No está muy claro el tiempo que va a abrirnos el nuevo Estatuto de Cataluña, que se someterá a referéndum mañana. Este voto popular delata un dilatado arco iris de dudas e incertidumbres de fondo, por descontado en el conjunto de España, pero no se queda atrás fuera de ella.
The Economist, ante la presumible onda de percusión que generará fuera de esa región (en sentido geográfico/espacial), especialmente en los proyectos andaluz y vasco, le augura un impacto notable, provocando una escalada de reivindicaciones de diversa índole que en estos momentos suscitan inseguridades varias. En este sentido, Daily Telegraph afirma: «Los catalanes se preparan para aprobar un estatuto que los conservadores presagian que romperá España, aunque no ha ido suficientemente lejos para los nacionalistas catalanes». Esto nos abre un poco más los ojos, que definen la insatisfacción general causada por esta apuesta del gobierno de ZP. Así lo afirma en un resuelto análisis el Financial Times, en el que asegura que «los nuevos poderes de Cataluña dejan al descubierto la desconfianza entre las regiones». «La devolución y transferencia de poderes -continúa FT - ha acrecentado las disparidades entre las regiones». A juicio de este último diario, «la visión idealista de Zapatero sobre el futuro de España es rechazada por la derecha y ha dividido a la izquierda». Una profunda controversia que es observada con mucho cuidado en toda Europa, puesto que nunca desde que en 1978 los españoles votamos la Constitución vigente se había provocado tanta controversia, fundamentalmente en los resquicios y las dudas que este denso proceso zapaterista ha trasladado a la línea de flote del Estado vigente, es decir, a la unidad de España. Nuestro país corre un riesgo indudable de división, como ayer mismo sentenciaban los principales diarios alemanes, suizos, franceses y latinoamericanos.
Tras el riguroso período de reflexión de hoy sábado, mañana, más de 5,3 millones de catalanes están llamados a las urnas para definirse a favor o en contra del nuevo texto que, de aprobarse, sería el tercero en la historia catalana.
Han discurrido, por tanto, dos semanas de intensa campaña electoral que no ha estado exenta de una gran polémica desde su mismo comienzo, con eslóganes como el PP utilizará tu ‘no’ contra Cataluña, empleado por los socialistas para pedir su aprobación, y que dio pie a una guerra de acusaciones que llegó hasta la calle, donde en varias ocasiones los líderes populares han sido agredidos y abucheados por los ciudadanos.
Los resultados de la votación del 18-J auguran una amplia victoria del “sí”, según confirman las distintas encuestas publicadas:
· 9 de junio: 75%: Según el sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), con 1.500 entrevistas, la abstención será del 44,9%. El sí obtendrá el 74,8% de los votos, a pesar de que el 81% de los encuestados asegura que el conocimiento que tiene del texto «es bajo, muy bajo o nulo».
· 9 de junio: 49,9%: Las 1.400 entrevistas del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat estiman que irán a las urnas el 54,5% de los catalanes, de los que el 49,9% votará a favor.
· 9 de junio: 69%: El sondeo de Gesop para El Periódico prevé una participación del 57%. El 69% de los electores votarán a favor. Los votantes de CiU son los que más acudirán a las urnas.
· 11 de junio: 53,4%: Realizado por el Instituto Opina para El País con 1.000 entrevistas. Sólo votarán sí el 53,4%, aunque otro 20% está indeciso. No obstante, un 51% asegura tener poca información sobre el contenido del Estatuto para decidir su voto.La participación es de las más altas: el 71% acudirá a las urnas.
· 12 de junio: 73%-75%: Los resultados del sondeo elaborado por Sigma Dos para El Mundo son parecidos al anterior. La participación se sitúa en torno al 50% y los votos a favor, entre el 73 y el 75%. El presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall, es el líder catalán más valorado (5,39 sobre 10).
· 12 de junio: 75%: La participación rondará el 60% y el sí llegará al 75%, según la encuesta del Instituto Noxa (800 entrevistas) para La Vanguardia. La encuesta pone de manifiesto el avance del sí entre los electores de los dos partidos que postulan por el no. Casi el 50% de los votantes de Esquerra apoyarán el texto, un porcentaje que es del 28% entre los votantes del PP.
Nuestros aires, como siempre, esperan que el pueblo acierte y se dé lo mejor y lo más justo para la mayoría de su gente. Que se aprueba, pues adelante y cada palo que aguante su vela, con respeto total a esos deseos del pueblo.
