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La cofundadora de UPyD presenta «Los aventureros cuerdos», un libro sobre ocho años de historia de España y del partido
ISABEL MIRANDA- (Publicado en ABC, aquí)
Desde que Rosa Díez, cofundadora de UPyD, se dio de baja del partido en febrero, se ha dedicado a «observar» la actualidad. «Estos meses han sido una oportunidad para sacar conclusiones», dice. Ahora publica libro, «Los aventureros cuerdos» (Ediciones Península), que sale este jueves a la venta, y habla sobre los ocho años del partido. [Entrevista a Gorka Maneiro: «Somos personas distintas y haremos algunas cosas diferentes»]
-Habla en términos muy duros de Francisco Sosa Wagner, Irene Lozano... ¿este libro es una venganza?
-Esa parte es marginal. Es un libro de la historia de los cambios en España y lo que ha hecho UPyD para promover esos cambios. Cuento lo objetivo, los hechos: que UPyD nace haciendo bandera de la regeneración (que entonces ni estaba en el debate político), por ejemplo. No son unas memorias, pero es un libro que hace memoria. Y es un homenaje a los «rebeldes magentas» y a su trabajo.
-Pero no menciona a Gorka Maneiro (actual portavoz de la formación y parlamentario vasco desde 2009)
-Ni a Paco Pimentel, ni a Ramón Marcos... Gorka, como el resto, es parte fundamental de la dirección y es protagonista, pero en el libro no hay nombres.
-Sí que habla de Andrés Herzog o Fernando Savater.
-Están mencionados marginalmente, porque no es un libro para reivindicar a personas, sino nuestra historia.
-En el libro da la impresión de que achaca la debacle de UPyD a C’S y a una campaña de desprestigio contra usted.
-Yo no achaco el resultado a eso, cuento las cosas que ocurrieron y luego cada uno puede tener su opinión de cuánto influyó. Es algo constatable que hay un momento de percepción pública general de que Ciudadanos y UPyD son lo mismo. Lo que se puede discutir es si esa percepción se construye o es automática. Yo creo que es construida en una parte. Nosotros hicimos un esfuerzo por ver si había alguna posibilidad de presentarnos con C’s, pero nos faltaba información básica del partido. Al final existió la percepción de que éramos lo mismo, pero que uno iba a ganar y el otro no iba a obtener resultados.
-Pero nunca llegaron a aspirar a tener 40 diputados
-Cómo que no. Y más de 40.
-Bueno, quizá más que «aspirar», la palabra es «esperar»
-Algunas encuesas en 2012 y 2013 nos dieron 30 diputados. Pero nosotros no quisimos dar más importancia al poder que a la política. No calculamos si algo era rentable electoralmente. Habíamos venido para demostrar que se podía hacer política de otra manera. Para llevarla a cabo necesitas diputados, pero no a cualquier precio, porque para tenerlos a cualquier precio yo habría seguido en el PSOE. Nuestro principal error, que es de cálculo, es haber llegado a creer que efectivamente un partido como el nuestro podía tener éxito electoral. Esto no significa que hubíeramos hecho otra cosa diferente a corto plazo. Pero para eso hay que hacer mucha más pedagogía democrática en España.
En realidad, lo que ha pasado no es tan raro. Muchas veces las ideas triunfan no siempre a la vez que las personas que las representan. Los ciudadanos prefirieron votar a quienes decían que iban a hacer lo que nosotros ya habíamos hecho. Podemos estar orgullosos de las decisiones e ideas políticas que hemos defendido.
-Pero al final UPyD está al borde de la extinción
-Si el resultado es que no salimos elegidos, sí, es un mal resultado; pero hemos conseguido éxito político. El mapa político se ha abierto.
-¿Cree que a UPyD le queda alguna oportunidad?
-Yo no hablo en nombre de UPyD.
-¿Qué le han parecido estos cuatro meses?
-Aparte de ser una pérdida de tiempo (porque los partidos se han olvidado de hablar de los españoles), ha sido una oportunidad para sacar conclusiones. Espero que la gente analice hasta qué punto para estar en un gobierno, más de uno está dispuesto a renunciar a lo que había prometido en campaña.
-¿A qué se va a dedicar ahora?
-Ahora observo lo que está pasando, opino y siempre estaré dispuesta a servir a mi país. He terminado una etapa, pero si alguna vez llegara a la conclusión de que podría hacer más de lo que hago, lo haría al servicio de España.
JUAN JOSÉ MATEO Madrid (Publicado en El País, aquí)
Gorka Maneiro, en una imagen de archivo. L. RICO
UPyD afronta un momento decisivo para la supervivencia de sus siglas. Desde el inicio de 2015, la formación de centro se ha quedado sin representación en las 14 elecciones autonómicas celebradas, además de en las elecciones generales. Gorka Mainero y Fernando Castellano presentan su candidatura a pilotar el futuro del partido en el Congreso Extraordinario del 2 de abril. Los dos acuden a la cita sabiendo que Rosa Díez ha pedido "un final digno" para el partido y que las elecciones vascas de 2016 marcan si tiene algún futuro: según el último euskobarómetro, UPyD no renovará su escaño en el Parlamento Vasco, con lo que la voz de la formación se apagará en todas las grandes instituciones españolas. Es la única en la que mantiene representación.
"Esa encuesta se hace en un momento en el que UPyD está en un momento crítico, en el que algunos de los líderes del partido defendieron la disolución", argumenta Mainero sobre un sondeo que se realizó entre el 19 y el 31 de enero, justo después de que el exdiputado Carlos Martínez Gorriarán pidiera un Congreso de disolución de la formación por sus malos resultados electorales. "Las cosas han cambiado, y mucho", asegura. "Estamos en buen camino. Hemos pasado una mala época, pero estamos en un proceso de fortalecimiento, revitalización y renovación", sigue el diputado autonómico vasco, que está al frente de la formación de forma interina desde la dimisión de Andrés Herzog, que fue el candidato de UPyD a las elecciones generales. "Somos optimistas. Las elecciones vascas son una muy buena oportunidad para relanzar UPyD tras un año en el que hemos tenido muy malos resultados", añade. "Es el momento de la cantera de UPyD, que son los que con sus ideas renovadoras tienen que sacar adelante el partido".
