Otro periodista de mucho saber y alta responsabilidad, Fernando González Urbaneja, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, acaba de lanzar (vid. http://blogs.20minutos.es/urbaneja) una severa crítica contra los que llama los “comparsas del tal Rubianes”. Es una censura estricta y diligente de esa moda periodística que se ha adueñado de los espacios televisivos en horas de la tarde, cuando se hallan pegados a la pantalla unos espectadores de psicología singular y una cultura poco sólida. El medio dominante cae demasiado a menudo en lo extravagante y desmesurado, acogedor del aforismo descaminado entre los profesionales novicios que “pretende que no es noticia que un perro muerda a un hombre, sino que el hombre muerda al perro”. Aquí estaciona el caso Rubianes, “ese humorista que ha conseguido desaforada publicidad por grosero”, subraya Urbaneja, que comenta lo siguiente:
“He visto sus comentarios en la televisión pública catalana en un programa de tarde, en ese horario que llaman protegido frente a las groserías de incontrolados descontrolados. Me ha parecido más grave que lo que dice este "artista", la actitud pánfila del conductor del programa y la tontuna del público asistente, que reían ante las groserías como pasmarotes mecánicos. Más aun el silencio del editor, de los responsables de la cadena, de los gestores de TV3 que se gastan 300 millones de euros de los Presupuestos del Estado con la justificación de que prestan un servicio público. Si pasan las groserías con una equivocada defensa de la libre expresión (esto más que expresión es vómito) pierden cualquier legitimidad para protestar por lo que toleran otros editores, además de demostrar poco criterio y mucha cobardía.
Dejar pasar la desmesura y los insultos es una forma de complicidad y de incitación a que otro provocador necesitado de su minuto de gloria haga otro tanto. Desde el celebrado Consejo Audiovisual Catalán se ha levantado un dedo de protesta, han pedido una explicación y una disculpa pública. Tampoco han andado finos, en aplicación de su propia doctrina el caso merece un expediente con propuesta de sanción severa a la cadena (horario protegido, público infantil, insultos, grosería...) sobre todo por pasividad y por la falta de contrición y de propósito de enmienda del grosero y de quienes le acogían. Pero no pasará nada. Así hasta la próxima. En esta casa, en “20 minutos”, el director tuvo coraje, autoridad y profesionalidad ante un caso mucho menos grosero que el que comentamos. Pero esa decencia no abunda.”
Sin duda, lo peor de todo es que al final este individuo ha conseguido su objetivo. Ahora ya habla de él mucha gente; mientras que hace unos días no le conocían ni en su casa, y ahora es algo más famoso.
Al instante ha tenido Urbaneja varios comentaristas que han politizado su crítica, e incluso socialmente han respondido que el “chorra” ese del Rubianes es conocido en Cataluña por sus “chorradas”, así que mejor no otorgarle seriedad a sus ideas. Algún lector, valedor del artista, dice ir contra el linchamiento de éste porque “hay mucha más mierda que sacar del Ebro para abajo que hacia el norte del mismo río”. Este último aserto es de una persona que firma “makbo”, que dice haber estudiado en la Universidad Carlos III en 2001 de Madrid, donde el propio Urbaneja ha impartido clase. “Fue para mi una experiencia excepcional”, dice mambo, “que me hizo creer que, efectivamente, una España más tolerante y respetuosa con todas las sensibilidades era posible; un espejismo, lamentablemente, que duró lo que dura el intento de aprobación de un estatuto de autonomía sin amputaciones”. Es éste un razonamiento equivocado, como le ha contestado automáticamente otro alumno de la Universidad Carlos III, “lechon”:
Lo de que “la España plural no es posible” no lo extrapole UD (mambo) a nuestros políticos, los políticos no son el país, ni el estado (ni como coño lo queráis llamar en Cataluña) Los políticos pueden ser una mierda, pero no la gente. Eso nunca. Ni del Ebro para abajo ni para arriba. Respeto, que estamos perdiendo el norte.
Rodríguez Ibarra será un “César” y lo que quieran llamarle, pero parece que lo que más duele allí arriba del Ebro es que defienda lo que siente suyo, exactamente igual que hace Rovira…la diferencia es que lo suyo es Extremadura y España…y no Cataluña y Cataluña.
