Recuerdo unas palabras del senador navarro (de UPN) José Cruz Pérez Laparazán que me convencieron solo por verlas casi todos los días cerca de mi trabajo. Por supuesto, desde ayer, las tengo anotadas en mi cuaderno de notas, y no me cansaré de hacérselas llegar a todos cuantos quieran escucharme: “Uno de los peores errores que suelen cometer los malos gobernantes radica en la tentación de politizar todo lo que es gestión pública y mezclar lo político con lo administrativo”. Y tengo que decir que es verdad, o así lo creo, después de 33 años de funcionario.
Salí de la Universidad Complutense creyendo que los funcionarios y los cargos de gestión de la administración pública debieran ser para cualificados profesionales independientes y, en buena lógica, separar claramente su función y su trabajo de lo político. Lo contrario generaría ineficacia, descrédito y desconfianza del administrado. Y, después del trigésimo noveno robo que he sufrido en un concurso de “libre designación” a manos de los socialistas, tengo que ratificar al senador Pérez Laparazán cuando afirma que si se politiza la gestión administrativa, con retirada de cargos profesionales sustituyéndoles por otros políticos, “tal como –dice él literalmente- se viene realizando en los gobiernos socialistas, se produce lo que hemos visto en los incendios del pasado mes de agosto en Galicia, es decir, desorganización, falta de planificación y, por ultimo, catástrofe”. Más todavía, la sustitución gratuita de buenos profesionales, bien formados, en la dirección de equipos de trabajo de las diferentes administraciones por políticos, cuyo único merito es haber prestado servicios en el PSOE, supone mal ejemplo cuando se predica justicia, equidad y transparencia. Y esto es lo que ya no admito ni admitiré de ningún modo a los políticos socialistas de Cuenca –esos que conceden a sus familiares y militantes las plazas de la Diputación, del Ayuntamiento capitalino y de los puestos de la Junta de Comunidades-.
Por supuesto, tras robarme la última jefatura de servicio (de Formación del SEPECAM de Cuenca), me hallo en estos instantes en el estado de desmoralización y de desmotivación más bajo desde que empecé a trabajar en 1973 en la Función Pública. Sobre todo, porque estos asquerosos pichichanes han terminado de convencerme que, a falta de nueve años y medio para mi jubilación -¡qué joven era cuando entré en este pozo repugnante!-, mi carrera administrativa me la han truncado por completo. Pero no acabarán conmigo. Más bien, todo lo contrario, me he levantado rabioso; y sólo les salva de una militancia directa en el partido más fuerte de la oposición mi esposa, que no quiere que vuelva a esa miserable ágora de analfabetos que cubre la vida pública de Cuenca. Si no fuera por la familia, por descontado, ya abría pedido mi traslado a otra provincia. Eso sí, después de devolverles a estos inútiles de la “cosa pública” el mayor de mis desprecios fisiológicos y psicológicos. Mal enemigo van a tener, si no les ha sido bastante todavía. Nunca les he perdonado y jamás podré perdonarles ya. No citaré nombres, porque en varios de mis libros y en cientos de mis artículos figuran ese contingente principal de incapaces.
En estos momentos sólo me queda alguna esperanza en el Estatuto Básico del Empleado Público, porque entre represalias con esta gente llevo veinte años ya, desde que un tal Felipe González se enterara que yo había trabajado al servicio de Adolfo Suárez, y los pindongos patareros socialistas de Cuenca vieran como éste mismo me presentó como candidato a la Alcaldía de Cuenca. Mala hora, sin duda, porque pasé en ese ayuntamiento los peores momentos de mi vida mientras ejercí de concejal en grupo único (yo solo).
La política que se ha aplicado fría y malvadamente contra mi carrera administrativa por esta gentuza es una franja más de los pésimos vicios y los malos hábitos que se han instaurado durante todo este tiempo de dilación gestora en Cuenca y en toda Castilla-La Mancha. En mi Administración, en la Junta de Comunidades, ¿quiere alguien decirme qué clase de carrera administrativa se puede hacer si en cada jefatura de servicio han colocado un puesto de libre designación? La desmotivación que transmite a los afectados como yo, milagrosamente, no repercute en la calidad de los servicios públicos que prestamos por esas anchas dosis de responsabilidad que poseemos frente a esos pelotas y políticos de tres al cuarto, bastante más escasos de esta virtud, que aprendimos objetivamente antes de que llegaran los socialistas al poder y empezasen a mover esos dedos cirenaicos, insensatos y carentes de cultura administrativa. Así les luce luego el pelo a la hora de los resultados gestores: siempre los últimos. Normal, ¿alguien cree que de donde no hay se puede sacar? Sería como pedir peras al olmo.
Juan Andrés Buedo
Últimos comentarios