Eran conscientes nuestros aires de que teníamos un poco desamparado –aunque nunca dejado o abandonado, pues se ha seguido recopilando documentación y estábamos a la espera de acontecimientos para escribir su octavo capítulo- el análisis de la reforma del Estatuto de Cataluña. Por fin, hoy una información ofrece el acontecer pertinente para un comentario al efecto. Deriva de la publicación en esta fecha del barómetro periódico que La Vanguardia de Barcelona encarga al Instituto Noxa, una encuesta cuyos trabajos dirige y coordina el profesor Julián Santamaría, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de esta última empresa consultora.
Reconoce este respetado politólogo que ha sido un año agitado en la vida política catalana, marcado por dos hechos de signo contrario. De un lado, la conmoción generada por la crisis política de la primavera al elevarse de forma inusual los niveles de confrontación política, y de otro, la explosión de euforia tras la aprobación del proyecto de Estatut, que reconcilió a los catalanes con su clase política. Cerrándose el año precisamente en el ecuador de la legislatura, con “una vuelta a la normalidad, sin que las percepciones de la realidad se vean condicionadas por factores excepcionales ni la visión de las cosas venga tamizada por la frustración de la primavera ni por la euforia del otoño”.
El regreso a la normalidad puede ser explicado de varias maneras. Para comenzar, se contempla de manera optimista la situación económica y política del país, aunque en este último punto las opiniones estén más divididas. Las valoraciones de la gestión del Govern y del president Maragall recuperan las cotas más bien favorables de hace un año y casi todos los líderes catalanes se benefician de la recuperación de ese clima de normalidad alcanzando puntuaciones muy similares. Lo que es más significativo, el balance del Govern mediada la legislatura es claramente positivo en todos los sectores sociales y en todo el territorio, aunque más entre los hombres, los jóvenes y quienes tienen estudios universitarios. Los seguidores de CiU se dividen al cincuenta por ciento y, sorprenda o no, uno de cada cinco votantes populares considera positivo el saldo, mientras uno de cada cinco votantes socialistas lo juzgan desfavorable.
Otra perspectiva que examina Santamaría en sus justos términos es el enjuiciamiento de la “agria polémica” –así la denomina- que ha suscitado fuera de Catalunya la propuesta de nuevo Estatut. Entiende, a la vista de los datos, que la normalidad es la pauta que sobresale. A tenor de las repuestas de los encuestados, ve que hay casi unanimidad en señalar como principal responsable de la crispación al PP (83%), aunque una minoría reparta también entre todos los demás algunas culpas, que salpican especialmente a ERC (27%). En otro sentido, a más de la mitad de los catalanes no les ha sorprendido la inmensa polvareda que se ha levantado: “Muchos, al parecer, la daban por descontada porque piensan que las propuestas catalanas despiertan siempre fuertes recelos fuera de Cataluña, porque algunos partidos utilizarían la oposición al Estatuto para desgastar a Zapatero o porque los partidos catalanes no habrían sabido explicar bien la propuesta”.
Hay en el Principado, en tercer lugar, un claro optimismo en cuanto a un desenlace feliz del proceso. La causa estriba en que esa actitud no está basada en representaciones ilusorias, sino “en la voluntad del electorado catalán de que la negociación llegue a buen puerto, su convicción de que corresponde al Congreso proponer los cambios que hagan aceptable la propuesta y su flexibilidad para aceptar un pacto satisfactorio aunque el texto sufra modificaciones sustanciales”. Como ya hemos mantenido en los Aires de La Parra, al amparo continuado de anteriores estudios de Noxa, el nuevo barómetro resume esas actitudes en el hecho de que “siete de cada diez catalanes confían en que las Cortes lograrán aprobar un Estatut satisfactorio”, tanto para Cataluña como para el resto de España.