Con el 0,6% de los votos, UPyD se quedó fuera del Congreso en las elecciones generales del 20-D. El agudo retroceso frente a los resultados de 2011 (4,69% de los votos y cinco diputados) marcó el punto culminante de una crisis que jalonó 2015 de dimisiones, ceses, expulsiones y batacazos electorales. La formación ha tenido que abandonar sus personaciones judiciales en casos de corrupción política por sus problemas económicos. El trasvase de votantes, afiliados y cuadros intermedios hacia Ciudadanos ha sido constante. El partido ha tenido que cerrar casi todas sus sedes. Dos de sus tres eurodiputadas, Beatriz Becerra y Maite Pagaza, esperan noticias de la dirección nacional sobre el futuro del partido. La tercera, Teresa Giménez Barbat, mantiene su fidelidad a las siglas, pero ya se ha incorporado al grupo de Ciudadanos Europeos, en el que también se integran los dos eurodiputados del partido de Albert Rivera.
Como consecuencia, la misma supervivencia de UPyD está en juego. Ya no está Díez. Tampoco Herzog. Las voces que le dieron prestigio en las instituciones piden hoy que se disuelva para que pueda volver a resurgir con otras siglas y en circunstancias más favorables. El Congreso Extraordinario y las elecciones autonómicas vascas deciden su futuro.
Borja Ventura |(Publicado en EcoDiario, aquí)
Tras el derrumbe sólo queda el polvo en el ambiente y los cascotes en el suelo. Rosa Díez, fundadora del partido y auténtico epicentro del mismo, se ha dado de baja. Andrés Herzog, el delfín al que se esforzó por colocar en su lugar, se ha apuntado al paro.Gorka Maneiro, el modelo que tantas veces exhibió, se ha hecho cargo de una gestora mientras sobrevive como el último alto cargo nacional de la formación como diputado en el Parlamento Vasco.
Y lo será sólo unos meses más, hasta las inminentes elecciones vascas que acabarán por borrar el rastro de logros de la formación magenta en España. Entonces sólo quedarán, como astronautas alejadas de un planeta deshabitado, las tres europarlamentarias que conserva el grupo tras una dimisión, dos expulsiones y la pérdida de un escaño ahora en manos de un independiente: Maite Pagazaurtundua, Beatriz Becerra y María Teresa Giménez Barbat.
La muerte de UPyD era algo sabido por todos desde hace tiempo, menos -al parecer- por ellos mismos. Y llama especialmente la atención porque, justo cuando mejor les iban las cosas (más de un millón de votos, presencia en varias cámaras y presencia mediática) irrumpió una fuerza de ideología muy similar que, pese a partir en desventaja, ha acabado triunfando allí donde UPyD fracasó. La cuestión es, ¿qué ha hecho Ciudadanos bien que haya hecho tan mal la ya exformación de Rosa Díez?
Muchos señalan el momento de 'no pacto' con Ciudadanos el inicio de la muerte de UPyD. Entonces aún estaban en el Congreso, en la Asamblea de Madrid, en Asturias y en varios sitios más. Ciudadanos no era más que una promesa, emergente, pero promesa. Resulta paradójico, porque la formación de Rivera es algo más antigua que la de Díez, pero una supo transmitir imagen de renovadora mientras la otra ya estaba encorsetada, asfixiada y aislada por la guardia pretoriana de la dirigente del partido.
Esa misma 'cúpula' que rodeaba a Díez fue la que impidió acercar posturas con Rivera y los suyos ("Partido Tertuliano", llegó a llamarlos Carlos Gorriarán), y la que mantenía la 'pureza' de sus ideas. Ellos lideraron la lapidación pública que sufrió el líder del grupo en el Parlamento Europeo, Francisco Sosa Wagner, por pedir públicamente un acercamiento a Ciudadanos.
Al mismo tiempo, y de forma sistemática, UPyD quedaba al margen de todo casi por voluntad propia: nadie parecía digno de pactar con ellos porque su capacidad negociadora consistía sólo en que las demás formaciones aceptaran sus condiciones. Eso, además de excluirse, hizo que fueran ganando cada vez más críticos.
Mientras Ciudadanos, que había vivido una situación similar en las legislaturas que llevaba en el Parlament catalán, inició un inteligente proceso de expansión nacional. Lo llamaron Movimiento Ciudadano, y fue paseando durante meses la marca por todos los rincones del país. Querían ser un partido nacional, y lo primero que hicieron fue intentar lograr base y capilaridad. Mientras, UPyD se derrumbaba en bastiones sobre los que había edificado su ideología, como Cataluña.
Mientras siguieron creciendo electoralmente la guarda pretoriana se mantuvo firme en la crítica a todo lo que había fuera de ella. Incluso a quienes se convirtieron en críticos dentro del partido. Al superar el millón de votos, en UPyD empezaron a hacer apología de sí mismos, autodefiniéndose como imprescindibles ante el ocaso del bipartidismo.
Un buen ejemplo fueron los casos judiciales que pusieron en marcha y que contribuyeron a llevar ante el juez algunos de los asuntos más turbios de la democracia actual. Sin embargo, al no tener el eco ni los resultados que ellos consideraban justos, la defensa de estos casos se convirtió más en una campaña para contar lo bien que lo hacían en lugar de lo que se juzgaba en sí mismo.
A la vez, Ciudadanos seguía su expansión. Silenciosa, pero efectiva. Su nombre empezaba a sonar, pero vendían su mensaje de forma tranquila, en tono relajado, sin agresividades ni críticas, chocando con el estilo altivo de algunos dirigentes de la formación magenta.
