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Las fotos son tan elocuentes y el contraste tan directo, que ponen en evidencia a una realidad que nos rodea y entretiene a diario. Esta realidad que se mueve ante nuestros ojos como un juego malabar a punto de derrumbarse. Compone, como se afirma entre los buenos corazones, una realidad que queremos aprender a situar, si es preciso haciendo malabarismos, pero sobre todo con la esperanza de no jugar más con la vida. En este sentido, al contemplarlas, hemos recordado algunas situaciones que nos tienen que motivar para emprender esta tarea. Al mirar esos patéticos ejemplos hasta nuestros instintos ponen en duda si habrá vida antes de la muerte. Según el Banco Mundial, 1.126 millones de personas sobreviven con menos de un dólar diario. Entre 14 y 18 millones mueren de hambre cada año.
En España, pero a su lado están las decenas de los países capitalistas/consumistas que encabezan este planeta, también existen situaciones de carencia dentro de "la sociedad de los dos tercios". Unas personas que no tienen ningún protagonismo, no votan, no se manifiestan, no pueden hacer huelga (porque no trabajan) y, en definitiva, es como si no existieran. ¿Por eso no luchan ETA ni los batasunos, verdad? ¡Ellos quieren país, dinero, casas, gozo! La muerte la conocen en el contrario, por la espalda y a través del tiro en la nuca. Pero cuando ven a la pobreza de nuestro download, ¿qué piensan? ¿Creen en la solidaridad? ¿Cuándo la practican ellos?, ¿con quién?, y ¿por qué? Son preguntas que se repiten sobre la tormenta de asesinos indocumentados (“terroricidas”) que, se sitúen en la religión que les plazca, la ideología que les venga en gana, la clase social donde quieran o el país que más les convenga, en su hipócrita fariseísmo dejan al aire con toda evidencia la maldad de sus almas y los demonios de sus cuerpos. ¡No son seres humanos!
No lo son cuantos violen los Derechos Humanos. Esa serie de injusticias que delatan esta especie de “enmienda a la totalidad” de nuestro mundo, continúan los malos tratos y cualquier tipo de violencia doméstica. Si muchos comportamientos sociales injustos e incluso deshumanizadores resultan tan difíciles de erradicar, es porque están legitimados por la cultura dominante. Por eso, siempre es bueno continuar las buenas ideas y seguir a los grandes hombres. Y antes que los Bin Laden y el conjunto seriado de locos que no destacan en, por y para la libertad ni la justicia, Juan Pablo II, más humano que ellos y mejor persona también, creó el Pontificio Consejo para la Cultura, al que le asignó dos fines: uno el diálogo entre la fe y la cultura, que nada tiene de extraño, y un segundo fin, para nuestros aires mucho más trascendente, que sorprendió bastante porque parecía más propio de "Justicia y Paz" u otros organismos similares, que era defender al hombre.
Al ver entonces las fotos del download, que deberían tener en su mesa de despacho los Bush, presidente de Irán y buena parte de los presidentes de los estados en los que hoy se divide la Tierra, antes que gastar el dinero público en armas pasarían en cierta medida a gastarlo en la escuela. Sobre todo porque ésta, antes que las demás instancias, tiene planteada la tarea de educar para la justicia y la solidaridad, que debe convertirse en un "eje transversal" que recorra todo el currículum. Esto es fácil en la media que todos pongamos una parte de nosotros mismos en transmitir que no se aprende por conocimientos teóricos (como las matemáticas) y que tiene en contra la influencia del ambiente que respiramos (culto al dinero, competitividad...). Por eso tiene importancia decisiva crear en la escuela una especie de "micro-clima" solidario que ayude a todos a superarse.
No podemos seguir ignorando la realidad. Más todavía, hay que asumirla y transformarla, radicalmente. Ahora ya no podemos conformamos con proclamar que “otro mundo es posible”; sino que tenemos el deber de proclamar que es factible, y, por más trabas y zancadillas que pongan los subnormales de los líderes dominantes, lo haremos.
Ahora bien, en este ámbito la utopía es necesaria en todo momento y lugar, porque la desigualdad entre ricos y pobres aumenta, según la ONU, incluso en países del Primer Mundo. Centro América, según la OEA, es la región más injusta, por esa desigualdad sistemática. Hay más riqueza en la Tierra, pero hay más injusticia. África ha sido llamada “el calabozo del mundo”, una “Shoá” continental. A todas esas fuentes se unen las de la FAO, que nos dice que 2.500 millones de personas sobreviven en la Tierra con menos de 2 euros al día y 25.000 personas mueren diariamente de hambre.
Hay que hacer “más y mejor” política, pero no podemos detenernos ni medio segundo. Hace más de 500 años, en los comienzos de la modernidad, un hombre joven, de la edad estudiantil de 22 años, concibió un discurso – destinado a iniciar una nueva época, aunque nunca fue pronunciado– sobre la «dignidad del hombre» (De hominis dignitate). En forma programática describe en este discurso el nacimiento del Yo moderno concebido por el espíritu del Renacimiento. Este nacimiento marca el comienzo de la apertura global al mundo que, pocos años después, había de ser realizado geográficamente por Cristóbal Colón.
El joven que había escrito esta apoteosis del hombre forjador del mundo se llamaba Pico della Mirandola (1463-1494) y fue un humanista italiano del siglo XV. En forma de una fábula sobre la creación, describe Pico cómo Dios, el «sumo arquitecto», coloca al hombre en total libertad en el centro del mundo y lo capacita para perfeccionarse a sí mismo y para formar al mundo.
Pico le hace decir al «sumo constructor»: «Has de determinar tu naturaleza tú mismo, sin restricción alguna y sin estrechez, según tu propio y libre parecer». «Yo te he puesto en el centro del mundo para que de allí te sea más cómodo darte cuenta de cuanto hay en el mundo. No te hicimos ni celestial, ni terrenal, ni mortal, ni inmortal para que, como tu propio escultor libre y creador (plastes et fictor), te des a ti mismo la forma que prefieres. Puedes degenerar a lo bajo y animal (degenerare); pero también puedes regenerarte a lo alto y divino».
Esta posición central del hombre marca el principio de la modernidad. Todo el espacio del mundo se convierte en tarea; el hombre entra en el papel del formador del mundo. La globalización empieza y con ella se vislumbra el proyecto de la modernidad – pero también su ambivalencia.
La globalización se ha convertido en una palabra clave. Ningún eslogan configura como éste los discursos y los sentimientos del presente. Por un lado, conlleva expectativas y esperanzas, por el otro, angustias y temores. Los unos están visualizando la cooperación extendida por el mundo entero y el bienestar global en todos los continentes, mientras que otros temen la segregación social en todo el planeta y una cultura uniforme que nivele las demás culturas. Indiscutiblemente, la entrada al tercer milenio está acompañada ya por el aumento y la intensificación de las relaciones sociales que están convirtiendo al mundo en una «aldea global». El aumento y la intensificación de las interacciones transnacionales inserta cada vez más a los individuos y a las instituciones en una red compleja de mutuas dependencias. La referencia decisiva ya no son los diferentes estados nacionales, cuya soberanía disminuye, sino el mundo como un todo o, al menos, grandes regiones del mundo. Pero dentro de este mundo debe discurrir un nuevo trasfondo moral, asentado en la justicia y la solidaridad. Ambas son asequibles con una cultura en paz, menos consumista y desterradora de egoísmos aviesos. Nuestros aires claman para que esas fotos indignas pasen a la historia en el menor tiempo posible.
Aires de La Parra
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