Los actos irracionales y vandálicos, de por sí y sin atadura alguna, merecen el repudio general del planeta. Pero este rechazo no quita que deban sujetarse a generalizaciones o simplificaciones reduccionistas, que sólo sirven a menudo para agravar el cuadro de enfrentamientos religiosos y culturales que de forma evidente conspira, en nuestro tiempo, contra la causa de la paz.
Una burda y falaz propagación la compone esa escalada que amenaza con generar mayores problemas a partir del concurso de caricaturas sobre el Holocausto lanzado por el diario Hamshari, el más vendido de Irán, para probar los límites de la libertad de expresión, explicación que dieron muchos periódicos europeos al publicar las caricaturas de Mahoma.
El diario argentino La Nación sitúa en las coordenadas mejor orientadas a este respecto el flanco equitativo de la opinión, señalando la necesidad de distinguir “en qué casos las movilizaciones de ira popular que se registraron durante los últimos días han sido el resultado de espontáneas reacciones de la multitud y en qué casos han sido provocadas estudiadamente por algunos gobiernos autoritarios del mundo árabe con el fin de profundizar las antinomias existentes en beneficio de sus oscuros intereses estratégicos”. Esto ha de incitarnos a diferenciar unas situaciones de otras, pues detrás de las pasiones culturales que mueven en numerosas ocasiones a las masas actúan muchas veces -tanto en Oriente como en Occidente- “las maquinaciones insidiosas de los gobernantes”.
Claro que, como recuerda la misma fuente, resulta igual de conveniente que, en el otro lado,
“los medios de comunicación social occidentales extremásemos la prudencia cuando se ironice o informe sobre cuestiones relacionadas con los símbolos religiosos de pueblos extremadamente celosos de su tradición o de su historia. Es sabido que el Islam considera blasfemo cualquier intento de representar gráficamente a la figura del profeta que simboliza la expresión suprema de su fe. Por lo tanto, quienes producen ilustraciones con implicancias religiosas deberían -en el pleno uso de su libertad creadora y no por imposiciones de ningún mecanismo de coacción o de censura- evitar la utilización de elementos que pudieran resultar lesivos o agraviantes para las comunidades que profesan ciertos cultos o adhieren a una fe determinada. Cuanto se haga por conciliar el ejercicio pleno de la libertad de expresión -principio inalienable, que está en la base de la organización institucional del mundo moderno- con el respeto a las particularidades e idiosincrasias espirituales de cada pueblo contribuirá, sin duda, a la efectiva construcción de una civilización fundada en la paz”.
Esto enlaza con la noticia transmitida por la Agencia Reuters, con origen en Londres, en la que se afirma que la Unión Europea podría intentar redactar un código de conducta para los medios de comunicación, para evitar que se repita el escándalo causado por la publicación en Europa de las reiteradas viñetas del profeta Mahoma. Así lo dijo el jueves un comisario de la UE. En una entrevista con el diario británico Daily Telegraph, Frattini afirmó que sería una forma de motivar a los medios a que mostraran 'prudencia' cuando tratan sobre religión. 'La prensa dará al mundo musulmán el mensaje: Somos conscientes de las consecuencias de ejercer el derecho a la libertad de expresión', dijo al diario. 'Podemos y estamos preparados para autorregular ese derecho'.
Frattini, ex ministro de Exteriores italiano, dijo que millones de musulmanes en Europa se sintieron 'humillados' por las caricaturas. Su propuesta para un código voluntario instaría a los medios a que respetaran todas las susceptibilidades religiosas, pero no daría un estatus privilegiado a ninguna. El código sería redactado por la Comisión Europea, el cuerpo ejecutivo de la UE, y medios europeos, dijo, aunque no tendría estatus legal.
Aunque más de uno ha contestado que los musulmanes también podían pensar en un recíproco código de comportamiento para que, si una noticia de un periódico no les gusta, sepan que no deben quemar embajadas, ni matar a gente. Cualquier habitante de este mundo ha de caer en la cuenta de no incurrir nunca en el error de confundir las cuestiones de orden religioso con las implicaciones de carácter político. La fe islámica es asumida y practicada por muchísimas comunidades pacíficas extendidas por las distintas regiones del mundo. De hecho, sólo una ínfima minoría de esa suma de comunidades se adhiere a concepciones políticas autoritarias o presta su apoyo a las teocracias anacrónicas que subsisten en el mundo árabe, tristemente conocidas por su negación de los más elementales derechos humanos y sociales. Y muchísimo más minoritario es, aún, el núcleo de poblaciones musulmanas que, en el mundo, respalda o apoya al terrorismo de Ben Laden o de otras bandas criminales de trayectoria internacional.
