Falta ahora mismo en España un escritor del calado de Benito Pérez Galdós, el más fecundo autor de la literatura española tras Lope de Vega. No divisamos anchamente a nuestro alrededor ese estilo tan personal, que infravaloraba la belleza formal, mientras buscaba una expresión directa y sencilla, apta para cualquier lector. No existe tampoco una obra que, a comienzos del siglo XXI, intente describir la evolución de la España actual, como ese autor hizo con la decimonónica, distinguiendo éticamente entre el bien y el mal. Tal vez por esto, igualmente, no existe en estos momentos un análisis bien conformado de los grandes temas que dominan el espacio patrio, al modo como Galdós hizo con los más sobresalientes de su época: el atraso de España, el clericalismo, la superstición, la educación, el progreso, la tolerancia, las libertades individuales, etc.
Sin embargo, en el espíritu español sigue existiendo un mal nacional, que no ha curado ni el desarrollo económico ni el bienestar social, perdurando a menudo en los “episodios” que cotidianamente nos trasladan las noticias de hoy. Terminan nuestros aires de comprobarlo alrededor de los fuegos producidos en Galicia, mientras leíamos una novela clásica de Galdós, Miau, que le fue regalada a este editor días pasados por Ana Rosa, la compañera desprendida y gentil que ha traído nuevos bríos al Centro Base de Discapacitados de Cuenca, dándonos vigor y ánimos flamantes a todos los antiguos profesionales de éste, hasta hacernos recordar que siempre hay algo ajeno a cada uno que merece la pena vivir generosamente. Si esto ocurriera con más frecuencia, seguro que huirían de nuestro alrededor una cantidad nada desdeñable de prejuicios y defectos que todavía atosigan el alma hispana.
La última semana corroboran esto último varios acontecimientos, hasta incitar a un escritor, que podría cubrir con facilidad el hueco reclamado más atrás –“hacer” las veces de Galdós-, a denostar sin piedad el “odio hispánico”. Nos estamos refiriendo a Félix de Azúa, y en concreto a su artículo Padres de la patria (vid. http://blogs.elboomeran.com/, 10/08/06). Su punzada hiriente contra el odio debería hacernos caer a todos en la regla de lo positivo y, en lugar de dejarnos dominar por el capitalismo de ficción hoy imperante (cfr. el artículo Capitalismo de ficción de los socialistas conquenses, publicado ayer en La Vanguardia de Cuenca, http://jabuedo.typepad.com/la_vanguardia_de_cuenca/), tomar conciencia de los peligros que corremos al no combatir día a día a esos maleducados, intolerantes, inciviles, díscolos, estúpidos, petulantes, bravucones y –como dicen llanamente los que del pueblo se tienen para catalogar a esos bichos- “tontos del pijo”. Son corrientemente unos acomplejados (al estilo de los independentistas radicales que dan cancha a ERC, Batasuna y grupos similares) que, como dice Azúa, son simples derrotados por la justicia y la mayoría, cuya vergüenza se ven obligados a trasladar al más próximo para echarle la culpa del fracaso obtenido por su postura e incongruencias. El estrafalario odio al más próximo y los incendios gallegos poseen tanta calidad y penetración que merecen ser absorbidos por nuestros aires, y así, con esos resoplidos impolutos que con frescura echamos desde aquí, ser aspirados por cuantos necesiten oxígeno fresco en su hado vital:
El odio al más próximo aparece cada vez que se produce la certeza de un fracaso común. Lo cual sucede en las naciones, en las familias, en los negocios compartidos, en los matrimonios, en los viajes organizados y en toda empresa colectiva que se va al garete. No es fácil soportar la culpa, ni comportarse responsablemente ante la propia inoperancia. Creo recordar que es en el Bhagavad Ghita en donde el derrotado emperador de la India se ve en la obligación de enseñar al joven Alejandro lo que debe hacer un rey que ha vencido a un emperador y le va dictando los pasos rituales, incluida la decapitación del vencido.
Cuando el que se siente culpable del desastre carece de fortaleza moral, acusa de su fracaso al primero que pasa ante la mirilla de su escopeta. La causa de todos los fracasos de algunos vascos son los españoles, la causa de todos los fracasos de los nacionalistas catalanes la tiene Madrid, los fracasos del PP son culpa de los socialistas y viceversa, muchas mujeres creen que su desgraciada situación obedece a una culpabilidad natural de los hombres y no pocos hombres desgraciados se creen víctimas de las mujeres.
Para poder cerrar los ojos ante la propia incompetencia, la incapacidad para cumplir con la tarea asignada y la falta de coraje para asumir responsabilidades, se hace imprescindible un chivo expiatorio. De ese modo el incompetente mantiene una última pretensión de inocencia que sólo él defiende ante un escenario desolado antes de quedarse solo por completo.
