La calumnia irredentista del nacionalismo tiene mucho de ese sentido del resentimiento que nos dejara Nietzsche en un trabajo enormemente nocivo. Para él los que se sublevan son siempre la plebe, un juicio que inmoviliza a menudo a la élite en sus siempre necesarios destinos dentro de la democracia. El lenguaje como reflejo ideológico es un mito del silencio. La élite, como mercaderes, comercia políticamente con la Esfinge de la democracia misma. Esta produce injusticia por todos lados, porque todo lo que toca está meduseado. La Esfinge-Medusa habla democráticamente para convertir a los hombres en las piedras idóneas de la mercancía. Esta injusticia que corroe el alma de los más sencillos, de los más "diminutitos", es la que promueve y fuerza la identificación de los intelectuales con la Esfinge.
Esto es lo que parece haberle ocurrido a uno de los intelectuales del régimen soicialnacionalista gallego, Suso de Toro, en un contumaz, intolerante, tergiversador y celestino (encubridor y alcahuete, mentiroso, en suma) artículo publicado por el diario oficial psociata-polanquista, El País, que hoy delata con pluma magistral y profundidad indeleble en “la tercera” de ABC (http://www.abc.es/20060813/opinion-la-tercera/jugar-calumnia_200608130246.html) su director, José Antonio Zarzalejos. Quien por español se tenga y de castellano ejerza sólo puede escupir a fulanos e ideas como los del toro ese, una porquería excremental, vil producto del sino de los nacionalismos clásicos que habitan Galicia, Cataluña y el País Vasco, que, liados a su manta de la cabeza, únicamente se dedican a buscar chivos expiatorios que sugieran de forma persistente que lo ajeno a un entendimiento de lo propio es una realidad amenazante y culpable de sus males.
El Suso de Toro, como se lee en El País, en un artículo “mierdológico”, que lleva por título “Jugar con fuego”, alcanza un grado inaceptable de calumnia política, y, como resume Zarzalejos, el autor que inspira -dicen- algunas de las tesis del presidente del Gobierno, llega a afirmar que «la trama que actúa como guerrilla insurgente aquí y allí castiga a una sociedad que hace justo un verano ha tomado una decisión seria, jubilar dieciséis años de administración de la derecha». El articulista -que lanza una acusación ayuna de cualquier cautela pero henchida de sectarismo e impotencia- se permite, igualmente, suponer que los incendios forestales en Galicia constituyen «un pulso a la sociedad en toda regla». Y no contento con la calentura de una tesis conspirativa impropia de sostenerse en un soporte riguroso, Suso de Toro advierte de que la actual administración -no se sabe si la central o la autonómica o ambas- cometió un «error de apreciación, pensó que se hallaba ante la campaña de incendios anual y crónica cuando enfrentaban una campaña bien urdida». Este personaje -como recalca Zarzalejos, sin hacer deducciones que no sean literales- “está acusando a tramas proclives al Partido Popular de provocar los incendios en Galicia. De ahí a culpar al partido de Rajoy del infierno gallego de estas jornadas, media un paso. Se percibía ya la tentación de incurrir en la acusación abierta. El autor que nos ocupa, ha caído en ella rindiendo, de nuevo, un servicio al guerracivilismo, últimamente un género periodístico (¿) francamente concurrido. Está jugando, y él lo sabe, -no con el fuego, como titula su proclama- sino con una pura y dura calumnia”. Cierto y verdad, resaltan nuestros aires, no afiliados a partido político alguno y viajeros por las grandes llanuras de las ideas políticas mejor enfocadas. Y la denuncia de Zarzalejos no puede caer en saco roto, al menos cuando resalta:
(...) Ni Suso de Toro, ni otros, tan activos cuando el chapapote ennegrecía las costas gallegas, transidos entonces de una extraordinaria sensibilidad ecologista, demuestran ahora la ecuanimidad y solvencia que tantos y tantos les atribuyeron. Por el contrario: se están retratando en un sectarismo extremo, temerariamente imprudente, abiertamente calumniador -siempre, eso sí, amparado en una impecable dialéctica de carácter ideológico y nacionalista que recubre el argumento con una pretendida respetabilidad-, que la derecha en la persona de Mariano Rajoy ha respondido con una probidad moral que reconforta en lo ético aunque en lo estrictamente político testimonie que la pelea por el poder quizás requiera de más estrategia, de mejor táctica y de mayor intencionalidad. La ministra Narbona -en su aparente inocuidad- se ha querido librar de la quema -y en parte lo ha conseguido-lanzando la especie de los pirómanos «despechados». Visto está que otros han seguido el hilo de su argumento lenitivo.
