La reunión del G8 que se celebró a mediados de este mes de julio en la ciudad rusa de San Petersburgo vino marcada en su inicio por el conflicto que está viviéndose en Oriente Medio, tras las ofensivas del Ejército israelí en Gaza para responder a los ataques de Hamas y Hezbolá y al secuestro de tres de sus soldados por los terroristas. Los ocho grandes emitieron una declaración conjunta en la que pidieron a Hezbolá que liberara a los secuestrados y exigía a Israel que retire a sus tropas de Líbano y Gaza. El documento, que puede leerse en la web oficial del evento ( , en inglés), alude también de forma velada a Siria e Irán, países a los que Estados Unidos e Israel acusan de sostener a organizaciones terroristas como Hezbolá y Hamas: "No puede permitirse que los elementos extremistas, y quienes los apoyan, hundan el Medio Oriente en el caos, y provoquen un conflicto generalizado", expresa el comunicado. En cuanto a la reacción de los diferentes líderes reunidos en San Petersburgo, destaca el apoyo mostrado por el presidente de Estados Unidos, George Bush, a Israel, insistiendo en el «derecho a defenderse de los ataques terroristas» que sufre, aunque matizando que el Gobierno de Ehud Olmert «debe ser consciente de las consecuencias» de sus acciones. Bush recalcó la influencia de Irán y Siria en las organizaciones terroristas de la región e instó al resto de potencias a asumir que para la resolución del conflicto es necesario que se afronte la cuestión. En este sentido, Bush recibió el apoyo del primer ministro británico Tony Blair, que culpó a sirios e iraníes de no desear la estabilidad de la zona: «Hay algunos países en la región que no desean el éxito de los procesos de democratización, paz y negociación». El presidente francés, Jacques Chirac, prefirió centrarse en Israel, a la que pidió que detuviese unas acciones que «ponen en cuestión la seguridad, la estabilidad y la soberanía del Líbano». Vladimir Putin, que ejercía de anfitrión, apostó por «hacer los máximos esfuerzos para resolver la crisis de manera pacífica» y mostró su esperanza en que no se haya agotado el margen de maniobra para la diplomacia. Dentro de esta última, sin embargo, ese conflicto fronterizo ha evolucionado -como de manera infausta era previsible- en la dirección que a nadie le encaja. Ni a los israelíes, porque conforme se producen resultados indeseables en sus bombardeos se debilita su posición moral; ni a Hizbolá, puesto que sabe que en ningún caso se producirá un resultado en el que siga teniendo margen para atacar impunemente otra vez a los ciudadanos de las ciudades del norte de Israel; ni, sobre todo, a los civiles -libaneses e israelíes- rehenes y víctimas inocentes de esta lamentable situación. En esta situación, la comunidad internacional asiste estremecida a esta sucesión de catástrofes, ya sean causadas por los bombardeos israelíes o por los lanzamientos indiscriminados de misiles contra Israel; viendo, además, que de todo ello sólo sacan partido los predicadores de la violencia y la confrontación. El bombardeo de Qana fue ayer la mejor demostración de la perversidad de un tipo de guerra que ambos contendientes saben que tendrán que parar, antes o después. Se sabe que los misiles «katiusha» que utiliza Hizbolá son camuflados al abrigo de viviendas donde se refugian civiles, e Israel debió haber tomado todas las precauciones posibles antes de lanzar un ataque que el mundo ha condenado unánimemente. Los militares israelíes han ejercido en todo momento su derecho a la autodefensa, pero desde el primer día fue evidente la advertencia de que tal ejercicio debía llevarse a cabo con proporcionalidad. Cualquier pensamiento dotado de humanidad convendrá que lo que sucedió ayer rebasa claramente el citado criterio. Israel no ha ganado nada desde el punto de vista militar con esta acción, que ya no es la primera, y, sin embargo, con el peso de la tragedia sobre sus espaldas, se ha debilitado su posición en las inevitables negociaciones de paz que deben tener lugar cuanto antes. Para Israel sería mejor acceder ahora a la tregua que esperar a que las condiciones políticas puedan llegar a ser todavía peores. Una labor en la que debe confiarse –aunque esto sea difícil- en la intervención diplomática internacional. Esperanza ubicada en el riesgo de que, debido a la compleja naturaleza del conflicto, se produzcan otros errores como éste o porque -pensando también en sus propios ciudadanos- las bravatas de los líderes de Hizbolá prometiendo venganza añadan más víctimas inocentes. También Hizbolá debería tener en cuenta todo lo que ha pasado, para posibilitar cuanto antes el final de esta guerra. Su actuación no está en absoluto libre de responsabilidades, porque, a diferencia de Israel, el único objetivo que ha tenido ha sido asesinar civiles indiscriminadamente. Ni uno solo de sus miles tenía objetivos militares, y el hecho de que sus artilleros hayan sido más o menos certeros no les exime de su inhumana responsabilidad, porque su intención ha sido siempre -como la de los terroristas en general- la de causar el mayor daño posible. Sin duda, como leemos en un certero editorial del diario ABC de hoy, "es inmoral seguir utilizando a los civiles libaneses como escudos para camuflar sus mortíferos misiles, pero no le corresponde a un país democrático donde impera la ley