Sin temor a equívoco alguno, nuestros aires pueden asegurar que no mejorarían en una letra el argumento que Germán Yanke acaba de publicar en las páginas de ABC –léanlo más a menudo, porque en estos instantes, en materia política, es el diario más objetivo y neutral, junto a La Vanguardia de Barcelona, de cuantos ahora mismo se reparten por España-. Es un breve “apéndice” que el presidente ZP debería agregar a su actual hoja de ruta para la legalización de Batasuna y el fin de ETA. Nosotros no hablaremos de “paz” en el País Vasco, porque éste es un retoricismo inventado por una de las partes, esa que concibió “su” guerra contra España/"lo español", pero en la que sólo se vio inmersa la pandilla de asesinos por dicha banda tramada; en cambio, jamás luchó ningún español de bien en ese, a lo sumo, conflicto terrorista de idealismo autodeterminador de los que han terminado llamándose “abertzales”. La “España plural” es factible, pero no se hará con el dominio de las minorías –por muy mayoritarias que sean al cabo de resultados electorales cíclicos- y sin escuchar la voz razonable de los sectores discrepantes de la actuación de la España oficial. No pudo la derecha de Aznar, ni tampoco lo conseguirá la izquierda de Rodríguez Zapatero. El manual de la Historia contiene las mejores medicinas para no errar en los laboratorios de acción política.
Como ciudadanos
ES de esperar que el presidente Rodríguez Zapatero no se deslice ahora por una suerte de plano inclinado de las comparaciones: había muchísimos ciudadanos en la concentración del sábado organizada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo -apoyada además por el PP-, pero él cuenta con una mayoría -a una «gran mayoría» apeló en Tarragona este fin de semana- para lo que sorprendentemente sigue llamando «proceso de paz». Ni son magnitudes comparables ni el voto recibido en las urnas por el PSOE y sus aliados es una papeleta en blanco que implique la aceptación de todos los objetivos y todos los procedimientos.
La «gran mayoría» a la que alude el presidente, la que según sus palabras está empeñada en el fin de la violencia, incluye sin duda a quienes se reunieron en la plaza de Colón. Algunos de ellos, además, han demostrado sobradamente que no han reparado en ese sufrimiento que Rodríguez Zapatero quiere que termine a la hora de luchar contra el terror y el totalitarismo. No es eso lo que se discute, por mucha retórica que el Gobierno quiera desplegar identificando «paz» con la aceptación de su estrategia (que es una vieja táctica, por cierto, de los violentos), sino el modo en que se consigue terminar con el terrorismo sin rémora para nuestra libertad, que es lo que debería incluir el presidente en su lenguaje.
Lo que no puede obviar, aunque juegue con los números de manifestantes y votantes, es la ley y la reacción de una opinión pública de la que la concentración es una muestra más. Ambas reclaman que el fin del terrorismo no puede conseguirse por atajos ni por la más mínima consideración -ni teórica- al chantaje de los violentos. Rodríguez Zapatero debe saber que ha contado con el apoyo del PP en este «proceso» incluso a costa de las críticas a Mariano Rajoy de los más escépticos, y si ahora se encuentra con la rebeldía de propios y extraños (porque tiene en contra a muchos de los propios) es, sencillamente, porque da muestras de avanzar sin la prudencia prometida, sin la calma exigible y sin el convencimiento de que su objetivo no es buscar acomodo a los violentos en un nuevo «marco jurídico», sino la permanencia del Estado de Derecho, la defensa de la libertad de los ciudadanos y la justicia, que es dar a cada uno lo suyo.
Si ahora se bromea con las cifras, se trata de colocar a unos en el deseo de la «paz» y a otros en su contra, o se teoriza sobre la confianza en los gobernantes, Rodríguez Zapatero hará un flaco servicio a aquellas metas, a la coherencia política y a sÍ mismo. Su triunfo, si esa «paz» lo es, será espurio.
En Tarragona, el presidente hablaba de identidades y Maragall, en concordancia con él por una vez, proclamaba: «Manifestaos, pueblos de España...». Los que se manifestaban en Madrid lo hacían como ciudadanos.
Aires de La Parra
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