Uno de los enemigos que señalaron en UPyD fueron los medios. Su actitud fue siempre la de afirmar que no tenían la presencia que merecían por una especie de boicot general. Eran siempre los demás los que se equivocaban contra ellos, los únicos capaces -decían- de regenerar la política española.
Mientras, Ciudadanos supo utilizar los medios de comunicación mejor que nadie. Visto el precedente de Podemos, pasearon a Albert Rivera por todos los platós, moldeando su discurso, apariencia y tono. Se creó el candidato perfecto a través de los platós, usando a los medios como aliados y no como enemigos. En Ciudadanos fueron mucho más inteligentes usando los resortes del sistema.
Las cosas, al final, dejaron de ir bien. Tras el ridículo de Cataluña (su mensaje antinacionalista obtuvo menos votos que el partido de Carmen de Mairena) llegó el ridículo andaluz. Y la respuesta, ya con muchas voces internas jugándose el cargo por acercarse a Ciudadanos, acabó por dinamitarles internamente: la mano derecha de Rosa Díez acabó por culpar a los votantes de haber elegido a los partidos incorrectos, en lugar de a ellos. Como consecuencia, UPyD desapareció de todos los parlamentos regionales y de casi todos los ayuntamientos, mientras Ciudadanos no sólo aparecía, sino que era determinante en lugares como Andalucía o Madrid.
El contrapunto a la altanería de algunas declaraciones e UPyD vino, por ejemplo, en esas mismas elecciones andaluzas. Ciudadanos emergió como la gran triunfadora, a pesar de que fue la cuarta fuerza: un partido catalán despuntando en Andalucía, donde el discurso nacionalista no es una preocupación regional, aunque sí un tema latente en términos nacionales.
Ahora, haciendo la autopsia, es fácil ver de qué murió el paciente. Lo que sucede es que los síntomas siempre fueron evidentes, y la degradación del organismo tan veloz como fue su irrupción. El auge y caída de UPyD es todo un caso de estudio para los politólogos precisamente porque se debe mucho más a limitaciones internas que a condicionantes externos.
Sólo dos partidos en España han tenido un crecimiento tan repentino y fulgurante, y uno de ellos ha emergido nutriéndose en gran parte de ellos. Ahora falta por ver si en Ciudadanos (igual que en Podemos) son capaces de sobrevivirse a sí mismos. Justo lo que UPyD no supo hacer.
JORGE TRIAS SAGNIER (Publicado en El País, aquí)
Hace tres años, EL PAÍS publicó un artículo mío cuyos hechos —las irregularidades financieras dentro del PP— no solo no fueron rebatidos, sino que, uno por uno, con el tiempo han quedado confirmados y superados. Tras el resultado de estas elecciones creo que ha llegado el momento de explicar las razones que me llevaron a hacer esa denuncia y las consecuencias personales que ha tenido para mí. Esta es mi historia.
Empecé a ejercer la abogacía en Barcelona en 1971 y abrí despacho en Madrid 10 años más tarde. Quería salir de Barcelona porque mi ciudad empezaba a perder su identidad cosmopolita y se inclinaba hacia un nacionalismo con el que no comulgaba. Mi primer trabajo fue como asesor del Ministerio de Justicia en la reforma penitenciaria. De ahí pasé a montar despacho y a tener éxito. Mi actividad profesional fue creciendo y en diciembre de 2012 mis ingresos me proporcionaban una vida confortable.
A lo largo de mi carrera profesional intenté siempre ejercer la abogacía de forma honesta, incluso fui elegido por mis compañeros diputado y tesorero del Colegio de Abogados de Madrid. Ese cargo lo desempeñé hasta 1996; puse orden en sus finanzas, ayudé a encauzar su servicio médico y organicé el Aula de Extranjería para asesorar a una inmigración entonces incipiente.
¿Qué quiero decir cuando digo que ejercí la abogacía de forma honesta? Pues que siempre elegí mis casos según unos criterios éticos comúnmente aceptados. Incluso cuando defendí a los que se consideran personas impresentables, un narcotraficante por ejemplo, lo hice, ante todo, porque creo que el deber del abogado es defender a “buenos” y “malos”. Lo que sí puedo afirmar es que nunca he sido remunerado por gestiones que no fueran las profesionales.
Paralelamente a mi carrera de abogado, he ejercido como periodista, escritor y político. La política durante la Transición la viví intensamente tanto en mi casa como en la universidad. Eran inquietudes que entonces casi todos llevábamos dentro. Al convertirme en un abogado de éxito y columnista leído, José María Aznar, que no era todavía presidente del Gobierno sino jefe de la oposición, me ofreció la oportunidad de presentarme a las elecciones a diputado por Barcelona. Acepté, salí elegido, y entre los años 1996 y 2000 fui representante de la soberanía nacional.
Financieramente acorralado, he tenido que trasladar mi despacho a mi domicilio. Mi familia estaba asustada
Durante los cuatro años que fui diputado contribuí en Bruselas y Estrasburgo a la redacción de la Carta de los Derechos Fundamentales de los Ciudadanos de la Unión que hoy forma parte del Tratado de Lisboa; y propuse, con poco éxito, el Contrato de Unión Civil, para que las parejas homosexuales tuviesen una alternativa al matrimonio al que entonces no tenían acceso. Pero, como yo no tenía fortuna personal, enseguida entendí que dedicarme a la política me iba a resultar incompatible con el ejercicio de la abogacía, ya que para mantener mi nivel de ingresos hubiera tenido que transgredir esa zona fronteriza de las incompatibilidades que hace 16 años y en pleno boom económico no estaba suficientemente regulada (ahora tampoco). O dedicarme al pluriempleo partidista: un sueldo como diputado y otro del partido. Muy a pesar mío, dejé la política.
