Nuestra atención se ha depositado los pasados días 27 y 28 de noviembre en Barcelona y la conferencia que se celebró en la capital catalana para conmemorar el X aniversario del inicio del proceso de Barcelona, iniciativa diplomática que reúne los esfuerzos conjuntos de la Unión Europea y de 12 países del sur, Turquía, Israel, Chipre, Malta y todos los países árabes mediterráneos excepto Libia, pero en la que sí participa la Autoridad Nacional Palestina. Inspirada en la conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa celebrada en Helsinki en 1975, el encuentro de Barcelona se concibió en 1995 para promover el progreso en tres áreas: la de la seguridad, la económica y la relativa a la sociedad civil.
Los sectores diplomáticos españoles y europeos han dado muestras de un revés, aunque no llegan a hablar de fracaso, y de cierta impaciencia o nerviosismo ante los exiguos resultados del empeño barcelonés. A esto hay que añadir la incertidumbre sobre los propósitos y las previsiones sobre la revisión de los logros realizados hasta la fecha.
Los comentaristas presentes en aquella reunión han observado que los episodios que a principios y mediados de los años noventa podían entrañar una insurrección islamista, apoyada por Sudán y los seguidores de Bin Laden, y potencialmente coronada por el éxito, se han visto en cambio coronados por el fracaso, como de hecho sucedió en Egipto. Por otra parte, en Turquía -donde se produjo gran alarma a mediados y finales de los años noventa ante el auge de las tendencias y grupos islamistas- resulta que un reformado y eficaz Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) gobierna desde el 2002, reconocido como legítimo interlocutor tanto en el plano nacional como internacional.
Los mejores analistas, de cualquier forma, han destacado que en el medio fracaso del proceso de Barcelona hay un hecho que no conviene pasar por alto, el cual estriba en que la Unión Europea ha querido salirse un poco de los grandes esquemas generales de las relaciones internacionales del siglo XX. Esto significa que la UE pretendía desplazar de algún modo el práctico monopolio de Estados Unidos, ámbito en el que se ha visto frustrada claramente: Washington sigue siendo el protagonista y figura principal en las cuestiones de Palestina y los Balcanes, y de hecho lanzó su propia iniciativa democratizadora del mundo árabe a principios del 2004 sin referencia o preocupación manifiesta alguna a propósito del proceso de Barcelona ya existente. En el terreno de la seguridad y la política exterior, los propios europeos siguen tan divididos como siempre, como es patente por las fisuras abiertas sobre el asunto de Iraq desde el 2003, las rivalidades entre los distintos países sobre la ampliación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y el fracaso total en materia de postura común sobre las reformas comerciales y económicas en el marco de la ronda de Doha.
Que las cosas han cambiado y son diferentes a las que se encontraba el área mediterránea diez años atrás no puede cuestionarse, pero persisten todavía factores de desequilibrio, entre los que figura en lugar destacado el poco avance que los países árabes ribereños han dado en dirección a la democratización.
En medio de estas dificultades, los micrófonos instalados en la sesión plenaria de la Cumbre euromediterránea jugaron una mala pasada al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, evidenciando que las cosas para acordar un texto de compromiso no marcharon muy bien y que la Presidencia británica estuvo a punto de "tirar la toalla". En efecto, dirigiéndose a Carles Casajuana, su director del área internacional de Moncloa, Zapatero pidió "cerrar" un texto "como sea". "Los textos no van muy bien, estamos intentando cerrar algo", le dijo Casajuana al presidente quien a su vez respondió con un "¡hay que cerrar, hay que cerrarlo como sea, vamos!".
Los Aires de La Parra, por su punto de mira y vocación, depositan su interés en el ámbito de la economía-sociedad-cultura, que nos ha vuelto a demostrar la necesidad de avanzarse en materia de migraciones y, en concreto, sobre las posibles acciones de co-desarrollo basadas en las remesas de los emigrantes africanos en Europa. Aquí sigue viéndose que el marco establecido es aún precario y queda mucho por hacer para que progrese el diálogo de civilizaciones impulsado por España y Turquía con el respaldo de la ONU. El manifiesto El Sur también existe, presentado en Barcelona el 21 de noviembre, y las conclusiones de la conferencia sobre el Mediterráneo y la alianza de civilizaciones organizada por el grupo socialista del Parlamento Europeo, el 11 y 12 de noviembre, hacían explícita mención a este aspecto.