Desde aquí volvemos a pedir reflexión, paciencia y tolerancia a los españoles anticatalanistas, porque a estos les falta la inteligencia o la formación pública que posee el pueblo catalán. Así lo demuestra, una vez más, el sondeo glosado, que constata de nuevo que una amplia mayoría de ciudadanos (76%) comparte sin fracturas su condición de catalanes y españoles, hasta el punto de que más de la mitad de los votantes del PSC (58%) y de CiU (57%) -las dos fuerzas centrales de Catalunya- se considera tan catalán como español. Mejor todavía, han de entender que constitucionalmente el texto emanado de la Cámara catalana, de ser aprobado por el Congreso, quedará convertido en ley orgánica española; de ahí el carácter pactado de la reforma estatutaria. Luego sobran boicots espurios y otras corruptelas de distinta calaña que proliferan y se transmiten entre las huestes de la irreflexión recelosa ante cualquier cambio, de los que tienen el NO en su psicología como respuesta instantánea a todo movimiento social innovador y progresista.
En suma, los puntos y las comas de nuestro razonamiento nos colocan con la buena lógica del Cercle d´Economia que, en un documento equilibrado, considera que este proceso debe acabar positivamente en interés de todos, es decir, "con un Estatut realista, funcional y adaptado al marco constitucional". Desde estos mismos antecedentes es factible entender el articulado alternativo elaborado por el Gobierno y hecho público días atrás, que, en la línea de nuestros puntos y comas, deja pendiente la definición de Cataluña como nación y el modelo de financiación. Como dice un editorial de La Vanguardia, estamos, en el primer caso, ante un problema político y, como tal, los políticos deben hallar la forma de resolverlo. La financiación, por el contrario, es la piedra angular; la propuesta catalana conjuga mayor potestad tributaria con mecanismos de solidaridad compatibles con el principio de ordinalidad –así lo cita el editorialista del aludido periódico-, en el sentido de que no alteren el orden existente en la capacidad financiera de las autonomías, algo que está en línea con la doctrina de estados federales como el alemán. No obstante, el texto hay que considerarlo en estos momentos como una base de partida, que no de llegada, para consensuar un Estatuto que mejore el autogobierno, la capacidad financiera de Cataluña y la convivencia con el conjunto de España.
El barómetro de Noxa es tajante en este sentido, ya que, como puntualiza Julián Santamaría, una expectativa tan ampliamente compartida por la opinión consultada podría interpretarse, sin forzar nada, como un mandato a los representantes para actuar con la flexibilidad necesaria, ya que el fracaso comportaría un altísimo grado de frustración que a nadie beneficiaría. Lo cual deriva en la postura del PP en estos instantes, que desde la ciudadanía catalana avala el deseo de flexibilidad con la matizada actitud que se observa respecto a la participación del PP en el proceso. Santamaría nos deja ver la intención del electorado catalán, en la dirección de que un amplio segmento de la opinión (37%) se muestra indiferente ante lo que hagan o dejen de hacer los populares y, siendo cierto que sólo una minoría (18%) considera indispensable su incorporación al consenso, el núcleo más importante (40%) entiende que, aunque sea innecesario, sería conveniente que el PP se sumara, un dato que debería estimular alguna reflexión entre los dirigentes de ese partido.
Por último, nos cabe recoger del barómetro un postrer aspecto que coloca a nuestros aires en el mantenimiento de su línea “antiesquerra”. En efecto, más de la mitad de los catalanes prefiere a CiU antes que a ERC como socio del Gobierno español de Rodríguez Zapatero y lo juzga más ventajoso tanto para España como para Cataluña. Dos de cada tres coinciden en afirmar que ese intercambio de alianzas imprimiría mayor estabilidad al Gobierno español. “¿Explica eso, por sí solo, el ascenso de CiU y el pequeño retroceso del PSC?”, se pregunta Santamaría. A lo que responde que es poco probable, si bien especifica que “no cabe descartar que las iniciativas de los líderes puedan remover las aguas cuando sintonizan, como en este caso, con amplias mayorías”.
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