De acuerdo con la estadística de control de visitas a este blog, en este preciso instante acaban de cumplirse las 10.000 “páginas vistas”, del total de 154 artículos publicados en sus 242 días de existencia. Esto es motivo de satisfacción para su autor, un simple y modesto “escritor de provincias”, como se conceptúa en España a menudo a los prosistas y publicistas que en el instante de escribir consignamos la inspiración al servicio de los que nos rodean, sin otro afán que medir el pensamiento con la verdad de los hechos, en un día a día, cada vez mayor, en el que la mentira se va enseñoreando de las relaciones humanas, haciendo pasar por verdadera hasta la falsedad más extravagante.
La Editorial Paidós publicó en mayo de 2005 un interesante libro de José María Martínez Selva sobre La Psicología de la mentira, donde trata de ésta y el engaño en la conversación y de su papel en los procesos de comunicación. Describe los aspectos psicológicos y sociales de la mentira, y la conducta tanto del mentiroso como de quien quiere descubrir la verdad. El lector –que debería repartirse especialmente entre los políticos “con mando”, de toda especie y lugar- encontrará en él información general sobre las distintas formas de engaño, y una revisión crítica de las técnicas e instrumentos de detección, de las que forma parte el polígrafo y su muy cuestionable uso en la indagación de la verdad.
La mentira y el engaño forman parte, se quiera o no, de las relaciones humanas en todos los ámbitos, tanto privados como públicos, y en toda sus vertientes: en las relaciones familiares, en la amistad y en el afecto, pero también en la política, en el ámbito forense, en el económico o en la comunicación pública. Saber por qué se miente o por qué nos intentan engañar es también conocernos a nosotros mismos. Es saber por qué a veces queremos o intentamos que los demás no sepan la verdad y por qué los demás intentan hacer lo mismo con nosotros, cómo y por qué nos comportamos de una manera u otra en determinadas circunstancias y ante determinadas personas, cuáles son nuestras emociones y nuestros miedos, qué queremos conseguir y qué queremos evitar y qué queremos que hagan o dejen de hacer los demás. En suma, este libro ayuda a que podamos saber, con un poco de suerte, cuándo nos engañan y cómo lo hacen.
A nuestros aires le soliviantan la mentira. No hay cosa que más le fastidien que sentirse engañados. Una de las personas en las que han observado este uso con mayor empaque es el actual alcalde de Cuenca, el asentado en la Plaza Mala de los Aires de La Parra, el campanudo y agobiante José Manuel Martínez Cenzano, que ha creado un estilo incomodador de lo que no debe ser precisamente eso, un alcalde. Se le ha pillado tantas veces en grandiosidades de proyectos, que luego se han quedado en humo, o que sólo han sido tornadizas cavilaciones de políticos compañeros de partido que han pasado por Cuenca a comer, dejándola fuera de las productivas rutas de inversión gozadas por las provincias de al lado, que la endeble fisonomía de su cuerpo se transparenta como el vivo lamento de aquellos curatos pecadores incapaces de ver nunca lo mal que quedan mintiendo a la feligresía.
Por su intencionalidad, hay dos tipos distintos de mentira: la mentira de cobardía y la mentira de vanidad.
A) Mentira de cobardía: Se trata de una mentira que huye de dar la cara. Es la típica mentira a los padres para evitar un castigo, o la mentira a una amigo para tapar un error y evitar pedir disculpas.
Pero como este mundo es un pañuelo, la mentira se acaba descubriendo. Entonces ocurre lo que le sucedió a ese político la primera vez que engañó al pueblo de Cuenca (con una inolvidada demora en la construcción de la autovía, que, si hoy está a punto de llegar desde Tarancón, poco faltó para que entrase a dormir los sueños de la historia por culpa de ese ignorante gestor impúblico), y que consistió en “salir por piernas” ante las amenazas de ser calentado por los sectores más luchadores de la ciudadanía. De todas formas, ese alcalde, como tanta gente, no acabó de comprender que el "teórico remedio" suele producir secuelas más dañinas que la enfermedad misma. Y así ha acabado de verse fotografiado hasta la saciedad y “aparecido” en El Día y cía o en el resto de actos públicos en los que suele prodigarse hasta el vómito, para angustia de los que tienen que verlo y escucharlo.
En realidad, la psicología del que miente por cobardía –Cenzano es un cobarde mayúsculo-, es la propia de aquel que no afronta el futuro, sino que se limita a salir del paso. Su dinámica es la de poner parches y parches (cada uno pretende tapar al anterior), cuando el único remedio posible sería el de cambiar de rueda.