Es casi seguro que en los incendios de Galicia hayan intervenido auténticos criminales, pero formular acusaciones en los términos en los que se viene haciendo -llegando al paroxismo calumniador de Suso de Toro- constituye una ruindad política intolerable. La asunción de las responsabilidades en la gestión de los intereses públicos es el principio esencial de todo buen gobierno y las fórmulas tramposas para la elusión de esas responsabilidades son las que distinguen a un Ejecutivo filibustero y oportunista de otro serio y consciente de sus obligaciones.
El nacionalismo en general -y los periféricos españoles en particular- están en la operación histórica sostenida de desprenderse de cualquier responsabilidad política o social por más que desde que se proclamase en España la democracia hayan dispuesto, no sólo de amplios mandatos de Gobierno en sus comunidades respectivas, sino también de decisivo protagonismo en las políticas de Estado. (...) Remite también a una épica ruralista según la cual los auténticos gallegos, vascos y catalanes padecen determinados problemas y registran no pocas carencias por el aplastamiento nacional de España, entendida ésta como un ectoplasma que se hace corpóreo ahora en el Partido Popular, antes en el socialista -¿no recuerdan en el PSOE los años de la LOAPA y el abandono de Pujol que desvencijó a Felipe González en 1996?- y, más adelante, si preciso fuere, en la Corona o, como con injusticia inveterada se reitera, en la vieja y noble tierra castellana.
De ahí que en Cataluña, en el País Vasco y ahora también en Galicia, sus respectivos nacionalismos busquen siempre, de forma sistemática, un chivo expiatorio que sugiera de forma constante que lo ajeno a un entendimiento endogámico y hermético de lo propio es una realidad en todo caso amenazante y culpable de sus males. Esta es la tesis imperturbable que emerge entre las llamaradas de la Galicia casi calcinada. Como poco antes surgió de la Cataluña irredenta y, antes aún, del magmático nacionalismo vasco que ha hecho de la transferencia a otros -a ellos, es decir, a nosotros, a los españoles- la responsabilidad de todos y cada uno de sus males. Se trata, en definitiva, de una permanente calumnia histórica que se actualiza ahora con tesis tan miserables como la de este presunto ensayista que denuncia que otros juegan con fuego mientras él lo hace con la acusación falsaria.
Con este Gobierno de incompetentes, personificado en “el sonrisas” (bobas, por supuesto) y desarrollado a través de formas maniqueas de desenvolvimiento ideológico, no puede extrañarnos que Pasqual Maragall hable ya de la España “residual” en Cataluña. Y es que excedente y fraccionaria es la acción política ejercida por el Estado regido ahora desde las cunas socialistas, que están demostrando una evidente incapacidad de respuesta, tanto al fuego gallego como a cuantos temas nos trae la actualidad. En efecto, somos de la opinión resumida en otro editorial de ABC:
Si en algo no se puede exonerar a ninguna administración pública es en la prevención de incendios en Galicia. Pero la pauta de encadenar promesas electoralistas, proclamas de firmeza y anuncios propagandísticos es la misma en otros muchos problemas nacionales. La inmigración, la sequía, la inseguridad ciudadana, la violencia contra las mujeres o el mismo proceso de fin del terrorismo retratan a un Gobierno que dice a la opinión pública lo que ésta quiere oír, pero luego es incapaz de llevar a la práctica una política sostenida, coherente y decidida para lograr los resultados prometidos. A todo esto se une la tendencia del Gobierno a generar grandes expectativas a cargo de sus promesas y luego endosar a otros las causas de sus fracasos. Se dijo que habría agua para todos a pesar de la derogación parcial del Plan Hidrológico Nacional, que las mujeres maltratadas estarían protegidas -ya son cuarenta y cinco las muertas por sus parejas-, que se acabó la inmigración ilegal gracias a la regularización masiva y que la paz no se haría a costa del Estado de Derecho. Dos años después, esas promesas no resisten la más mínima auditoría con la situación actual de los problemas a los que se referían, lo que afecta no sólo al propio Gobierno y al PSOE, sino también a esa izquierda cultural y social que tan servilmente actuó de amplificador callejero de las movilizaciones contra el Gobierno de Aznar y que ahora, ante similares problemas, pero mucho más agravados, callan y exhiben el sectarismo que les movió entonces y que le ha hecho desaparecer en la actualidad.
