La bitácora Boulé, en tal día como hoy del año pasado, publicó una nota llena de sabiduría a la que tituló Habermas y los santos inocentes. Recordando la tradición de esta fecha, la del 28 de diciembre, la tipifica como especial, si bien sujeta a suspicacias y desconfianzas. Como sabemos las bromas e inocentadas están hoy permitidas, e incluso los medios de comunicación suelen incluir entre sus noticias alguna que otra broma, una noticia falsa que por increíble termina siendo rápidamente detectada (o no, todo depende del ingenio de los periodistas...). Desde Google, que sindica miles de páginas sobre inocentadas, hasta decenas de blogs, hay iniciativas al respecto que cubren un espectro muy amplio. Los Aires de La Parra, por tiempo, genio y figura, no caeremos en la bruma -entre cómica y divertida- de las bitácoras que están publicando en estos instantes muchas noticias que, al final, sólo resultan simples inocentadas. Entendemos mejor que nuestra misión ha de dirigirse a dar un enfoque lo más sociológico posible de dichos eventos.
Debemos reconocer que la mayoría de nosotros podría llevar en la frente una inscripción que dijese: "Cuidado en su aplicación: Contiene inocente". Así que el 28 de diciembre nos coge siempre desprevenidos, porque casi todos los días nos parece que los periódicos vienen plagados de inocentadas, hasta el punto que ya nunca se sabe cuándo es el Día de los Santos Inocentes. Rubalcaba, Zapatero, José Blanco, Carod Rovira y Maragall, junto al alcalde Cuenca o el presidente de Castilla-La Mancha, programan declaraciones diarias que resultan una auténtica broma para los ciudadanos bien informados, que siempre han de mirar sus espaldas para ver si han vuelto a ponerles otro distintivo de burla, puesto que observan ese monigote de papel colgado en las del crédulo vecino que tienen al lado.
ASEGURA el presidente del Gobierno, aprovechando una pausa entre sonrisas, que España es ya la octava economía del mundo y que, por tanto, está en condiciones de incorporarse al G-8, el lobby internacional en el que coinciden los siete países más industrializados y Rusia...
Esto parece más propio de una inocentada que de un comentario en regla, como los de Manuel Martín Ferrand. Pues no es broma, es una cita literal de éste, sabedor de que no parece probable que un grupo tan rotundamente capitalista acepte en su seno un nuevo socio tocado por la gracia del progresismo. Sin duda, en el G-8 están de vuelta de casi todo y saben que más vale conservar lo que se tiene que ponerlo en peligro con raras experiencias. Bien puntualiza ese periodista que José Luis Rodríguez Zapatero circula con retraso en las artes y mañas de la política: “Viaja con una revolución de retraso, quizás más, y así nos luce el pelo en una España que quizás sea la octava potencia económica mundial, pero que vive en sus carnes la debilidad de la desunión y la falta de certeza que aportan unos supuestos constitucionales teóricamente cambiantes según sea la demanda de los grupos minoritarios que le prestan al Gobierno de turno los apoyos parlamentarios que le permiten estar en el machito. Cuando se prefiere el estar al ser, opción legítima, hay que saber renunciar a los honores y las distinciones”.
Luis Ignacio Parada ha acudido a los sabios, que le ayudan a certificar que la inocencia es el estado del alma cuando está limpia de culpa. Y atestiguan que suele expresarse en el candor, la sencillez, la falta de malicia, la facilidad con la que se puede ser engañado. “Convendría que se revisaran los criterios porque en los tiempos que vivimos la inocencia puede ser dolosa, es decir engañosa o fraudulenta, a menudo resulta una confortable manera de vivir con los ojos cerrados a la realidad y, casi siempre es una presunción de los gobernantes con respecto a los gobernados”, manifiesta ese colaborador de ABC. Por esta razón se hace las preguntas más consecuentes: “¿Se puede llamar hoy inocentes a los que votaron una opción política creyéndose a pies juntillas las promesas electorales? ¿Son verdaderamente inocentes quienes sufren estafas inmobiliarias, derrumbes de las cotizaciones bursátiles, falta de calidad en los productos «Todo a cien»?”
Nuestra inocencia en estos instantes está disminuida. Y esto evita que se nos pueda llamar ingenuos, faltos de malicia, exentos de culpa, inocentes en toda la ley. Los gobiernos nos han colocado un monigote en la espalda: nos cuentan como si fuéramos sólo papeletas, nos fríen a impuestos, nos hacen promesas informales e incumplidas. Sin embargo, les dejamos que hagan su ruta, porque andamos demasiado atareados ganándonos la vida. Por eso quienes, “olvidándonos de nuestros deseos de ayudar a construir un mundo mejor, nos hemos dejado adormecer por el nirvana del bienestar aceptamos con una inocencia culpable que todos los días del año sean 28 de diciembre”, advierte Parada.
