No ha hecho nada más que comenzar y el sermoneo catalán necesita nuevamente de una atenta mirada, pues se cumplimenta en el clásico jeribeque de los tópicos nacionalistas: en “su” historia (como si los demás no tuviéramos), en las amenazas veladas del “no aceptarán” –recortes a su proyecto, dicen-, en la caja de los truenos -¡así la llaman!- de ERC (como si la Historia de España no hubiese dicho ya quién, cómo y cuándo son o se comportan), en el “espíritu nacional” de los catalanes, etcétera. Sobre todo vengo leyendo al “balearí” Baltarsar Porcel, un inteligente escritor que da algunas veces en la diana cuando hace de cronista político, y, como no podía ser de otro modo, conocedor de las anteriores premisas previas, avisa respecto a la estrategia del PP en el asunto del Estatuto.
Comenta Porcel que la dirección de los populares no atiza el fuego sólo por el loco complejo de haber perdido unas elecciones ni únicamente para derrotar al PSOE, “sino también por patriotismo y nacionalismo español a tope, y esto los ciudadanos lo saben e incluso el votante socialista”, muchos de los cuales y parte del Gobierno no están de acuerdo con la prédica búdica y plurinacional de Rodríguez Zapatero. Por eso dice nuestro escritor que España está dispuesta a perder toda la soberanía que sea a favor de Bruselas, fardo que ya está siendo enorme, pero se encrespa no sólo ante la posibilidad de ceder espacio a Cataluña -o a Euskadi-, sino de habérselo cedido con el Estatuto de la transición. Y la contestación de unos y otros confirman al vanguardista literato mallorquín.
Me gusta un dato de éste que pasa casi inadvertido para los comentaristas políticos de los medios de comunicación madrileños, y es el de que, tras señalar que Zapatero va contra corriente, su proyecto de cambiar el sino ancestral de España de no entenderse con sus vecinos es ambicioso, arriesgado y desconcertante. Entonces se hace un par de preguntas que, llegados a esta altura del debate y de posicionar puntos y comas sobre el mismo, nuestros aires no pueden tampoco obviar: “¿por qué Zapatero quiere estos cambios y le pesan tan poco los prejuicios?, ¿es un ingenuo o un servidor de la justicia?” En cualquier caso, el dirigente socialista persiste en su objetivo de una España distinta, quizás más abierta, aunque no sabemos si suficientemente fuerte como Estado.
La respuesta a esas cuestiones pasa indefectiblemente también por la propia Cataluña, en especial la ideológica –la nacionalista a una sola banda y un único espíritu- que dijimos arriba, puesto que como afirma Baltasar Porcel “es probable que actúe de manera errónea al no sumarse de verdad al proyecto, en emplear un lenguaje en Madrid y otro en Barcelona, en procurar sobre todo sacar tajada al embolado para trazar carreteras o vender cava, en ocuparse del asunto sólo tácticamente y regocijarse en casa”. Así, el localismo español de inquina al vecino se reproduce en una Cataluña que se siente mejor agazapada que a campo abierto. Un artificio, que conviene marginar cuanto antes.
Pero de confusiones andan todos los espacios llenos, por parte de los unos y de los otros. Por ejemplo, hay en este problema un error inicial, como reconocieron Maragall y hasta Carod-Rovira tras la firma del Pacto del Tinell, en el que los firmantes (el tripartito que gobierna en Cataluña) se prohibían a sí mismos alcanzar cualquier tipo de acuerdo con el PP. No cabe pensar que esta queja lastimera, a toro pasado, como señala el editorialista de ABC, de haber fraguado lo que constituye un ejemplo de sectarismo impropio de cualquier democracia, se haya producido por un arrepentimiento espontáneo. Es un escueto acto de contrición efectuado por Maragall y Carod posiblemente al comprobar cómo el PP, al que ellos quisieron convertir en una especie de proscrito político, sube como la espuma en las encuestas, tanto en la esfera autonómica como en la estatal. Luego lo que era una maniobra de arrinconamiento se ha vuelto contra ellos, que están siendo víctimas de una desquiciada estrategia que, de forma paralela, salpica también al propio Zapatero, el autoproclamado «maestro del diálogo» que en su día les rió la gracia del Tinell.
En este tumulto, donde la marejada posee fuerza y vigor, pronuncia ahora la vicepresidenta del PSC, Manuela de Madre, otro lamento, que de manera indirecta –por sus conexiones en el pensamiento político- afecta a los Aires de La Parra. Esa dirigente de los socialistas catalanes apunta su pesar al escaso apoyo que ha recibido la propuesta de reforma del Estatuto catalán por parte de los intelectuales y los progresistas madrileños. "¿Dónde están los intelectuales españoles que siempre fueron partidarios de la libertad?" De Madre llegó a decir que los catalanes "nos hemos sentido un poco solos, no diré huérfanos pero sí poco acompañados, en nuestra propuesta de mano tendida".
Así lo dijo la vicepresidenta del PSC en la conferencia que pronunció en el Foro Nueva Economía en Madrid a comienzos de esta semana, en otro acto con “propósitos pedagógicos” de los que están realizando los socialistas, destinados a contrarrestar la ofensiva de algunos sectores en la capital de España. El 15 de noviembre por la tarde, De Madre se fue a Getafe, el municipio donde hace unas semanas militantes del PSOE y el PP se enfrentaron a consecuencia de la aprobación de una moción relativa al Estatuto de Cataluña. Allí celebró una asamblea cerrada a la prensa con militantes socialistas y organizaciones ciudadanas convocadas por el alcalde, el socialista Pedro Castro.