En el año 2009, Antonio Pedreira, juez del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al que yo conocía desde hacía muchos años, me pidió que transmitiese a la cúpula del Partido Popular que no interfiriera y enturbiara la investigación sobre sus finanzas que había iniciado el juez Baltasar Garzón y que ahora llevaba él. Yo transmití el mensaje y a partir de entonces tuve diversas conversaciones con el juez, por un lado, y con la cúpula del Partido Popular, por otro, entre otros con Mariano Rajoy. No traspasé en ningún momento lo que pueden considerarse relaciones normales entre jueces y abogados. En este caso, además, yo no era ni tan siquiera abogado personado en la causa. Por esta razón desde mediados de 2011 me mantuve alejado del caso. Sí es cierto que yo ya había adquirido un conocimiento preciso de las finanzas del Partido Popular e intuía la existencia de una corrupción bastante extendida.
Cuando los medios de comunicación empezaron a publicar las cantidades millonarias que el extesorero tenía en cuentas en Suiza, decidí, a petición de EL PAÍS, publicar un artículo explicando lo que sabía. La buena fe de quienes creímos en la limpieza de las cuentas populares había sido burlada. El artículo, que apareció en enero de 2013, tuvo una extraordinaria repercusión. Y a las pocas semanas este mismo diario publicó las fotocopias de los llamados papeles de Bárcenas. A partir de entonces el acoso de los medios de comunicación fue insoportable y no hice una sola declaración excepto a las que estuve obligado como testigo, primero en la Fiscalía Anticorrupción, y después en el Juzgado Central de Instrucción Número 5 de la Audiencia Nacional. Mis únicas palabras hasta el día de hoy fueron y han sido: “He cumplido con mi deber”, el deber que tiene todo ciudadano de denunciar irregularidades manifiestas. Sobre todo cuando, como en mi caso, yo había sido portavoz del PP en la Comisión Constitucional encargada de reformar —intento fracasado entonces— la ley de financiación de los partidos políticos.
Y ¿qué es lo que ocurre cuando un ciudadano cumple con su deber? Pues más o menos lo que me ocurrió a mí. Primero empezaron a publicarse artículos y opiniones difamatorias sobre mi persona. Se me acusó de bipolar, arribista, resentido, ambicioso y traidor. Poco a poco el silencio profesional se fue adensando. Los teléfonos dejaron de sonar y muchos de los asuntos que llevaba desaparecieron de mi cartera. Financieramente acorralado tuve que cerrar mi despacho y trasladarlo a mi domicilio. En el plano personal, mi familia estaba asustada. Mis hijas, todavía menores de edad, tuvieron que soportar cómo a su padre le insultaban públicamente en parkings y restaurantes. Las sombras de duda que habían calado sobre mí eran de tal calibre que mis hermanos y los pocos amigos que me quedaban empezaron a preguntarse cómo yo había sido tan iluso o si podía estar escondiendo la verdad.
He aprendido que a casi nadie le interesa la verdad. La verdad es incómoda porque exige compromiso
Decidí entonces investigar qué tipo de protección legal tenía ante esta situación angustiosa y si algún partido político estaba dispuesto a defenderme. Solo lo hizo UPyD, el partido de Rosa Díez y de Andrés Herzog, quien me propuso como experto en la Comisión para el Estudio de la Reforma de la Ley de Regeneración Política. Yo estuve en todo momento dispuesto a explicar mis opiniones ante el Congreso de los Diputados. Primero porque creía que podía contribuir a la regeneración democrática; y segundo porque creía importante clarificar la cuestión de las donaciones anónimas, que era uno de los meollos de la corrupción en el seno de todos los partidos. Ni el Partido Popular, ni el Partido Socialista, ni Izquierda Unida quisieron que yo apareciese ante el Congreso; lo que querían era colocar a sus propios expertos y no escuchar a voces independientes como la mía.
Y ahora me preguntarán: ¿y qué es lo que ha aprendido usted de todo esto? Las lecciones han sido múltiples: cuando uno navega por aguas turbulentas tiene que saber dónde se mete y cómo salir. Yo me tiré con el corazón en vez de con la cabeza, lo cual es imperdonable en un abogado de mi experiencia. Debía haber diseñado una estrategia efectiva para que todo esto hubiese servido para cambiar algo, en vez de alimentar tertulias y chismorreos. También he aprendido que en los momentos difíciles uno está solo y que la solidaridad es un bien escaso. Y que a casi nadie le interesa la verdad. La verdad es incómoda porque exige compromiso y, a lo sumo, quienes se aproximan a ella, lo hacen desde la teoría, no desde la acción. Son raros los que, como Sócrates, se dejan la piel. He aprendido por último que en la democracia hay territorios que solo se pueden explorar cuando uno está protegido por instituciones sólidas. Porque, sin ley que te proteja, el whistleblower como Snowden, Assange o Falciani, en nuestro hablar hispánico el levantador de liebres, termina convertido en el saco de boxeo al que se dirigen todos los golpes.
Por último, se preguntarán por qué he tardado tres años en contar mi papel en esta historia. Pues por algo tan humano como es el miedo. Miedo que ahora ya no tengo pues me queda poco que perder después de haberlo perdido casi todo. Y si hoy escribo sobre esto es porque creo que, en este nuevo escenario político, hay que conseguir cambiar la estructura, funcionamiento y financiación de los partidos para que sean verdaderamente participativos y transparentes, pues de lo contrario la democracia seguirá perdiendo su valor.
Jorge Trías Sagnier es abogado y exdiputado del PP.
Publicado el 01:03 p.m. en Actualidad, Gestión parlamentaria, Historia y pensamiento político, Ideología y participación política, Orientación política, Política general, Televisión, Web/Tecnología, Weblogs | Enlace permanente
(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)
De todo este espectáculo de circo político que sitúa a las instituciones catalanas al borde de competir, y con gananciales, en la clase política más corrupta de esta zona europea del Sur, Sicilia por ejemplo, lo que más me llamó la atención no fueron los tres meses de chalaneo, ni las mentiras, ni la ocultación a la ciudadanía de lo que se estaba cociendo. No, nada de eso.