Esto no quita que haya dudas por lo que venga a continuación. Específicamente, como suele ser habitual en el plano ideológico, tal guisa de vacilaciones y de recelos se produce en las filas conservadoras. Pero esto no ha de suponer nunca un freno al desenvolvimiento posterior. Es decir, ojalá que las últimas palabras de Mariano Rajoy queden sólo para la historia, discurriendo los próximos años sin los nubarrones ahora entrevistos y, de manera similar a como les sucedió con el Estatuto de 1979, pasen a defender el nuevo con la misma virulencia que negaron aquél en su día. De esa fecha es la desapacible afirmación de “queremos la España de los Reyes Católicos”. A esta le sucederá la pronunciada en Lleida por MR en el último de sus mítines catalanes: el nuevo Estatuto catalán refleja el "antiliberalismo más trasnochado de la izquierda española", fruto de las "empanadas ideológicas de algunos". Con su perspicacia, Manuel Martín Ferrand ha anunciado esos potenciales peligros:
La gracia y el peligro de las empanadas es que, antes de abrirlas, no se sabe lo que llevan dentro. No es lo mismo una de xoubas, como las de Pontevedra, que otra de anguila, tal que las de Lugo. Todas son buenas, pero diferentes. ¿De qué está rellena la empanada catalana que, inspirada por el tripartito y calentada por Zapatero, votarán mañana -«sí» o «no»- en el referéndum cuya preparación ha consumido buena parte de la actividad política del Govern y, por ampliación, también del Gobierno de España? Está rellena, mitad por mitad, de rabia nacionalista y de furia izquierdista. Se adivina lo rancio, por anacrónico, de su sabor y sorprende que los empresarios catalanes, grandes y pequeños, que serán sus primeras víctimas, lo aplaudan con tanto entusiasmo. Para dejar de comer mongetas no hacía falta tanto viaje de la Constitución al vacío y, desde el lunes, del vacío a ninguna parte.
José Luis Rodríguez Zapatero, tras su accidentado acceso a La Moncloa, ha querido jugar a Maquiavelo, pero le faltan talento, formación y grandeza para ello. Se ha quedado en un aprendiz de brujo que maneja alocadamente la varita mágica del poder. Para remendar los dos mayores rotos de nuestra convivencia, el catalán y el vasco, pretende un zurcido hecho, mejor que con aguja y dedal, con escoplo y martillo. Ahí está el grosero Estatut que no demandaba la sociedad catalana y que es, de hecho, el plato de lentejas por el que ha vendido su primacía (?) socialista (!). Ahí está también, por si hubiera dudas al respecto, la fórmula de solución que ha planeado para el entendimiento con los asesinos etarras, sus próximos políticos y sus cómplices silentes.
La izquierda, sin embargo y en definitiva, no puede encerrarse en su particular y característico camino, porque éste ni es el único, ni tampoco permite creer que sea el mejor, a la vista del desorden, el batiburrillo y los embrollos que traspasan a los ojos, los oídos y el conocimiento político general de la ciudadanía catalana y española. Entre estos es muy clarificadora la opinión de los que se han leído realmente el Estatut, porque entre ellos abundan los que consideran que sus políticos los han engañado, si no a ellos, sí a la gran masa del coro que se han dejado guiar por la manipulación de la despótica mayoría política; o sea, el “tripartito” izquierdoso y los nacionalistas de barretina.
Que no encontramos un Estatuto para todos los catalanes trasciende con la simple lectura del Título primero de él. En síntesis, asoma por ahí una sociedad intervenida por los poderes públicos en todos los ámbitos de la vida personal y social, y elude el derecho a la libertad de educación. Impone la ideología de género como principio de gobierno de Cataluña y utiliza, además, la memoria histórica en unos términos partidistas y sectarios, que promueven la división.
El Estatut pretende imponer una ideología y convertir en algo constitutivo y definitorio de la sociedad catalana la ideología de la izquierda elemental y nacionalista, actualmente en el poder. Con ello se anula la garantía de libertad garantizada por la alternancia de programas de gobierno, que es el fundamento de la democracia. La simple respuesta a la pregunta de si acaso los catalanes se interesan sólo por la economía, por la política nacionalista y por la lengua es de máxima importancia, porque nos deja sin resolver el grave problema de la lengua en Cataluña, debilitando aún más la posición del castellano, con lo que esto supone.