Un día después, o sea, el 16 de noviembre, De Madre junto con el viceprimer secretario de este partido, Miquel Iceta, presentaron en la librería Blanquerna de la Generalitat en Madrid un libro que recoge diversas intervenciones de líderes socialistas catalanes en torno a la propuesta de reforma.
El requerimiento que lanzó previamente De Madre a los sectores progresistas españoles responde a un sentimiento generalizado en los dirigentes políticos catalanes de que los intelectuales de la izquierda española no se han pronunciado a favor de la reforma, como sí ocurrió en los años setenta, cuando Cataluña alcanzó la autonomía. Momento en el que el editor vivía en Lérida, y salió trasquilado por la inquina nacional-republicana y belicista de los “tíos” –así ha quedado en su memoria aquella gente que lanzó una campaña infame, pero catalanista reaccionaria, contra este demócrata de fe y profesión- de ERC. Este editor salió de allí decepcionado y dispuesto a no volver a vivir ahí, como así ha sido, a la par de Pedro Penalva, Amando de Miguel, Federico Jiménez Losantos y otros miles de españoles más que teníamos muy claro quiénes y adónde iban los inspiradores de aquel Estatuto (el vigente): o entrabas en su alcoba, o no te ibas a realizar cultural ni personalmente. Y el tiempo nos ha dado la razón. Porque, ¿qué queda del castellano en Cataluña...? Si acaso queda una mengua –la comercial- de lo español, y cada vez menos, que, con el estrabismo de Zapatero, permite suponer un triunfo nacionalista acaparador y segregacionista que destierre para siempre la historia conjunta.
Por ahora, el PSOE no ha movilizado a su entorno en favor del proyecto catalán, pero es posible que esta pasividad sea también el reflejo de lo que ocurrió en Cataluña durante el debate del Estatuto. En general, la opinión pública se mantuvo al margen del debate hasta las últimas semanas y precisamente criticó que la acción del Govern estuviera embargada durante todo este tiempo por esta polémica, algo que tal vez pueda estar ocurriendo también en Madrid.
En su intervención en el Foro Nueva Economía, De Madre volvió a defender el reconocimiento de Cataluña como nación, aunque precisó que el PSC "no es un partido nacionalista". "En Catalunya existe un amplio sentimiento de que somos una nación"; sin embargo, matizó que el concepto de nación reclamado ahora en el Estatuto no invoca la soberanía.
A esto termina de responderle el catedrático de la Universidad Complutense Andrés de la Oliva (cfr. su artículo ¿Puede España seguir siendo una nación?, publicado en el diario ABC del 17 de noviembre), quien punto sobre punto y coma sobre coma habla de ese asunto, e indica que el proyecto de «Estatut» de Cataluña plantea dos cuestiones generales distintas (estrechamente relacionadas, pero distintas). Una, de la que se habla mucho, si Cataluña es o debe ser una «nación». Otra, apenas tratada, si la «Nación española» tiene que de dejar de existir o, lo que es igual, si ha de desaparecer España como Nación. En su artículo ese profesor se ocupa de este segundo interrogante. Y enseguida demuestra que no hay error al afirmar que el proyectado «Estatut» cuestiona la existencia de España como Nación.
La opinión de Andrés de la Oliva no induce a error, como el de los nacional-catalanistas: “aceptemos hipotéticamente”, afirma este catedrático, “que lo que un nuevo Estatuto catalán diga de Cataluña es cosa de las personas que posean la «condición política de catalanes», como dice el proyecto de nuevo «Estatut». Supongamos, pues, que los españoles que no poseen esa «condición política» nada tienen que decir sobre Cataluña. En cambio, no se negará que sí les incumbe e interesa lo que un nuevo «Estatut» catalán pretende que es España. ¿Dice algo sobre España el proyecto de nuevo «Estatut» de Cataluña? Rastreado su texto, que, título incluido, consta de 43.814 palabras, resulta que la palabra «España» aparece 7 veces”:
-Dos en la expresión «Banco de España».
-Dos en «tratados y convenios internacionales ratificados por España».
-Otras dos, al hablar de «pueblos de España». Van seis.
-La mención que queda se encuentra en el preámbulo del proyecto: «Cataluña considera que España es un Estado plurinacional».
Así, pues, según el «Estatut», Cataluña no considera que España sea una Nación y, al contrario, viene a negar que lo sea, no ya porque en el proyecto de «Estatut» no aparezcan nunca las palabras «Nación española», sino, sobre todo, porque España es definida como un «Estado», que, al ser plurinacional, integraría varias naciones. Y si España son varias Naciones no es una (sola) Nación.
Entonces, muchos de por allá arriba, tendrán que aceptar con el profesor traído hoy a los Aires de La Parra que, Constitución aparte, esta «consideración» del «Estatut» parece hiriente para innumerables ciudadanos del «Estado español», que se consideran españoles y pertenecientes a la «Nación española». Estos españoles no son nacionalistas, porque nacionalista no es quien considera que forma parte de una determinada nación, sino el fanático de una nación, cerrado a las realidades y valores de otras naciones y pueblos. Pero si miramos a la vigente Constitución Española (CE) resulta que España se ha constituido, sí, en «un Estado social y democrático de Derecho» (artículo 1), pero, conforme al artículo 2, España se ha constituido en tal Estado por obra de una Constitución que, a su vez, «se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». Y es esa Constitución la que «reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas». No se trata, una simple opinión –la de un versado catedrático-, sino de lo que dice el artículo 2 de la CE: las «nacionalidades» y las «regiones» integran la Nación Española. Desde luego, nuestros aires ven también que la Constitución no es intocable. Pero, hoy, dice lo que dice. Y con lo que dice hay que comparar el proyecto de nuevo «Estatut» de Cataluña. (Continuará)
Aires de La Parra
Últimos comentarios