actuar sin escrúpulos a la hora de combatirlos. Si pudieran, los terroristas no dudarían en seguir escondiéndose, aunque no quedase más que una sola vivienda en pie, pero eso no justificaría que el Ejército israelí arrasase con todas las casas del Líbano". En esta situación, pues, no queda otra salida más racional que apoyar los esfuerzos del secretario general de las Naciones Unidas en la solicitud de un alto el fuego inmediato de ambos beligerantes, de manera que se abran las puertas para el despliegue de una fuerza multinacional de interposición, liderada por la Unión Europea. Casi con seguridad, la presencia de un sólido contingente occidental serviría para asentar la soberanía del Líbano como paso previo a la desaparición de Hizbolá como fuerza armada y representaría la garantía de seguridad que Israel ha pedido siempre. Pero en estos momentos, y por encima de otras miras, resulta indispensable que dejen de morir civiles inocentes. Todavía más si nos atenemos a las palabras del primer ministro israelí, Ehud Olmert, que ha afirmado hoy que no habrá alto el fuego con la milicia chií libanesa Hizbolá en los próximos días. "No hay alto el fuego y no habrá alto el fuego", declaró en una comparecencia de prensa difundida por medios de comunicación locales. Olmert aseveró que Israel "continuará luchando" contra la organización chií, de la que dijo, "no podemos permitir que sigan fabricando más morteros ni más misiles". Además, pidió perdón "desde lo más hondo de mi corazón por todas las muertes de niños y mujeres en Qana", ya que "no eran nuestro objetivo, no eran nuestros enemigos y no íbamos a por ellos", remarcó. El primer ministro israelí Ehud Olmert y el titular de Defensa, Amir Peretz ordenaron a la Fuerza Aérea, de común acuerdo, cesar durante 48 horas sus bombardeos contra objetivos en el Líbano, pero reservándose el derecho de hacerlo para apoyar a las fuerzas de tierra, o contra los milicianos al disparar cohetes. Peretz añadió, en una sesión extraordinaria del Parlamento (Kneset), que Israel no aceptará un alto el fuego "inmediato" si no obedece a ciertas condiciones. "Como hombre de paz, os digo que no se debe proclamar un alto al fuego inmediato sin acuerdos previos", en alusión a que Israel no lo aceptará si Hezbolá no devuelve a los dos soldados hebreos que retiene secuestrados desde el pasado 12 de julio y si el Ejército libanés no despliega sus tropas en el sur del país para controlar la frontera. La situación, agravada como consecuencia del ataque perpetrado ayer en Qaná, llevó a la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, a señalar poco antes de abandonar tierras israelíes que esta misma semana puede conseguirse un alto el fuego entre Israel y el Líbano. "Debe ser parte de un acuerdo de largo alcance que permita al Gobierno de Beirut tomar el control en el sur" del país, donde actualmente lo ejerce la milicia chií libanesa Hizbolá, ha precisado. La jefa de la diplomacia estadounidense solicitará esta semana a la ONU, probablemente en la reunión de ministros de Exteriores de los países que forman parte del Consejo de Seguridad, que apruebe una resolución sobre un alto al fuego. Simultáneamente el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, insistió hoy en que cualquier alto el fuego en Oriente Medio debe ir acompañado de un acuerdo más amplio que conduzca a una paz sostenible y duradera en la región, antes de avanzar que se reunirá esta noche en Washington con la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, que regresa de Oriente Medio tras una misión diplomática a la zona. Respecto a la próxima reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, esta semana, el presidente de EEUU sostiene que "trabajaremos para alcanzar un plan en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que haga frente a la raíz de los problemas, de forma que lo que salga del Consejo de Seguridad sea algo duradero y que la gente de Israel y el Líbano sean capaces de vivir en paz". Por su parte, el ministro israelí de Justicia, Haim Ramón, ha matizado que la suspensión de los bombardeos no significa el fin de la "guerra" contra Hezbolá. "La suspensión de nuestras actividades aéreas no significa en ningún caso el fin de la guerra, al contrario, esta decisión nos permitirá ganar esta guerra y reducir las presiones internacionales". Sus palabras las ha reafirmado poco más tarde el ministro israelí de Defensa, Amir Peretz, quien ha subrayadado: "Estamos en una guerra para defender nuestros hogares, una guerra que se nos impuso, y estamos decididos a vencer". Con todas las dificultades narradas, y mientras las dimensiones de la tragedia aumentan, la diplomacia ha pasado a la ofensiva. Así, negociadores de todo el mundo intentan que al fin se consiga la paz y acabe esta escalada de violencia. La región no consigue calmarse desde hace decenios. En el conflicto de Oriente Medio la lucha por la tierra, la religión y el dominio, parece irremediable. Pero incluso si la comunidad internacional impone un alto el fuego, es muy cuestionable la duración de la paz impuesta. En síntesis, la situación es compleja, diplomáticamente hablando, pues no sólo hay que negociar con el Líbano e Israel; al menos mientras Hizbolá siga recibiendo armamento de Siria e Irán. Aires de La Parra
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