuelto a sentirme libre, quién sabe si esto se ha debido a que el amor verdadero es la soberana libertad.
El afecto que te profeso ha determinado tu designación como heredero universal de mis bienes, con unos lógicos recortes en favor de Joaquín Bassols, Rafael Grau y varias personas más. Dado el comportamiento de mi hermana Montse, sólo le he dejado a ésta un piso del Eixample, que le hacía mucha ilusión tener. Me iré de este mundo sin poder darle un beso. Pero, por favor, dile que en todo momento la he querido igual que cuando éramos niños. En la Notaría de Vicenç Giribet se encuentra depositado el testamento. Como sé, porque te conozco, que el dinero no está entronizado en tu interior, he dejado para ese documento la declaración material. Estoy seguro, eso sí, que sacarás el mejor partido de los frutos que te traspaso, como buen Vendrell que eres, aunque el derecho de familia opine otra cosa. Sólo te pido que no abandones nunca a la Fundaciò Roméu de Armas. A través de ella le he perdonado al sida la violación de mi ser, sin guardarle ningún odio. Incluso he podido observarle como una fuerza positiva en mi vida, pues ha sido un mensajero que me ha traído la mejor comprensión de la realidad y de mí mismo.
Entre estertores te digo, querido hijo Ramón, ¿me permites que te llame ahora fill meu?, que gracias al sida recobré el amor a los demás, algo que tenía olvidado desde que fui joven. Soy culpable hasta cierto punto, traspasándole a la sociedad una parte de mis faltas, es decir, aquellas derivadas de la preconización del individualismo, el consumo, el hedonismo y la vida privada; ofreciendo a cambio nada más que paro, indiferencia y desdén por los perdedores y marginación de las minorías. Debo agradecerle al sida el que me haya convertido en una persona amante, honesta y preocupada por los demás. Junto a él he indagado dentro de mi vida y he podido también amarme a mí mismo, tal como he sido.
Desde que el mundo es mundo, todos los seres tenemos predecesores. La raíz de Tomás Vendrell forma parte de tu genealogía. Esta es la razón de reservar al presente escrito el carácter de legado espiritual a mi único descendiente, que yo conozca.
Después de haberme disfrazado de hippie, bailar el rock and roll, participar en el happening neoyorquino, correr de la mano de Kerouac "en busca del Dharma", tropezar con el pop art y retornar del París de las esperanzas y las desilusiones del Mayo del 68, seguí siendo vanguardista hasta que el "desencanto", llegado con la crisis de valores posterior, dificultó que pudiese nadar a contracorriente por los arrolladores rápidos y cascadas de la sociedad de consumo. Tú no has podido constatar, de la forma en la que nos ha ocurrido a la gente de mi edad, los cambios operados en la sociedad española durante la última década. La profundidad, el alcance y la dirección de ese cambio constituye, por el contrario, harina de otro costal. Los valores estrella de la década de los 80 y, principalmente, de los 90, el culto al dinero y el individualismo, paradójicamente han sido elevados al altar de los tiempos por destacados socialistas. El año pasado le escuché al cantante Miguel Ríos el mejor balance de esta década: "Se ha llegado al desastre real de una sociedad que ya no cree más que en valores contables". Las esperanzas utópicas, la creencia en la posibilidad de cambiar el mundo, que tuvimos mucha gente de mi generación, se ha estrellado contra el muro de los poderes establecidos y ha conducido a dos fenómenos, que son ya lugares comunes de estos años: el desencanto, como he dicho, y el conformismo.
Es muy triste asimismo el vasallo espectáculo de esos colectivos humanos anestesiados por subsidios, que si algo representan es un detestable soborno electoral. Hazme caso, Ramón, trabaja por el progreso general y evita ese incoherente panorama.
Presiento que en el mundo que dejo seguirá implantado el sistema de mercado. Por esta razón, más que alternativas económicas, lo que se producirán serán alternativas culturales. Posiblemente te tocará vivir en un pluralismo cultural. No te encierres, pues, en abstracciones. Sé reivindicativo de los valores culturales catalanes, pero respeta a todos los pueblos. Ahora bien, huye del esnobismo cultural. El hombre culto no se exhibe, es discreto. Aléjate también de la simulación de la cultura. Esquiva a esa gente que cita a escritores, filósofos, historiadores o literatos sin haberlos leído. Las citas son como las joyas falsas. Me alejo de tu lado en unos tiempos donde impera lo light, lo fácil. Por este motivo, te recomiendo que escapes del papanatismo cultural; de esa gente que ejerce una opinión sin criterios propios; capaz de esperar cinco horas en una cola para ver la exposición de un renombrado pintor, sin haber pensado visitar un gran museo; o comprar arte moderno por dinero, sin sentir el menor gusto por él; o pronunciar a cada momento y en todo lugar los nombres más de moda sin conocer el origen de su prestigio.