El estatuto parece lo único importante del mundo. Hay más cosas makbo, se lo aseguro. Si está “Catalunya, harta del desprecio y el insulto cobarde y diario, está decidida a decir basta” (…) no le quiero contar cómo están en Palencia, Soria, Cáceres y Melilla cuando se habla del estatuto y de las diferencia nacionales. No pierda el norte que me consta que UD es medio gallego. Nuestros problemas no son el ombligo del mundo. Para sí quisieran sus problemas en otras regiones de esta España nuestra (lo de “nuestra” cada uno le pone la intensidad que guste)
Yo también estudié en la universidad Carlos III de Madrid. A escasos metros de UD. Y no tengo ninguna queja. Ni del señor Urbaneja, ni de otros aunque no compartiera sus ideas. Y es que en la universidad se comparten ideas, no doctrinas (por lo menos aquí, no sé en la Pompeu). La pluralidad existe porque la llevamos cada uno dentro. Algunos más que otros. No porque lo pongan los papeles o los estatutos.
Hay que dejar libertad para que cada uno sienta lo que quiera, más catalán que español, más español que madrileño, etc. Son libres para que los que quieran (sigue sin ser unánime) no sientan suya España. Pero, recuerde: también son libres en el resto de España de sentir suya Cataluña ¿no? Eso sé que escuece pero es cierto. Algo tendrá que decir España del estatuto ¿O es sólo tema de Cataluña? si en el futuro están separadas cada cual hará de su capa un sayo, pero el pasado (y el presente hasta día de hoy) es conjunto.
Por cierto, me he criado en Madrid y nunca le daré “gracias a Dios” por no haberme criado en la “Cataluña plural”. La pluralidad me la enseñó mi madre que es hurdana. Allí hay una cultura, una diferencia lingüística y un sentimiento común de la ostia…pero no hablan de estatutos. ¿Será porque no tienen sentimientos o porque es una región paupérrima? Basta de monsergas: no pongamos el problema en los sentimientos cuando el verdadero problema se llama Don Dinero, que no se le escape a nadie…
El editor de los Aires de La Parra, profesor de postgrado también en la Universidad Carlos III, se siente más unido a lechon que a Rubianes y a makbo. Nuestros aires piensan que la inacabada controversia que gira siempre alrededor del tono victimista del "Madrid tiene la culpa" o en las afirmaciones acerca de "el Estado español" por parte de políticos castellanos, andaluces o extremeños, exacerba cuantiosos ánimos, de condición intelectual variopinta, y deforma en el presente una realidad llena de potencialidades. En efecto, al contrario de muchas referencias políticas edulcoradas, la historia presenta aspectos que conviene no pasar por alto.
Las dos citas realizadas a continuación, sacadas al expurgo entre otras muchísimas posibles, merecen la reflexión de muchos oportunistas que utilizan la coyuntura política para medrar en sus objetivos partidarios irresponsablemente, jugando con nombres, con mitos y con conceptos, y poniendo en juego la vida diaria de millones de personas. Una cita es de Almirall, uno de los padres del catalanismo, y la otra de Colomer, catalán ejerciente y estudioso del catalanismo: "En general, pues, los catalanes son tan españoles como los habitantes de las demás regiones de España, y lo son no sólo por sentimiento, sino también por convencimiento. Debido a nuestra situación geográfica y a nuestros antecedentes históricos, no podemos ser más que españoles" (Valentí Almirall, España tal como es, 1889). "Ante el fracaso histórico del Estado español y de los intentos de reformarlo o reconstruirlo, algunos sectores muy minoritarios del nacionalismo catalán han propugnado la independencia o la formación de un Estado catalán separado. De hecho, la posición independentista ha sido, en el catalanismo, además de muy minoritaria, de aparición bastante tardía" (Josep M. Colomer, Contra los nacionalismos, 1984).
De género histórico ha sido la debilidad demográfica de Cataluña a lo largo del último milenio, en comparación con sus vecinos franceses y castellanos; si a ello se añade la fragmentación política, en el sentido de que valencianos y mallorquines, aunque culturalmente próximos a Cataluña, nunca han querido ser gobernados desde Barcelona, es factible comprender que la supervivencia de Cataluña como tal ha dependido siempre de su disposición a llegar a compromisos pragmáticos, es decir, al pactismo del que habla Gabriel Jackson, signo identificador de sus clases gobernantes desde principios de la Edad Media hasta ahora mismo, con Artur Mas y
Jordi Pujol, mal que les pese a Carod y los “soberanistas” (independentistas).
Mayor dosis de veracidad que las de los “inventores de patria” posee el estudio histórico y politológico bien pertrechado. Traeremos aquí en este sentido los fundamentos de Jackson e Ignacio Sotelo. Para nosotros es más difícil poder negar a este último (vid. su artículo El `problema catalán´, publicado en El País en fecha 10-3-1992, pg. 11), cuando argumenta que España lleva siglos arrastrando el problema catalán. Es una cuestión que existe desde la unión personal de los dos reinos. Hemos podido ver como el "problema", a modo de embrión, permanece latente largos períodos y en otros salta a la superficie con mayor o menor vigor. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, elaborado al compás del sentimiento de superioridad de pertenecer a un país que se industrializaba en una España que permanecía atrasada, llevó a los catalanes a no resignarse a la inferioridad política y a la dependencia cultural de la España castellana o castellanizada, y es formulado como el de "una nación a la búsqueda de un Estado propio".