Para quienes hemos vivido el espectacular baile financiero del Palau, y el descubrimiento de que fuimos gobernados durante décadas por una familia de devotos delincuentes, lo que más nos conmovió no fue eso, sino algo que pasó desapercibido, porque vivimos en una sociedad construida sobre la base de que tenemos razón desde hace siglos. Verdad incontrovertible asumida incluso por los hijos de quienes vinieron aquí con una mano delante y otra detrás pero que asumieron el canon: “Somos la hostia y lograremos un día que vayamos donde vayamos lo tendremos todo pagado por el hecho de ser nosotros”, como escribió uno de los tontos más ilustres que ha dado este país, que no son pocos.
Lo que me dejó estupefacto es el califato que le montaron a un tipo que jamás nadie, ni él mismo, hubiera pensado que llegaría a ser nombrado presidente de la Generalitat por un procedimiento digno de una tenida siciliana en Catania, ni siquiera en Palermo, ciudad de postín. Ese mismo chico listo, Carles Puigdemont, buen conocedor de los usos del país desde el carlismo, designado digitalmente por los poderes fácticos de la mafia local, a las 18 horas del pasado domingo, apenas le cayó el dedazo, que dirían en México, ¿quieren ustedes creer que ya tenía a los plumillas más notorios de los medios de manipulación con una biografía terminada, en la que los elogios alcanzaban hasta su hermano, ¡pastelero conocido en medio mundo porque nació en Amer, un pueblecito de Gerona! La pastelería está tan ligada a nuestra cultura que tenemos poetas y hasta políticos, aunque por lo demás llamar “pastelero” a alguien suena a ofensivo a menos que se dirija a la CUP, que se han ganado en apenas tres meses el título de “maestros pasteleros del Principado”.
No conozco otro caso con tal velocidad para el elogio, desde el franquismo, al inefable periodista gallego, Victoriano Fernández Asís, insuperable en las entrevistas a las autoridades. Este país se está muriendo mientras las mamás, las suegras, las abuelas, todas esas señoras que adoran al querubín patriótico, no se cansan de escuchar las monsergas de sus criadas ejerciendo de plumillas. En estos días de humillación y vergüenza ciudadana debo destacar la excepción de Josep Cuní, que en una entrevista al inefable Joan Tardà –“el ogro del españolismo tertuliano”– logró convertir a este Pavarotti de la inanidad en una tórtola achicado por el peso de unas preguntas de verdad y unas respuestas dignas de un tartufo que no tenía instrucciones sobre qué decir; porque pensar es una tarea que le excede y para la que no cobra. Fue uno de los pocos momentos gratificantes durante unos días en los que el gremio periodístico cumplió su papel de querida sin amante conocido.
Cuando un president, como Artur Mas, ha llegado a su punto más bajo de humillación, consciente de que será pronto carne de tribunales como lo fue su padre, delincuente probado, como lo son sus instructores, la devota familia Pujol que le inventó y no cumplió las expectativas, cuando un hombre así ocupa el cargo más importante de una sociedad que se cree culta, honrada, respetuosa con las leyes y con los contratos en negro, que diga como resumen de la estafa: “Hemos logrado negociando lo que las urnas no nos dieron”, es que estamos en la vieja Sicilia tan vinculada a usos, costumbres e historias españolas.
El montaje de las elecciones autonómicas del año pasado exigiría un análisis minucioso que desvelaría la miseria política de una clase corrupta, dispuesta a todo para que no les retiren la impunidad. Un presidente que se presenta de número tres, o cuatro, ni me acuerdo. Sustituido por otro en aplicación del sindicato de las prisas, también número 3 por Girona. Música: unos pánfilos radicales que hacen de palanganeros para sostener la impostura. ¡Y ganan!, pero no lo suficiente. Ya es bastante que ganaran para demostrar a qué niveles de deterioro político hemos llegado. Les falló la ambición plebiscitaria que ellos mismos se habían planteado. ¡Qué sucedió para que todos consideraran que se pasaban los resultados del fallido plebiscito por el arco de triunfo y que la monja tornera, Carme Forcadell, declarara la República Catalana! ¡Qué importa la minucia de unos tantos por ciento si la historia nos pertenece! Estaba cantado. Cuando un supuesto grupo de izquierda se plantea el dilema de mejorar la situación de los trabajadores o nacionalizar los bancos, es obvio que no se hará ninguna de los dos cosas, pero a ellos los subvencionarán.
Seguí con interés esas negociaciones entre lo que creíamos nuevo –la CUP– y lo que de tan viejo y corrupto se caía, Convergència y la asociación de trepas rebotados de toda Catalunya, Esquerra Republicana, un partido que nació para la traición y la trampa. La gente joven, o no tanto, se pregunta cómo fueron posibles esos largos conciliábulos para llegar a convertirse en los caganers del belén que fueron durante la campaña electoral. Muy sencillo. El valor de una asamblea es efímero, como los bellos pensamientos. Luego está el tejido de intereses. Dan un pasito adelante los Julià de Jòdar, con una sencilla pregunta, ¿no sería mejor “para las clases populares” que alguno de nosotros aceptara el juego, mientras los demás conserváis las esencias? Ay, las esencias. Se van con el aire y están para eso. Un aroma, un instante, un guiño, un me he equivocado… pero a lo hecho, pecho, que queda mucha batalla por ganar.