Evádete igualmente del ruido. Para ser culto es preciso saber escuchar el silencio subterráneo de lo que circula bajo las apariencias, percibir el temblor del mundo que nace y muere cada instante. La cultura lleva consigo mirar a los hombres que amasan la historia con sus aciertos y sus fracasos. Quiero que comprendas, Ramón, que difícilmente quien insulta, quien grita, quien se escandaliza de la vida, está capacitado, ni tiene autoridad, para pontificar sobre la cultura. Así que, ya sabes, aleja de la Fundación a esos que se olvidan que, por lo común, lo que más nos indigna suele ser aquello de lo que más abundamos nosotros mismos.
Cuando determiné, tiempo atrás, cerrar mi contacto con cualquier televisión española, lo hice por su poca cultura. No me extraña que exista gran indignación contra este medio entre intelectuales y artistas. Sólo parece interesar la lucha por las audiencias y la pelea por la publicidad. Millones de espectadores siguen día a día programas "anticulturales", a la vez que violentos. Me da vergüenza ajena que sean éstos los que venden y pide el pueblo. Abunda la mediocridad. Desde que hay más cadenas, en la televisión predomina el cine barato, los culebrones lamentables y los programas de sucesos y de exposición al público de las carnes femeninas. Sólo demuestran una clara falta de adaptación al medio de sus directivos y ejecutores actuales. Mientras esto siga así, mi consejo es que tomes un anestésico que te aísle de la imbecilidad sonora.
El chalet de Cadaqués te vendrá muy bien para evadirte con intermitencia del imperio del ruido que domina la crónica urbana, en la que todos los pretextos son buenos para ofender el derecho ajeno al silencio. En los aeropuertos, en los restaurantes, en los autobuses, donde vayas, reina un ruido horroroso. Todo vale para desfigurar la mal vista percepción del silencio. Las nuevas generaciones heredáis esta invasión acústica inventada por nosotros, los jóvenes de los años sesenta, que, a través del rock, dimos una nueva esencia dionisíaca a la música juvenil. Entre todos se ha sacralizado un instinto nihilista y destructivo, levantando en los estadios, o en los palacios de deportes, inmensos templos provisionales al Dios del Ruido. Me iré sin recelo en este aspecto, sin embargo, porque sé que tú aún distingues la suave armonía de los sonidos del violín; y ahora, de la mano de esa muchachita, Mercè, con la que sales en los últimos meses, por cierto, ¿es tu novia?, te alejas todavía más de ese dios ruidoso, encarnado, según tuvo el acierto de describir Guido Ceronetti, en ritmos de choque estelar y simuladas agresiones bélicas, combinadas con alaridos de víctimas sacrificadas al paroxismo en la eyaculación sonora de los sacrificadores.
Perdóname si soy reiterativo. Debe ser que me lo pide mi estado. Pero, sigo con lo mismo, en esta sociedad donde quedas, en la que todos gritan, bueno es que no olvides la Canción de la vida solitaria, compuesta por aquel singular poeta del Siglo de Oro español, Fray Luis de León, que escribió estos sosegados versos: "A mí una pobrecilla mesa, de amable paz bien abastada, me baste; y la vajilla de fino oro labrada, sea de quien la mar no teme airada".
Mi alma se balancea suavemente al impulso de esas llamas artificiales que son las máquinas del sanatorio en el que esto escribo. El destino quiso que naciese rico y toda mi vida me desenvolviera entre riquezas. Ahora bien, mis valores y símbolos, bien lo sabes, no han compartido el uso capitalista de medir la calidad de las personas por su éxito en dinero. Así es como quiero que tú continúes: trabaja para cambiar esos valores, despojándolos de los mantos simbólicos, caducos y materiales, representados por el Rolls, el yate, el rascacielos o los puestos en los consejos de administración.
Se impone un cambio de mentalidad, en el que lo principal sea la restauración del equilibrio perdido y cada hombre venga a pensarse a sí mismo en relación con todos los demás. La pregunta que debes formularte es ¿qué hago yo? Y debes contestarla sin referentes individualistas; por el contrario, han de ser alusiones hacia múltiples ideales: qué llevas a cabo por el mundo, por la paz, por la solidaridad, por el progreso, por la naturaleza, y por tantas y tantas labores como se precisan.