En términos llanamente politológicos, ante esta última formulación, el discurso de Ignacio Sotelo divisa tres repuestas: la primera, negar que Cataluña sea una "nación" y aplicar este concepto sólo a la "española"; la segunda, reconocer la existencia de una "nación catalana" y, consecuentemente, aspirar a constituir un Estado propio e independiente; la tercera, admitir que Cataluña constituye una "nación", pero, en vez de concluir la independencia como única salida, subrayar las muy distintas formas de integración política practicables en sociedades plurinacionales. La unificación política de Europa es un proyecto que impulsa y ratifica esta tercera vía.
Un planteamiento adecuado de la significación del nacionalismo español, según confirman los análisis de Andrés de Blas, implica también rescatar los conceptos de España y del Estado español de la manipulación interesada que de los mismos han perpetrado el pensamiento político catalán y su historiografía. Suscribo las tesis plasmadas por este catedrático en Tradición republicana y nacionalismo español: la afirmación de la personalidad histórica y cultural, nacional en suma, de Cataluña no puede hacerse a costa de la denuncia de la artificiosidad de España. Es necesario que el nacionalismo español acepte su coexistencia con otros sentimientos de lealtad territorial; pero, como igualmente ha exhibido Juan José Solozábal, la acomodación entre los nacionalismos españoles sólo será posible si los nacionalismos periféricos aceptan la legitimidad del nacionalismo español. Andrés de Blas ha puesto en evidencia esa actitud reductora del catalanismo que parte de una insuficiente comprensión del propio sentimiento nacional, y que ignora que la generación de este tipo de lealtad puede resultar no sólo de vínculos exclusivamente territoriales, sino de procesos primordialmente políticos. Lo cual ha llevado a este movimiento a una visión esquemáticamente dualista y equivocada de nuestra reciente historia en la que una periferia dinámica se encontraría lastrada por la España interior, asistida por el disfrute en su beneficio del artefacto estatal; incurriendo, asimismo, en manipulaciones historiográficas graves como ha ocurrido con el federalismo de Pi y Margall o la distorsión del significado de Lerroux.
Diga lo que diga la Constitución vigente (artículo 2), la solución "legal" del problema no evita que una buena parte de los catalanes considere que Cataluña reúne todos los requisitos históricos, territoriales, culturales y lingüísticos para constituir una "nación". A Cataluña, con carácter previo, el artículo primero del texto constitucional -no puede negarse que se hizo para mantener la transición pacífica hacia la democracia diseñada- le impuso la soberanía (que reside en el "pueblo español", no habiendo más "nación" que la "española") y la forma política del Estado (la Monarquía parlamentaria). Pero estrictamente el concepto de "nación" se le puede aplicar a Cataluña, porque para ello, controversias doctrinales aparte, y por mucho que digan el resto de los españoles, basta sólo que los catalanes así lo quieran. Aquí está el nudo gordiano del asunto, al ignorarse la proporción exacta de catalanes que considera a Cataluña una "nación". Se han sacado conclusiones desde la vertiente de la sociología electoral y los programas de los partidos votados, pero sus datos resultan poco extrapolables para este último fin (basta sólo tener en cuenta el alto "nivel de abstención" que presentan algunos procesos electorales, entre ellos los autonómicos). Y como puede verse en la Tabla 1 de Los referentes étnicos de la sociedad española, los hechos confirman que Cataluña es una "nación" escindida, cultural, lingüística y políticamente. De un modo similar al que le sucede a España, ella también es una sociedad pluricultural y plurinacional.
La vía independentista está impedida por este precedente de escisión que, si bien se explica por la peculiar historia catalana, resulta consustancial con la Cataluña actual y, por tanto, casi es irreversible. Hoy este país es una sociedad bilingüe, que, pese al éxito de la campaña de "normalización del catalán" para consolidar, y aún extender, el catalán como primera lengua en Cataluña, a largo plazo no puede, so pena de producir hondas tensiones, aspirar a poner fin al bilingüismo. Simultáneamente -seguimos con Ignacio Sotelo, como podríamos hacerlo con decenas de especialistas-, cualquier nacionalismo independentista que salga de la mera reivindicación teórica provocará una reacción nacionalista "española" en sentido contrario.
Aires de La Parra
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