Ante lo cual, es más necesaria que nunca una oposición con capacidad de presencia y comunicación, tanto como una opinión pública que eleve el listón de la exigencia a un Gobierno realmente ineficaz, como es este de Zapatero. El pensamiento de la angustia de la nada, del "olvido del ser", o de la ontología del ocaso, busca confundir el pensamiento. ¿Cómo se logra esto? Pues se logra a través del contrasentido del prestigio de los "pensadores" y a través de la contradicción misma de los hechos: lo que los demagogos dicen que es la realidad no es lo que la realidad proyecta. Hay un abismo entre palabra y hecho que los "sofistas" de la postmodernidad manipulan. La verdad ha perdido su sentido en el pesimismo de la palabra como acontecimiento despolitizado. Y los pensadores españolistas no pueden ser "prestigiosamente" apolíticos, por mucho que ser apolíticos les provea dinero. De ahí que tengan la obligación de poner pecho –y cabeza- frente a los “susos” y demás compañía.
Podríamos llamar a estos los “progrefachas”, haciendo un difícil volcado de la inversión en la que les somete a menudo el poder, en un abuso ideológico de esa izquierda que suele tenerse por avanzadilla y, al fin y a la postre, nos conduce casi siempre a todo lo contrario: a la reacción más grande contra el cambio práctico y positivo. Así resulta que la modernidad, al final, va segregada de los ejecutivos izquierdistas, más propenso a los fracasos en sus programas y utopías –parte de las cuales las hace efectivas la derecha-. Y siempre vuelven a caer los progrefachas en sus inamovibles retóricas maniqueístas, que, contra lo dicho por Juan Cueto en El País, allá por el 19 de febrero de 2006, pululan en el “frente de izquierdas” más que en cualquier otra banda del ciberespacio, por no saber (o no querer) realizar una crítica objetiva de sus principios ni de sus personajes.
Si echaran mano de esta herramienta los susos y compañía, al menos de vez en cuando, nos presentarían los devaneos gubernamentales con más imparcialidad, porque ésta es elocuente al demostrar que entre ellos no falta de nada, dando para escribir las veinticuatro horas del día, desde sainetes hasta tragedias y melodramas. Una ficción tras otras salidas de esas cada día menores “iluminadas sorpresas” del presidente ZP, todo un transformador de la realidad para dejarla peor de lo que está. Acostumbrado el Rodríguez a la vida palaciega, va disminuyendo en su dedicación “inconfortable” de coordinar las labores apremiantes de una manera eficiente. Y así, los tres días que “perdió” en el incendio de Guadalajara, en el que “teatro” echó en exceso pero soluciones ninguna -tan es así que no se ha puesto las pilas aun y los afectados le han echado coraje declarándose “en pie de guerra”-, los amplió a su estancia veraniega en Lanzarote. ¡Y es que eso de dar…! Así pues y como el palacete no debe estar nada mal –nada menos que la residencia real de la Mareta-, pues eso, a aprovechar hasta el último minuto. ¡Y es que, lo bueno, eso si que es otra cosita! ¿Verdad progrefachas?
Aires de La Parra
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