Lo hemos hablado cien veces, si los jóvenes no creéis en el amor y su rúbrica y su potestad, en la pacificación del planeta, ¿quién va a creer? Soy economista y no filósofo, por lo que, a lo peor, puedo estar equivocado. Pero mi postrer reflexión ve la raíz del mal en una interpretación equivocada de la libertad y en una concepción hedonista de la vida. La libertad se desvirtúa cuando no es entendida como un bien compartido. Nunca puede ser una patente de corso, a medida de las apetencias sin límite de cada cual. Bueno sería que no se olvidara aquel aforismo de otros tiempos: la libertad y el derecho han de equilibrarse con el deber. Y éste último, justamente, es el que nos impone la solidaridad con los demás. En cuanto al hedonismo, entendido como la máxima felicidad posible a través del logro de placeres materiales, superpuestos a cualquier exigencia del espíritu, constituye uno de los peores señuelos para la juventud de hoy. Este hedonismo, al que te ruego des la espalda, viene dado por la búsqueda del éxito rápido por cualquier medio que no sea el esfuerzo paciente y concienzudo; el logro del placer por el placer, sin la menor conexión con garantías trascendentes, y el rechazo de las vocaciones profundas, si no garantizan el lucro fácil. Así es como se enseñorea la lucha inmisericorde entre egoísmos múltiples.
La falta de asideros éticos podría venir compensada por el budismo, del que dicen va a convertirse en una moda. ¡Pues bien venida sea esta moda con 2.500 años! Me causa cierto disgusto no poder vivir este nuevo acontecimiento, que puede permitiros, Ramón, conocer y estimar todo lo que hay de hermoso y válido en este mundo, esté donde esté y venga de donde venga. De esta manera, podrá favorecerse la comprensión y la armonía, en vez del odio, el desprecio y el desafecto, que lleva a los humanos continuamente a situaciones límite. Estimo que en el futuro será precisa, para la convivencia, la construcción de una ética mundial, que pueda uniros a todos en una responsabilidad humana profunda, capaz de evitar los males tan poco humanos de la época que yo he vivido. Para eso, no conviene olvidar uno de los primeros discursos de Buda: "No creáis con demasiada facilidad si alguno afirma que una cosa es totalmente buena o mala. No creáis en libros, en escritos, en teorías, en doctrinas de escuela y comentarios simplemente porque fueron recopilados por ancianos maestros. No existe motivo alguno para conceder fe a alguien únicamente porque se trate de un maestro, de un superior, de un hombre poderoso o de una autoridad. Vosotros debéis sopesar las cosas por vosotros mismos y asentir si vuestra propia conciencia así lo decide porque sea beneficioso y traiga buenas consecuencias para vosotros y los demás: sólo entonces comportaos con toda tranquilidad de acuerdo con ello".
Creo que si el budismo, la cuarta religión del mundo tras el cristianismo, el islamismo y el hinduismo, empieza a fascinar hoy al Occidente poscomunista, no es producto de una moda o de alguna película. Antes bien, lo que atrae del budismo a la neurótica sociedad del presente que me dispongo a abandonar es que ofrece una religión que, en palabras del sociólogo francés Lenoir, "se preocupa por el bienestar de tu cuerpo, sin sentidos de culpa, al mismo tiempo que ofrece una espiritualidad profunda". Krishnamurti ha definido el budismo como "una tierra sin caminos". Esto es lo que nos ha cautivado a bastante gente, mucho antes de ahora: el que sea una religión no impuesta, de absoluta tolerancia, sin dioses, sin dogmas, sin actos de fe y, por tanto, sin excomuniones ni anatemas.
Tengo que dejarte, obligadamente. Pálido y delgado, con una figura antinatural, dejo esta vida. ¡Qué se le va a hacer! El sida tiene mil caras, entre ellas las de la muerte, pero también las de los gestos de amor. Éstos son los que me resultan impagables a Lluís, a Antoni, a Kati, a Teresa, a Joaquín, a Rafael, a Chuta, a Regina y, cómo no, a ti sobre todo. Fill meu, al decírtelo, tengo la sensación como si el corazón estallara hecho pedazos, repartido en fracciones entre vosotros. Besos a todos.
Tomás Vendrell.
Últimos comentarios