A una persona así, nos dice la psicología especializada, que se le puede prestar ayuda haciéndole entender que "vale más ponerse una vez rojo que veinte veces amarillo", y haciéndole ver que la mentira conlleva desconfianza. Solo hay una forma de remover la pesada losa de la desconfianza -creada por efecto de mentiras-: la verdad valiente, constante y humilde.
B) Mentira de vanidad: Se trata de una mentira con la que uno quiere aparentar ante los demás lo que no es. Uno "se ve mal" ante los demás porque no consigue los éxitos que ellos tienen, o por lo que fuere. Entonces viene una mentira de exageración, para darse una cierta importancia o, simplemente, por ser el centro de atención. Pues bien, el Cenzano suma este tipo al anterior. Y, así, resulta más patético todavía.
El remedio contra este tipo de mentira no es otro que el de la aceptación propia. El individuo suele tener muchas cosas para dar gracias, pero simultáneamente se está inventando una serie de cosas que son las estimadas por el mundo que le rodea. Si nuestro público fuese "la mirada objetiva de la Eternidad" y no el "aplauso de los hombres", Cenzano y los mentirosos como él no tendrían estos problemas. El problemas de seguir ahondando en esa fosa es que si las actitudes de fondo que motivan la mentira -cobardía y vanidad- no son afrontadas y corregidas convenientemente, la mentira se puede llegar a transformar en un hábito. Sin duda, hay personas que han llegado a adquirir un hábito tan arraigado que llegan a mentir de una forma mecánica y casi inconsciente. Otros bautizan su cobardía con el sobrenombre de "piadosa", y afirman decir sólo mentiras piadosas.
Por descontado que a Cenzano le va quedando cierta ataraxia, que es muy propia entre los mitómanos y sus “licencias”. Tres compañeros de partido han sido tan mentirosos como él. Es el caso de Luis Roldán, quien al “fabricarse” una titulación siguió los dictados de su complejo de inferioridad, una especie de “mentira pasional” que puede contemplarse a la par de la de Mariano Rubio, cuyos chanchullos “bolsísticos” no fueron, en el fondo, más que intentos “pasionales” de normalizar la injusticia de que todo un gobernador del Banco de España no fuera rico por su casa. Pero a ellos podemos unir a Felipe González, asegurando con displicencia haberse enterado de los desmanes del GAL por los periódicos. Jesús Pardo a esta especie tan singular, a la vez que los califica de mitómanos, les llama asimismo “mitópatas”. Cenzano, por supuesto, es un apólogo de estos convicto y confeso. ¡Ggggr., venga, venga... remoción! Y junto a él todos esos socialistas (el concejal conquense Lázaro y decenas más, como Rubalcaba, Pepiño Blanco y Zapatero) que se creen que mentir es una cuestión de supervivencia. A lo sumo, será para ellos, para seguir montados en un carro que no saben conducir, si no es a base de embustes crónicos.
Tras medio siglo en el que la psiquiatría no ha prestado casi atención a la pseudología fantástica –las mentiras patológicas- las investigaciones la han devuelto a la actualidad. Podemos citar en este sentido a diversos científicos de la Universidad de California del Sur, que han estudiado el cerebro de los mentirosos compulsivos y han descubierto que tienen un 14,2% de materia gris menos que las personas honestas. ¡Qué fuerte! ¿No? Sin duda, al tiempo que clarificador de ciertos actos. Porque esto, según los expertos, se traduciría en una menor preocupación por los aspectos morales.
El periodista Tim Raymet nos ahorra de más esfuerzos y descripciones, pues el mensaje que quieren difundir nuestros aires en esta conmemoración, otro agradecimiento más a los lectores asiduos, lo sintetizó él en el Magazine” del diario El Mundo el 8 de enero de 2006, llegando a la conclusión de que se miente tanto “porque sí”. Ya que si hasta hace poco se consideraba que los embustes crónicos tenían, en su mayor parte, una intención manipuladora (obtener un beneficio personal) o eran consecuencia de una enfermedad mental, la tendencia actual –y ejemplos hemos dado de ello-, incluso entre las personas con éxito, es entremezclar la realidad y la ficción sin que de ello se derive ningún beneficio, ni tampoco tenga por qué mediar –aunque algunas veces lo dudamos en la gente citada- trastorno psicológico alguno.
Aires de La Parra
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