Continuamente se están alzando las voces que denuncian que el uso del castellano está siendo progresivamente arrinconado en la Administración Pública de esa Comunidad autónoma, así como también en la enseñanza y en los medios de comunicación catalanes. Esto deriva de la propia lógica nacionalista, que consiste en negar para el “otro” lo que se reclama para uno mismo.
Lo que vendrá el lunes, tras los resultados del referéndum, lleva aparejado el cierre en falso del antepuesto tema lingüístico. Cuando en un territorio aquejado de nacionalismo se habla de lengua es fácil entender que siempre se está hablando de otra cosa, porque todo el afán nacionalista se concentra en llenar de contenido los pronombres “nosotros” y “ellos”. El problema estriba en que “nosotros” estamos a este lado de la frontera, disfrutamos de una situación de preferencia en ese territorio y, corolario de esto mismo, siendo “nosotros” y estando aquí, ¿cómo vamos a estar gobernados por “ellos” desde allí? Pedro Gómez Carrizo respondía al peligro implícito que se deriva -y que no ha pasado ni por asomo por la cabeza de ZP- del pantalón y la camisa nacionalistas, para quienes no importa que el pronombre, por definición gramatical, sea una parte del discurso cambiante, ocasional. Como dice ese último editor, en buena lógica nacionalista, el “nosotros” es un sustantivo y tiene contenido esencial. Y si alguien pone esto en cuestión, es que será uno de “ellos”. ¿Se entera Vd. Zapatero? Al menos debería dedicar a esto una lúcida reflexión; sobre todo y principalmente al elegir sus compañeros de viaje, ya que podrán dejarlo suavemente con el sexo al aire.
El presidente del gobierno español tiene la obligación de saber que la lengua es la herramienta de que se vale el nacionalismo para inventar una nación y convertir el particularismo cultural en un discurso de exclusión política. Y el nuevo Estatuto catalán consagra el modelo excluyente al convertir el idioma en un instrumento separador destinado a articular el nacionalismo como una verdadera obligación ciudadana. Donde mejor podemos ver esto es acudiendo a la plataforma Enmienda 6.1 (www.seispuntouno.org), que lucha por la corrección del artículo estatutario en el que se consuma el atropello destinado a utilizar el catalán como palanca para levantar una insalvable barrera política. Observamos ahí un soporte de discriminación que sólo concede la ciudadanía plena a quienes se integran en la nación cultural definida en el texto como sujeto de hipotéticos derechos históricos. Por tanto, ha de reiterarse, con la claridad ideológica y la brillantez expositiva que nos traslada ese movimiento social, avalado por la firma de importantes personalidades de la izquierda catalana y española –lo que destruye de por si el simplismo socialista identificador de la oposición al Estatuto con la derecha-, un sutil “silogismo perverso”. Éste, al definir el catalán como la lengua propia, la transforma en la lengua «única» de los catalanes, con lo que el castellano, aun bajo la apariencia teórica de cooficial, pasaría a ser la lengua «de los otros», es decir, de quienes no forman parte de la nación que otorga cohesión simbólica al discurso dominante.
Con el pretexto de salvar una postergación histórica que ya no existe ni de lejos, el Estatuto otorga al catalán una primacía desproporcionada en la vida pública, que de hecho reduce el castellano -y a sus hablantes- a una posición claramente postergada, y viene a crear una «nación interior» de dos millones de habitantes dentro de una comunidad de siete.
Grave asunto el de esta nueva catalanidad estatutaria, que en estos mismos momentos y a la espera de los acontecimientos que se deriven de esto, se encierra en la idea de un pueblo esencial agrupado en torno a una tradición y un idioma, y a través de la lengua efectúa una selección -una limpieza- que empobrece deliberadamente la realidad, al borrar de la ciudadanía plena a millones de personas que conforman el verdadero paisaje de la comunidad catalana. Tácitamente se corre un peligro de exclusión inaceptable en una democracia igualitaria, que el PSOE ha promovido y/o aceptado de forma tan pasmosa como injusta e inaceptable. De consumarse este discriminatorio abuso, del que Montilla es uno de los artífices principales, el socialismo catalán se haría compinche de una tropelía histórica, que podría afectar de modo fundamental a la población inmigrante, la cual constituye hoy la base social catalana. Corrompido por el desvarío nacionalista, el PSOE-PSC está cambiando en estos instantes poder por libertad. Los Aires de La Parra esperan y desean que no termine fracasando en ambos intentos cuando ya sea demasiado tarde y la caída en el abismo no tenga solución.
Aires de La Parra
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