Son también inocentes aquellos que siguen a los líderes sindicales Fidalgo y Méndez, que se codean todos los días con la jet society de la realeza, banca, episcopado..., para evitar ser abucheados por trabajadores subcontratados en las contadas ocasiones en las que se acercan a los auténticos "lugares de trabajo".
Lo peor con todo no son las inocentadas, sino -como dijo un agudo lector de la Estrella Digital el año pasado- las "culpabladas" que han empezado a proliferar en nuestro entorno. Sin abundar en ellas para no agotar las cortas vacaciones navideñas, la última y grave ha sido la del boicot a los productos catalanes, siguiendo la insigne estela dejada por la derecha neofranquista.
En resumen, que hay todavía mucho Herodes suelto con la drástica solución de matar a todas las criaturas menores de 2 años para evitar nuevos reyes. Conviene recordar que todos los esfuerzos del cruel tirano fueron en vano, pues la profecía se cumplió ya que los progenitores de la criatura alcanzaron a huir avisados por un ángel. Sólo pedimos un año más que, a falta de pruebas en contra, nos traten como lo que somos: inocentes más que culpables. Al menos, mientras Rubalcaba y su troupe no instauren la "presunción de culpabilidad" genérica, y se conformen con la saca dispuesta para los políticos nacionalistas periféricos. Esperemos que en 2006, recupere todo el mundo un ápice de sentido común (aquel “sentido propio” que decía Unamuno).
Esta recuperación pasa por el recuerdo de la idea de Habermas sobre la “ética del discurso”. Como hemos dicho en alguna otra ocasión al tratar este tema, el mismo uso del lenguaje, la práctica cotidiana de la comunicación, incluye dentro de sí un conjunto de presupuestos que terminan desplegando consecuencias de tipo moral. Cuando hablamos con alguien pensamos que la otra persona nos dice la verdad, que hablamos de igual a igual, que todos podemos intervenir en el discurso, en la conversación, en condiciones de igualdad, libertad y simetría. El uso del lenguaje implica el reconocimiento de la dignidad del otro como hablante, el respeto a nuestro interlocutor. El lenguaje nos sitúa en una comunidad de hablantes que termina caracterizándose por cualidades morales. Si las bromas son posibles es precisamente porque violan uno de los presupuestos que cotidianamente ponemos en juego con el mero hecho de hablar. Y si hoy todos estamos atentos para que no nos la peguen, es porque sabemos que es el único día del año en el que el presupuesto de "verdad" se pone entre paréntesis.
No obstante, esta sospecha ha de permitirnos ver esas dos sociedades que la Navidad nos deja ver a plena luz. Una, la que posee los medios materiales suficientes para consumir sin problemas aquello que la publicidad les pone ante sus ojos sin posibilidad de una crítica objetiva. La otra es la de “los pobres”, ungidos de las carencias prototípicas de un mal avieso, desabastecido de medios para no merecer unas condiciones de vida dignas.
Pese a ello, existen deberes y, también, derechos. Hay derechos y algunos incondicionales. Y de esto se trata, de volver sobre esos derechos que suponen unas mínimas condiciones de vida para cada ciudadano. Derechos que no acostumbren a la gente a vivir de la asistencia social, cierto; pero derechos, al cabo, que permitan a la gente ser y vivir como ciudadanos de verdad. De esto se trata. La demagogia no está en reclamarlo, sino en evitarlo con la cantinela de que el igualitarismo nos empobrece y es imposible. El igualitarismo es imposible, ineficiente e insoportable, pero el disfrute de unas condiciones mínimas de vida es posible, eficaz y debido. Y si nos hemos librado de la ignorancia que nos hacía explicar las diferencias sociales por mor del “destino” y “los hados”, es hora de librarnos de la falacia que hace creernos civilizados sólo porque nos damos leyes liberales.
La democracia es una maravilla, pero es una tarea que, si no avanza, como el agua, se estanca y se evapora. Luego no es ninguna inocentada, amigos de la Política, políticos de tres al cuarto. Son una amplia gama de todos ustedes los que deben llevar colgados el 28 de diciembre los monigotes estos que se convirtieron en una arraigada costumbre española. El día de los Santos Inocentes es el equivalente latino del anglosajón April Fool's Day. La tradición nace 2000 años atrás en un sanguinario suceso. Días después de que María alumbrara a Jesús, en el portal de Belén, Herodes, aconsejado por los sabios astrólogos de su reino, ordenó matar a todos los varones de Belén menores de dos años, que podrían ser el niño Jesús, el nuevo rey de los judíos anunciado por los profetas. Así, conmemora el cruel asesinato de estos niños, los Santos Inocentes. Desde la Edad Media, monaguillos y sacristanes recordaban paradójicamente con humor el suceso y la tradición bromista ha seguido hasta la fecha. En España las inocentadas nacieron en la antigua urbe romana de Écija en la época del reinado de Felipe II. Desde entonces se han hecho miles. Estén atentos.
Aires de La Parra
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