Hoy estoy triste, muy triste, y estoy de luto porque acaba de fallecer un gran amigo, José Luis García Montoya, que ha sucumbido –víctima de su destino- por los males de un control poco en regla de su salud. No le he visto en el ataúd, ni tampoco le he acompañado a la tumba, porque me he enterado de su muerte dos días después de que le enterraran. Nadie me avisó del desventurado suceso.
Ahora, cuando lo he sabido, el primer impulso ha sido pedirte disculpas por no haberte acompañado, y voy a hacerlo del único modo que sé: escribiendo y a través de la red. Corto alegato, pero hecho con el dolor de un alma y un recuerdo que ha dejado fría a esta memoria, que ya jamás podrá olvidarte, mientras acapara decenas de buenas horas pasadas a tu lado.
Dicen que no es verdad, que un amigo no muere; tan sólo deja de estar a tu lado. No comparte más el pan contigo, ni bebe más de tu caramañola (Simonov). ¡Hum! Yo sé que te devoró el alcohol, querido Monty, pues tus ojos denotaban en los últimos tiempos sufrimientos pasados. Al ver estos, cambian las intenciones del guión que tenía previsto escribir y reflejar aquellos momentos pasados en la Administración, cuando éramos todavía funcionarios jóvenes y una copa a los treinta años no era nada. Si acaso todo lo contrario, nos ayudaba a reintegrarnos en la rutina y despachar el trabajo con más brío al retornar a nuestra mesa.
Fue el propio destino el que nos alejó, como ocurre a menudo entre los funcionarios que se separan al cambiar de puesto de trabajo. Y yo dije basta: 'Ahora quiero parar', afirmé, 'he sabido aprovechar la oportunidad que me ha dado esta ocasión (mi matrimonio) y por eso siempre estaré agradecido a mi esposa, pero ahora necesito seguir estudiando, seguir aprendiendo, necesito alimentarme de las experiencias de la vida'. En tu caso no fue así: la bodeguilla te arrojó al espacio…
Cortar con la bebida siempre es una implicación, un fuerte reto, que no siempre se sabe superar. Posiblemente, Monty, tu anchísima bondad, tu extraordinaria calidad humana, te hizo imposible superar esas compañías que, como me dijo Pablo Rubio, tu mejor amigo, un día apartaría de forma radical: dándote un par de tortas. Pero esto puede hacerlo un mal pastor a la oveja descarriada, nunca un hermano a otro. Y Pablo más que amigo era un hermano, por lo que nunca operó drásticamente contigo.
Ahora no hay remedio. Y lloramos todos tu marcha. Hasta quienes no llegaron a conocerte en la Delegación Provincial de Bienestar Social de Cuenca, tu último destino, de cuyo puesto no tomaste posesión a causa de la enfermedad. Frente a ésta me he acordado a menudo en mi despacho, y me han vuelto hoy a los oídos al conocer tu muerte, José Luis, de unas palabras de Nicolás Pascuzzi, delatador de la “lógica de la ilógica”. Concretamente del ejemplo salido de la quema de un Picasso por alguien al que no le cabe éste en su casa, alegando que en el mundo ya hay bastantes picassos. Esto obedecería a una lógica chata, que nos haría tacharlo de humanamente inculto. Pues bien: una vida humanamente orientada es una maravilla mayor, más inverosímil y más valiosa que un cuadro con la mejor firma. Se ha comentado que producir al azar una sola proteína es tan improbable como que un ciego hiciera el famoso cubo de Rubick que hace unos años estuvo de moda como juguete. Y en el cuerpo humano hay unas doscientas mil proteínas. No ser en absoluto capaz de considerar el valor de algo, sólo porque me quita sitio o me molesta, o porque vivimos en una sociedad donde las cosas no tienen más valor que el valor "otorgado".
Un valor que era muy alto, sin duda, en tu caso, Monty. La mayoría de los psicólogos están de acuerdo en que la conducta humana ocurre y está influida por el ambiente, por lo que siempre es importante conocer el ambiente informativo que existe en la situación de trabajo para poder mejorar las condiciones generales de la misma. Los funcionarios –como cualquier trabajador, esencialmente- nos enfrentamos diariamente en el trabajo con gran cantidad de información relevante para el aprendizaje individual sobre lo bien o mal que uno está realizando su trabajo. A toda esta información hay que darle sentido, de manera que le sirva al trabajador para alcanzar las metas y objetivos que se le hayan propuesto. Pues bien, con una lágrima que se desliza suave y frescamente entre mis apretadas barbas, me cupo durante algún tiempo el ser tu jefe en el trabajo, al tiempo que compañero, pero fundamentalmente fuimos amigos fuera de él, y ahora sólo me acuerdo de éstas dos últimas condiciones, en el instante en que no estás próximo materialmente.
Por fortuna, sabemos cuantos te queríamos que de nuestro espíritu no desaparecerás nunca. Y no lo harás porque transmitías, junto a Rafa Navarrete, por encima de otra cosa, unas grandes dosis de felicidad. Un estado emancipado, espontáneo y sin carencias, que es el que nos has dejado, dentro de nuestra responsabilidad y amistad, a cuantos amamos a Dios, a la Naturaleza y al Hombre, filtrando a través de estos un bien inmaterial, pero que nos otorga una de las máximas satisfacciones de haber pasado por esta vida: la felicidad de haberte conocido.
Juan Andrés Buedo
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