El problema de los caganers electorales de la CUP consistió en que, embelesados por el espectáculo que se les ofrecía, se lo hicieron encima. El olor de la CUP durará más de lo que sus creadores pensaron nunca; la mierda, como el hedor, no se reparte, cada uno se queda con lo suyo. Otro dilema escolástico de la posmodernidad: hacerse a balón pasado. ¿Te acuerdas de lo divertido que era Baños, el rey de la improvisación, que siempre tenía respuesta para todo? ¿Y el abrazo de David Fernàndez a un Artur Mas exultante? En política el corazón, cuando se arruga, es que tiene pliegues que amenazan su supervivencia.
Mala época nos ha tocado vivir. Por sucia, sobre todo por sucia. Porque nadie quiere hablar claro y decir su aspiración: “Quiero seguir viviendo de la Generalitat en sus múltiples facetas, es lo mejor para mí y para Catalunya. Y como Catalunya y yo somos como madre e hijo, ¡qué tiene de malo proclamarlo! La independencia me promete una seguridad incontestable, y como no leo ni escucho más medios que los míos, es decir, los subvencionados por la Generalitat, no tengo razones para dudar”.
De momento hemos llegado a la denuncia y al chantaje. Un grupo de representantes periodísticos ha escrito a mi director exigiendo que mis artículos sean revisados (censurados) para no ofender a instituciones dentro de toda sospecha. El otro día, una señora a la que sólo conozco de encontrármela en el supermercado, me abordó para advertirme: “Nosotros (sic) sabemos muchas cosas sobre ti, y muy feas, y todavía no las hemos contado”.
Esto le puede pasar, y no es la primera vez, a todo el mundo, pero que añada con reiteración que es la mujer de Josep Gifreu, a quien no conozco ni creo haber visto en mi vida, pero que consultada la Wikipedia aparece como la máxima autoridad de la “ética periodística en Catalunya”… Confieso no haber leído de él en mi vida ni una línea pero figura o figuraba como “presidente del Comité de Control Ético de los Medios en Catalunya”.
Estamos en manos de delincuentes intelectuales seguros y bien pagados. Como los viejos franquistas, nos salvarán de nuestros pecados. Nos van a crujir.
(Publicado en El blog de Gorka Maneiro, aquí)
Tras 8 años de existencia, UPYD puede mostrar una hoja extraordinaria de servicios políticos en beneficio de la ciudadanía: fuimos quienes primero pedimos la indispensable reforma de la Constitución Española para que la Educación fuera competencia del Estado, quienes explicamos que defender la unidad de España y la igualdad de los ciudadanos es una idea profundamente progresista, quienes alzamos la voz incluso en Navarra y en Euskadi contra los privilegios fiscales navarros y vascos, quienes más y mejor luchamos contra la corrupción política, quienes demostramos la necesidad de reformar el insostenible e inviable Estado autonómico, quienes repetimos que España sufría no sólo una crisis económica sino además una crisis institucional y política, quienes hablamos y actuamos en pro de la regeneración democrática, quienes insistimos en señalar la injusta ley electoral que había que modificar para garantizar que el voto de cada ciudadano valga lo mismo independientemente del lugar donde se emita, quienes denunciamos la colonización de la Justicia por parte de los viejos partidos políticos y la necesidad de garantizar su independencia, despolitizándola y profesionalizándola, quienes reclamamos sin medias verdades ni disimulos la necesidad de conformar un Estado verdaderamente laico, quienes denunciamos la politización y, por ello, el latrocinio de las cajas de ahorros, quienes denunciamos el bipartidismo que todo lo controlaba y empeoraba, quienes nos enfrentamos al terrorismo de ETA y sus servicios auxiliares y quienes nos enfrentamos con argumentos a la lacra de los nacionalismos. Conviene recordar este bagaje ahora que nos hemos quedado sin representación en el Congreso de los Diputados y que miles de ciudadanos se sienten sin representación política (en el Congreso, en otras instituciones seguimos trabajando duro). Y conviene mantener la cabeza alta porque, a pesar de los errores que cometen quienes deciden tomar partido, hemos revolucionado la política en España y jamás ni engañado ni traicionado a nadie. Y conviene recordar que casi siempre estuvimos solos en esos desafíos.
Desde las elecciones europeas (o quizás desde antes) las cosas cambiaron. No haré ningún análisis profundo de los hechos que sucedieron: sólo diré que no fuimos capaces de superar los “obstáculos” a los que nos enfrentamos (forma suave de explicar lo que exige un libro entero). Como la historia la conocemos todos, apenas añadiré que esa experiencia que hemos acumulado debería servirnos en el futuro: hoy, cada uno de nosotros, somos o deberíamos ser mucho más fuertes porque hemos aprendido mucho. Y porque, conociendo mejor los enemigos que nos acechan y conociéndonos mejor a nosotros mismos, es seguro que sabremos hacerles frente mejor y con mejores resultados. Porque las batallas se libran para ganarlas.
¿Y ahora? Ahora observo la España en la que vivo. Y ahora concluyo que sigue siendo imprescindible un proyecto político progresista y laico que defienda la igualdad y la solidaridad y que denuncie todas las injusticias. Un proyecto político nacional que defienda los mismos principios en todos los lugares y que plantee las reformas necesarias para modernizar y regenerar España. Un proyecto político libre, independiente y autónomo que se enfrente a los poderosos y que siga hablando de lo que realmente importa. Un proyecto político que desarrolle la buena política (frente a la mala, antigua o nueva) y siga actuando con limpieza, honestidad y decencia. Un proyecto político como el nuestro que no engaña ni se disfraza ni se esconde.
Tras el resultado electoral, toca parar unos días, coger aire y reflexionar sobre todas estas cosas. Sobre el trabajo desplegado y el futuro inmediato de España. Comprendo que haya quien pida respuestas ya mismo, pero es muy saludable y muy necesario reflexionar con calma al menos unos días porque, en política, en demasiadas ocasiones los acontecimientos se precipitan y apenas hay tiempo para la reflexión y la pausa.