El último capítulo del odio hispánico, con motivo de los incendios gallegos, es tan colosalmente idiota que lleva a creer en el derrumbe ineludible de toda la especie política española. Como en Italia, los ciudadanos nos encontramos secuestrados por bandas de parásitos que se acusan mutuamente de todos los males que nos infligen. Esos males que nos abruman son, sin embargo, el objeto con el que justifican sus elevados salarios. Se supone que han sido elegidos para impedirlos. Por el contrario, se alimentan de ellos.
Entre las ruinas de un país donde la zona salvada de las llamas es un desierto, y la que no es un arenal o un baldío de ceniza humeante es una termitera de cemento, los cabezudos de cerebro de cartón se apalean incansablemente con las tibias de los muertos, pero en sus bolsillos suenan las monedas de oro.
Mientras tanto, la prisa nos quema, como resume en su crónica la periodista Mónica Fernández-Aceytuno. Ahora, con las chanclas quemadas y la lengua tiesa, los psocialistas han encontrado la horma de su propia demagogia. Principalmente porque los incendios, como acaba de reconocer la ministra responsable de la materia (la Narbona), han transformado en “dramática” la situación que se vive en Galicia, sin que se prevea que cambie –en cuanto a condiciones meteorológicas- ésta al menos hasta el próximo día 14 de agosto.
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aterrizó ayer en Galicia de urgencia para «asumir responsabilidades», ya que -dijo- el Ejecutivo es consciente de que «tiene un desafío serio y una situación difícil». Y lo hizo apenas seis horas después de que su ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, fuese el primer miembro del Ejecutivo que ponía un pie en tierras gallegas desde que hace seis días comenzase a arder la Comunidad.
Con el gesto serio, no le sentó nada bien el abucheo que tuvo a su llegada al Pazo de Raxoi, en la compostelana Plaza del Obradoiro, Rodríguez Zapatero, acompañado del presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, Esa desaprobación es un ejemplo evidente de la sensación de descoordinación e imprevisión que han transmitido Gobierno y Xunta, y que han venido denunciando en los últimos días tanto los propios vecinos afectados por las llamas como los profesionales encargados de combatirlas. «He querido estar cerca de quienes hacen frente al desafío del fuego», comenzó diciendo, y acabó justificando su presencia «para que los gallegos sientan que sus gobiernos hacen frente a los problemas».
Rodríguez Zapatero pernoctó en la capital compostelana después de pasar toda la tarde reunido con el «gabinete de crisis», y se desplazará a primera hora de la mañana de hoy a conocer de primera mano las labores de extinción de los incendios a dos de las comarcas más devastadas por las llamas, los concejos pontevedreses de El Campillo y Soutomaior. Por la tarde, el presidente del Gobierno retomará su periodo vacacional en Lanzarote.
Esto es infinitamente más grave que lo del «Prestige», porque el mar es un medio homogéneo donde la vida se regenera a mayor velocidad que en la tierra. Si nos atenemos a Félix de Azúa, aquí no cabe el odio. Pero sí la crítica llana y objetiva. Esta que nos deja ver las numerosas llamas del incendio gallego, otro episodio nacional que agregar en el siglo XXI a las fuentes galdosianas, pues psicología posee. Claro que esta es contundente y antisocialista –por ineficaz, a sus usos y costumbres-: una devastación del fuego y sus dramáticas consecuencias (no sólo ecológicas, sino también humanas, económicas e incluso sentimentales), ante las que el Gobierno trata de reaccionar tan solo para lavar la imagen de impotencia e ineficacia en un asunto que afecta gravemente a la seguridad ciudadana. Es posible que únicamente tras ver al jefe de la oposición visitando la zona mientras él disfrutaba de su descanso en Canarias, Rodríguez Zapatero decidiera finalmente acudir a Galicia. Lo hizo, como hemos dicho, el mismo día que la ministra de Medio Ambiente, que desde luego no está mejorando en nada la deficiente gestión de su departamento -compartida con la Junta de Castilla-La Mancha- en el voraz incendio que el año pasado se llevó por delante la vida de once agentes forestales y que arrasó decenas de miles de hectáreas en Guadalajara. Tras las primeras investigaciones policiales (que apuntan a otros grupos), Narbona dio marcha atrás en sus malévolas insinuaciones contra «retenes despechados» como posibles autores de los incendios. La falta de pruebas y de respeto a un colectivo que se está dejando la piel entre el fuego le deben haber hecho regresar a una actitud más responsable y sensata que la de criminalizar al tuntún, con un lenguaje de romanza de zarzuela, a los trabajadores. Sin embargo el daño está hecho y es imperdonable. Por esto mismo nuestros aires piden a ZP el fulminante cese de esa ministra, pues para rasgarse las vestiduras siempre encontrarán militantes socialistas tanto o más incompetentes que ella.
Aires de La Parra
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