De hecho, el jefe de política exterior de la UE, Javier Solana, está viajando a países árabes y musulmanes en un intento por calmar la furia causada por las viñetas. Es un paso diplomático inteligente, ya que se sienten ofendidos, cierran filas en cuanto a la defensa del honor del Profeta; pero también rechazan los actos violentos que ha desatado la publicación de las caricaturas. E incluso una investigadora tunecina se atreve a "caricaturizar" estas reacciones incontroladas. Así lo está reflejando la prensa árabe [y pueden verse las traducciones de la Revista de Prensa Árabe en http://www.boletin.org/], que nos ofreció ayer el Periodista Digital. Nuestros aires, dentro de esa diversidad comparten la opinión de la investigadora tunecina Rayá Ben Salam, que se muestra contraria a la furiosa reacción islamista en el artículo Las caricaturescas reacciones a las caricaturas:
"Las respetadas organizaciones que protestan contra las caricaturas danesas ¿No deberían ayudar a los creyentes creando formas de devoción que respeten la modernidad civil, suspendiendo públicamente las condenas de apostasía, defendiendo el principio de justicia, de igualdad de todos y de tolerancia? ¿Qué significa la tolerancia si no dejamos margen a los demás para que expresen sus ideas acerca de lo que nosotros consideramos verdades inamovibles?"
En esta misma línea, se expresó el pensador árabe Taher Labib, en una entrevista concedida al diario Al Hayat, publicada el 6 de febrero, donde analiza el desplazamiento del intelectual árabe a favor del radicalismo islámico:
"Los pensadores han intentado, con sinceridad, encontrar el conector que una la sociedad política y la sociedad civil. Sin embargo este conector apareció en los sectores más conservadores y salafistas de la sociedad. Puedes enojarte, gritar o llamarle a esto una crisis, pero no puedes negar la unión que ha creado el extremismo, el pensamiento anatematizador, e incluso el terrorismo con ciertos sectores de la sociedad."
Son expresiones dotadas de una sabiduría inmarcesible, que se constata en el editorial que el diario español El País pone hoy a disposición de sus lectores. Aplastante en el título (“Religión y asesinato”), comenta ahí la condena británica a siete años de prisión a un fanático predicador islamista, famoso en Londres por sus soflamas sanguinarias, considerándola ejemplar. El magistrado que ha sentenciado a Abu Hamza -un apologeta de los terroristas suicidas para quien Hitler fue un enviado divino contra los judíos- considera que su desquiciado discurso ha contribuido a crear una atmósfera entre sus seguidores en la que el asesinato es visto no sólo como opción legítima, sino como un deber religioso y moral en pos de la justicia.
Que alguien que proclama el "exterminio de los enemigos de Alá" por cualquier medio, desde el cuchillo a las armas químicas o nucleares, se considere ahora un "prisionero de la fe", sometido a un "martirio lento", muestra hasta qué punto una percepción psicopática de la realidad, la misma que apadrinan Bin Laden y sus secuaces, puede entremezclarse con los valores de un credo determinado y corromperlos hasta extremos de consecuencias impredecibles. Pero pone de manifiesto también la tolerancia suicida que sociedades democráticas avanzadas pueden mostrar ante un fenómeno reciente en su virulencia ilimitada y que representa hoy la amenaza de mayor calado contra sus mismos cimientos.
Las atrocidades instigadas públicamente y durante años por el clérigo condenado, criticadas por los representantes de los musulmanes británicos, hacen difícil entender por qué éste -en prisión preventiva desde 2004, pendiente de extradición a EE UU- no fue detenido y procesado mucho antes. Las explicaciones de la policía y el espionaje británico sobre su utilidad como fuente informativa indirecta resultan poco convincentes, sobre todo a la luz de las nefastas consecuencias que para el Reino Unido ha tenido su tradicional permisividad con el extremismo doctrinal islamista. Algunos de los autores de los atentados suicidas de Londres, que dejaron 52 muertos en julio pasado, habían atendido las prédicas de Hamza.
Presumiblemente, el Gobierno de Blair va a utilizar la sentencia, aplaudida por laboristas y conservadores, como palanca de su endurecimiento de las leyes antiterroristas. Pero el fallo tiene también una lectura para otros países europeos en aras de la seguridad colectiva y de la hoy zozobrante armonía interconfesional entre musulmanes y cristianos. Recuerda la imperiosa necesidad de que los poderes públicos conozcan de primera mano qué se dice y se hace en las mezquitas. El foso cultural e idiomático hace difícil, compleja y costosa esta vigilancia. Pero si algo ha quedado claro en el juicio contra Abu Hamza es que para algunos iluminados que ejercen en ellas no existe frontera entre religión y asesinato.
Esta última afirmación del editorialista de El País es la que debe llevar a la meditación de esos iluminados, justamente, para que sepan distinguir el rezo de la convivencia pacífica diaria. Dios no mata; como Ser Justo, rechaza la violencia y reprende al malhechor.
Aires de La Parra
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