Publicado el 07:58 p.m. en Actualidad, Campaña electoral, Encuestas y sondeos electorales, Gestión parlamentaria, Historia y pensamiento político, Ideología y participación política, Información de UPyD, Orientación política, Política general, Programas electorales, Web/Tecnología, Weblogs | Enlace permanente
¿Qué nos lleva a votar a unos y no a otros? ¿No hemos parado a analizarlo? ¿Votamos en conciencia? ¿Con criterio propio?
En este último año ha habido una tormenta de programas en las teles dedicados a la política, por las mañanas, a mediodía, por las noches…en los que día tras día se nos bombardea con éste o el otro candidato. Y cuanto más sale uno en la tele más sube en las encuestas, ahora sale más el otro y las encuestas dan la vuelta….¡ay las encuestas….! Qué fácil es crear opinión hoy en día.
Y es que el marketing ha llegado a la política, como si el rumbo de nuestras vidas para los próximos cuatro años fuera un producto más de consumo. El marketing es lo único que cuenta. Fuera de eso, la nada.
Hay un partido en España cuyo único marketing es el trabajo a conciencia. Durante ocho años ha estado defendiendo los intereses de los españoles por encima de cualquier otro, ha luchado sin cuartel contra la corrupción, con hechos, llevando ante la Justicia a gente muy poderosa y destapando los mayores escándalos de nuestro país en tiempos de democracia.
Hablo de UPyD , Unión Progreso y Democracia.
Un partido, que ha hecho lo que ha dicho que iba a hacer, que ha llevado al Congreso sin tregua propuestas de regeneración (esa palabra tan de moda ahora de la que antes nadie hablaba), y que una vez tras otra han sido “tiradas abajo” por unos y otros, esos mismos que ahora las llevan en sus programas.
Ese partido que el hecho de no tener representación en el Parlament de Cataluña no le ha impedido personarse como acusación particular en el caso de los Pujol, cuando otros partidos que llevan años con representación han mirado para otro lado. Porque decir es muy fácil, hacer, ya es harina de otro costal.
Un partido honesto y valiente, que no sale en las encuestas porque no se pregunta por él y que no está en los debates importantes de la tele porque no sale en las encuestas, el círculo vicioso.
Hablo con la gente en la calle y muchos me dicen que valoran muy positivamente el trabajo de UPyD en las instituciones, que les gustan su ideas, que ha sido el partido que de verdad ha luchado contra la corrupción y ha defendido a los que otros han abandonado, como en el caso de las preferentes, una de las mayores estafas y más despiadadas de la historia reciente de nuestro país.
UPyD tiene un proyecto para España, un proyecto nuevo, valiente y honesto.
UPyD defiende la igualdad para todos los españoles, independientemente de la Comunidad Autónoma donde resida. Que haya que defender esto…. ¡hasta donde hemos llegado!.
UPyD defiende que la Educación sea una competencia del Estado para que sea el Estado quien marque las líneas maestras de la Educación y se acabe con al adoctrinamiento que se produce en algunas Comunidades Autónomas, que llegan a impedir que los padres puedan elegir la lengua vehicular de la enseñanza de sus hijos. Algunos partidos quieren un pacto de Estado en Educación, como si no se hubiera intentado ya una y mil veces. El único pacto de Estado que se consiguió fue el pacto de la Moncloa, allá por la Transición. Pongamos los pies en la tierra.
UPyD quiere que todos tengamos derecho a las mismas prestaciones sanitarias, que nuestros hijos tengan acceso a las mismas vacunas independientemente de donde vivamos, que tengamos una tarjeta sanitaria única, que si nos vamos de vacaciones los sanitarios tengan acceso a nuestra historia clínica, que parece que vivimos en 17 países diferentes. Para ello es necesario que la Sanidad sea competencia del Estado.
UPyD quiere acabar con la politización de la justicia, ¿es de recibo que el Consejo General del Poder Judicial, órgano de gobierno del Poder Judicial, lo elijan las Cámaras?¿y que lo mismo ocurra con los miembros del Tribunal Constitucional? ¿Dónde queda la separación de poderes?
UPyD quiere acabar con al despilfarro de las administraciones públicas, que ya hace años que algunos partidos lo llevan en su programa pero que no se han atrevido a abordar, y utilizar ese dinero para mejorar los servicios sociales. Dinero hay, solo que está mal utilizado.
UPyD quiere acabar con los privilegios de algunas Comunidades Autónomas en relación a la financiación, al contrario de todos los demás partidos que quieren todavía más privilegios como remedio a los aires independentistas. Pan para hoy y hambre para mañana.
Y así más de 400 propuestas, todas ellas pensando en ti, en los intereses de España por delante de los intereses partidistas. ¿No es eso lo que viene pidiendo la sociedad hace ya demasiado tiempo?
¿No llevamos diciendo durante años que queremos un partido que no mire a los votos sino a los votantes?
Sin embargo no preguntan por UPyD en las encuestas. Curioso ¿no?
No te dejes llevar por el marketing, rebélate, vota UPyD, éste es el verdadero voto rebelde.
La cuenta atrás ha comenzado, 3, 2, 1…
Carmela Abraldes, Coordinadora de UPyD en Pozuelo
Publicado el 05:44 p.m. en Actualidad, Campaña electoral, Encuestas y sondeos electorales, Historia y pensamiento político, Ideología y participación política, Información de UPyD, Noticias electorales, Orientación política, Política general, Programas electorales, Televisión, Web/Tecnología, Weblogs | Enlace permanente
(Publicado en vozpopuli.com-Caffe Reggio, aquí)
A lo largo de la historia, los gobernantes siempre intentaron cuidar la imagen que proyectaban hacia sus súbditos. Ya lo advertía Maquiavelo al Príncipe, hace cinco siglos: “En general, los hombres te juzgarán más por la apariencia que por la realidad; porque todos te ven pero muy pocos te tratan. Y estos últimos no se atreverán a contradecir la opinión de la mayoría”. Así, las carencias de los poderosos, sus humanas debilidades, las bajas pasiones, se disimulaban tras un aspecto solemne, distante, adusto, una vía para crearse un sólido carisma entre el pueblo llano. Aún así, gracias a determinados cotillas y maledicentes, los defectos solían saltar al conocimiento público. Y algunos nobles, reyes, príncipes fueron bautizados con crueles sobrenombres o acabaron retratados en coplillas poco caritativas que circulaban por fondas y tugurios.