Pero, después de todo y pese a las dificultades comentadas, el éxito del proceso de Barcelona es haberse convertido en un paraguas bajo el que se impulsan numerosas reuniones e iniciativas, tanto intergubernamentales como de la sociedad civil (impulsadas por periodistas, asociaciones de mujeres, presidentes de parlamentos nacionales, regiones y ciudades, artistas, institutos de investigación, cámaras de comercio y hasta fundaciones). Por esta razón, al proceso de Barcelona no puede dársele la espalda, ya que de no estar creado desde 1995, habría que crearlo ahora urgentemente.
Así se ha visto un día después de acabarse la cumbre, en Palma de Mallorca, donde el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, inauguró la primera reunión del grupo creado por el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, para impulsar la alianza de civilizaciones. A la iniciativa, que partió del mismo Zapatero, que la propuso en septiembre del 2004 ante la Asamblea General de la ONU, se han sumado ya más de treinta países y varios organismos internacionales.
Constituye también una apuesta ambiciosa. A mediados de la década de 1990, Samuel P. Huntington publicó un ensayo en el que tomó una idea de Bernard Lewis, uno de los grandes de Occidente en los estudios orientalistas, para pronosticar un choque de civilizaciones. Huntington partió del cambio que ha experimentado históricamente la guerra. Y la guerra, sin duda, ha cambiado. Básicamente la guerra entre naciones fue reemplazada en el siglo XX por los conflictos ideológicos: primero, entre comunismo, fascismo y democracia; y después, en la guerra fría, entre comunismo y democracia. A partir de ahora, para Huntington, los conflictos no serán entre príncipes, ni entre Estados, ni entre ideologías: serán entre civilizaciones.
Con la caída del bloque comunista se esperaba que el otro bloque, el occidental, se impusiese plenamente, pero no ha sido del todo así sino que, contrariamente, ha emergido un mundo plural, un mundo de civilizaciones. No se ha instaurado, como muchos profetizaban, la victoria final de Occidente sino que se ha dado un resurgimiento o una reafirmación de viejas civilizaciones. Resurgimiento y reafirmación que han comportado un alejamiento y un rechazo de todo aquello que proviene de Occidente, que han supuesto un retorno a los más autóctonos orígenes culturales: unos orígenes que son fundamentalmente religiosos. Así, pues, emergen unas viejas civilizaciones que tienen en una religión su más profunda identidad. Y, verdaderamente, desde la caída del muro de Berlín, los conflictos se han disparado entre etnias y religiones.
Huntington constata (1996) el resurgir islámico (muchos países que en las décadas de la guerra fría asumían el marxismo-leninismo o que formaban parte de los países no alineados, actualmente encuentran su identidad y esperanza en el Islam), la civilización china (la milenaria China recupera el confucionismo, la concepción de la vida del maestro Confucio, del siglo VI antes de Cristo), la civilización japonesa (formada a partir de la china pero con tradiciones propias), la civilización hindú (que tiene un núcleo cultural de más de tres mil quinientos años), la civilización ortodoxa (emparentada con la Occidental pero que remarca las diferencias), también la civilización budista y, con futuro impreciso, la civilización africana y la latinoamericana.
Este nuevo orden mundial tiene sus riesgos. Las civilizaciones emergentes se consideran superiores a la de Occidente, con valores morales más auténticos. Huntington prevé que, por vía del desafío demográfico (el 2025 más del 25% poblacional mundial será musulmana) o por vía del crecimiento económico (el 2025 Asia incluirá siete de las economías más fuertes del planeta) o por vía de la militancia creando inestabilidad, el poder y los controles de la civilización occidental se desplazarán hacia las civilizaciones no occidentales. Así, un choque de civilizaciones, de estas civilizaciones arraigadas a religiones, dominará la política a escalera mundial: en las fronteras entre civilizaciones se producirán las batallas del futuro. Una de estas fronteras o líneas de fractura pasaba precisamente por la ex-Yugoslavia dividiendo sus pueblos.
El retorno a las culturas autóctonas o indigenización dificulta hablar de principios éticos y valores universales. Para muchos chinos y para muchos musulmanes la democracia y la misma Declaración Universal de Derechos Humanos son creaciones occidentales, no universales. En esta situación, si se quiere evitar peligrosos enfrentamientos, es urgente buscar los atributos comunes en todas las civilizaciones, es decir, tenemos que perseguir, aceptando la diversidad, la moralidad mínima que se deriva de la común condición humana.
En este contexto, la iniciativa de una alianza de civilizaciones puede parecer ingenua en su intento de evitar que se amplíe la brecha entre Oriente y Occidente, ya que, entre otras cosas, admite su existencia. Pero, en el fondo, la iniciativa puede ser razonable, puesto que lo que propone es el diálogo, que es la única manera de resolver los conflictos. La alianza, por esto, merece el gran impulso con el que se ha puesto en marcha.
Aires de La Parra
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