Pero la apoteosis de la mera apariencia, de la imagen sin sustancia, de las consigna y eslóganes huecos, surge con el advenimiento de la televisión. Y con la tremenda complejidad de la gestión pública actual, que impide a cualquier ciudadano estar correctamente informado de todos los aspectos de la política. Ello se exacerba en el período electoral: ni siquiera los más concienzudos pueden examinar en profundidad los programas de todos los partidos.
Por ello, algunos estudiosos consideran que, ante la imposibilidad de obtener y procesar toda la información relevante, los votantes recurren a reglas heurísticas, procedimientos prácticos, de carácter intuitivo, puros atajos, para tomar su decisión. Y una de estas reglas es la apariencia del candidato, la imagen que proyecta, cómo habla, cómo reacciona, cómo se comporta. Las imágenes visuales desatan emociones y ejercen gran influencia en la evaluación de los candidatos. Por ello, en televisión importa mucho menos el razonamiento profundo que la actitud, el ademán, la pose, la prestancia. Y sobre todo prima la imagen, tal como inauguró el famoso debate de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Quienes siguieron el debate por la radio dieron por ganador a Nixon mientras los televidentes se decantaron abrumadoramente por el apuesto Kennedy.
Del diálogo de besugos a la riña tabernaria
Muchos estudios apuntan a que muchos votantes utilizan las reglas heurísticas. Gabriel Lenz y Chappell Lawson, mostraron en un estudio que los que los sujetos políticamente poco informados, es decir, quienes ven muchas horas televisión, votan basándose en la mera apariencia de los candidatos. En un experimento todavía más extremo, publicado en 2009, John Antonakis y Olaf Dalgas, de la Universidad de Lausana, proponían un juego a niños suizos de entre 5 y 13 años. De cada par de fotografías de caras desconocidas debían señalar a quién elegirían como capitán de su barco para una misión arriesgada. Pues bien, las preferencias de los pequeños, basadas en la mera apariencia del rostro, coincidían con los resultados de la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias francesas, a cuyos candidatos correspondían las fotos.
Atendiendo a estas tendencias, los políticos intentan dar buena imagen en la pequeña pantalla. Suelen descuidar el fondo, los conceptos profundos pero, al menos, cuidan la pose, la apariencia. Tratan de ser amables, simpáticos, ofrecer su mejor cara. El ridículo más espantoso sobreviene cuando los candidatos desprecian el razonamiento, el debate de ideas, pero también arruinan su imagen. Cuando ofrecen una impresión deplorable tanto en el fondo como en la forma. Tal ocurrió el lunes pasado en el cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, un lamentable debate televisivo que alternó entre las consignas para zoquetes, el diálogo de besugos y la riña tabernaria.
Ni refranes ni eructos
Para saber lo que no debe hacer nunca un gobernante, o alguien que aspire a serlo, no es necesario acudir a expertos politólogos, estrategas electorales o asesores de imagen. Ya lo sabían los clásicos. Lo advirtió el propio Miguel de Cervantes cuando Don Quijote daba consejos a su escudero, que iba a ser investido Gobernador de la Ínsula Barataria. Cuando gobiernes, Sancho, “habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala”. “No has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que… más parecen disparates que sentencias”. “Ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja”. Y “ten cuenta de no mascar a dos carrillos, ni de eructar delante de nadie”.
En el debate entre Rajoy y Sánchez, el discurso afectado, el escucharse a sí mismo, se reflejó en la inclinación a no debatir, a recitar lo que cada uno llevaba aprendido… con independencia de lo que decía el oponente y de las sugerencias de una acartonada momia a la que todos llamaban moderador. Los toscos refranes que criticaba don Quijote eran las estúpidas consignas partidarias que se repetían y repetían hasta perder su sentido, esas palabras absurdas que no significan nada, las innumerables promesas de gasto que esconden siempre una retorcida intención clientelar. Y la costumbre de eructar es comparable a los modales barriobajeros y ademanes patibularios que, provocados por Pedro Sánchez y respondidos por Mariano Rajoy, sembraron el debate de insultos, exabruptos, imprecaciones y acusaciones, hasta convertirlo en una disputa tabernaria.
En lugar de debate de ideas, o cara a cara entre dos dirigentes amables y educados, presenciamos un indecoroso show con tono de Sálvame, de tertulia televisiva para descerebrados, que abundó en calificativos como indecente, mentiroso, miserable, mezquino o ruin (¿qué retorcido fallo freudiano pudo conducir a Rajoy a injuriar a su contrincante llamándole Ruíz?). Con un moderador recién sacado del museo de cera y dos contrincantes muy alejados de la elocuencia, del pensamiento profundo, de la simpatía o el refinamiento, la pequeña pantalla mostró el nivel político al que nos ha conducido el régimen del 78. Ni fondo ni imagen. La política española es tan vergonzante, su nivel tan pedestre, que siempre gana un debate… quién no se presenta. Tal vez Pedro Sánchez y Mariano Rajoy debieron atenerse a la conocida máxima: más vale callar y parece un memo que abrir la boca y confirmarlo.
Publicado el 01:45 p.m. en Actualidad, Campaña electoral, Encuestas y sondeos electorales, Gestión parlamentaria, Historia y pensamiento político, Ideología y participación política, Noticias electorales, Orientación política, Política general, Programas electorales, Televisión, Web/Tecnología, Weblogs | Enlace permanente