Fomento del Plante ante la Casa del Pueblo de Cuenca: Todos los martes a las 11:00 horas. Convocatoria Permanente y Libre. Duración: Media hora.
Para no extenderme más de lo tolerable en un artículo de opinión como este, recomiendo a modo de introducción beber varios sorbos de la fuente de la que toma oxígeno: "Particularismo de Cuenca" (autor: Juan Andrés Buedo, Editorial Alfonsípoles, 2018, 400 págs.). Ahí estamos retratados todos los que hicieron historia, nacimos, vivimos y -si los errores públicos no lo impiden- seguirán habitando esta zona político-administrativa que da nombre al territorio de la provincia.
En ese libro, plétora y análisis general de la Psicosociología del "conquense", faltan obviamente un par de capítulos que se aposentan en el suceso fundamental ocurrido durante el último año y medio en esta circunscripción, y que marca un antes y un después en el progresivo declive económico de Cuenca. Dicho acaecimiento es el del cierre de la línea del tren convencional Madrid-Cuenca-Valencia, a causa de la ineptocracia en la que se han ahogado unos políticos de bajo pulso, ignorancia plena y cinismo pusilánime.
Constituye un abuso de poder en toda regla, a la vez que una dejación de funciones inaceptable de los envueltos en este disparate sin perdón. Abandono y atropello que son una válvula incontenible para que la rebelión cívica de estas tierras cobre forma y no se detenga. En esta dirección recomiendo la lectura de un artículo publicado en el magazine semanal La Opinión de Cuenca: "Y el tren de Cuenca viajó a Bruselas… la historia no ha terminado" (ver aquí)), en el que se recogen verdades como templos, reseña la inmoralidad política llevada a cabo y califica por su nombre a los intervinientes en este desmán. Por si alguien lo ignora aún, esta es la única certeza: "El plan ideado desde el Gobierno de España hasta el Ayuntamiento de Cuenca, pasando por la Junta y la Diputación solo requería sostener una mentira, con la inestimable ayuda de la borrasca Filomena para, a continuación, vender a la ciudadanía un supuesto plan de movilidad carente de la más elemental racionalidad. Se pensaban Sánchez, Page (con su monaguillo Mtz. Guijarro, añado entre paréntesis), Chana y Dolz, que los municipios y la sociedad conquense en general iban a amilanarse y a aplaudir que en una provincia en la que no sobra ningún recurso público desmantelaran el centenario tren, con palabrerías y engaños centrados en lo bien que ahora se van a desplazar los habitantes del territorio en autobús. Hay que tener en cuenta que paradas y líneas de este otro transporte tampoco pasan por sus mejores momentos, es decir, que también se están suprimiendo."
Pero, como gritamos los concentrados el 19 de julio en la estación de tren de la capital, Cuenca no se vende, se defiende. Y esta idea me deja el apunte central que la Ciencia Política oferta a la hora de impulsar una rebelión cívica reglada para reconstruir el futuro de Cuenca y su provincia. Designio y representación fraguada en diversos artículos de Fernando Casas Mínguez, a la que me sumé conforme iba avanzando él en sus reproches, todos bosquejados con un marchamo jurídico intocable. Me agregué, no ya por la buena amistad que nos une a ambos, desde que compartimos docencia sobre esa materia en la UCLM, sino porque la coyuntura no deja otra salida con aval político comprobado, sin hipotecas y con crédito técnico-operativo expectante.
La rebelión cívica, según Antonio Muñoz Molina, pasa por la exigencia de la vida democrática como una tarea ardua y constante, por nuestra conversión en ciudadanos adultos y por la apelación moral en un sentido laico a los valores que sustentan la convivencia. Y nunca un abuso de poder como el de la supresión de ese ferrocarril se coloca dentro de ese perímetro. El libro de Muñoz Molina Todo lo que era sólido constituye un análisis profundo, sin miramientos ni autocensuras, sobre la degeneración de nuestro sistema democrático en los últimos años. Escrito desde la radical libertad de quien se siente dueño de sus palabras y sin hipoteca alguna, esa obra desmenuza con la fuerza de un ensayo apasionado y reflexivo cómo la vida pública española ha ido perdiendo sustento moral y ha ido regodeándose en la pestilencia que provoca la ausencia de rigor cívico. Y nos coloca frente al espejo de nuestras propias miserias: las de un lugar que ha pasado de ser El Dorado a convertirse en un país empobrecido y triste, las de un territorio en el que la economía especulativa alimentó durante décadas una "conciencia delirante". Y en Cuenca más, afirmo -con datos y pruebas- en el particularismo más arriba aludido.
Quizás el error más flagrante del que todos hemos sido responsables haya sido pensar que la democracia no necesitaba aprendizajes y hábitos, que era sólo cuestión de consolidación temporal. Cuando la realidad es que el más exigente de los regímenes políticos necesita virtudes cívicas, transparencia y controles, conjugación de un nosotros que sea capaz de poner los intereses generales por encima de los particulares. Un modelo en el que las leyes deben ser el mecanismo de sujeción de los poderes y no una formalidad elástica que ampare "el abuso, la fantasía insensata, la codicia, el delirio" o simplemente su incumplimiento. Giramos la vista, a izquierda y a la derecha, nos detenemos en autores de la conducción del poder inmediato (local), de medio alcance (autonómico) y de larga distancia (central) y saltan chispas contra sus ínclitos productores.
Hemos vivido durante muchos, demasiados, años en un país de simulacros, espejismos y solemnidades financiadas por los poderes públicos. Todo ello gracias a la suma hedionda de dinero fácil, "viejo caciquismo español y reverdecido populismo sudamericano". El país entero era una fiesta en la que además se condenaba al disidente, al que pudiera tener voz propia, al que se resistía a formar parte de la farsa. Fue entonces cuando empezó a alimentarse la política del "estás conmigo o estás contra mí" o, lo que es lo mismo, el frentismo que en tiempos de corrupción generalizada desemboca en el patético "y tú más".
En todo este proceso destaca Muñoz Molina, como realzó Octavio Salazar hace unos años, la construcción de un Estado autonómico apoyado en identidades colectivas que poco han hecho a favor del lenguaje democrático. Por el contrario, han fomentado la "intransigencia simétrica" de los adversarios, "la obsesión por la pureza", el "victimismo y el narcisismo". El país, y comparto plenamente el juicio del autor de Sefarad, se ha ido descentralizando de manera atolondrada y ha multiplicado no sólo las estructuras administrativas sino también las castas dirigentes y sus cortesanos. Al tiempo que se ha propiciado "la quiebra de la legalidad, la ambición de control político y la codicia" y, en paralelo, "la suspensión del espíritu crítico inducida por el atontamiento de las complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar siempre la razón a los que se presentan como valores y redentores de lo nuestro". Un atontamiento propiciado, entre otros mecanismos, por las televisiones autonómicas.
De esta manera, y con la ayuda inestimable de unos partidos y unos sindicatos desconocedores del mandato constitucional de democracia interna y "conseguidores" de prebendas para los profesionales de lo público, el resultado ha sido una ciudadanía sin vigor ético, carente de capacidad de disensión y poco habituada al ejercicio del derecho/deber de crítica y autocrítica. Por esto cree Octavio Salazar -y lo mismo opino por mi parte- que es precisamente ese fragmento del análisis que realiza Muñoz Molina donde se halla la clave no sólo para entender la situación actual sino también, y es lo más relevante, para salir de la crisis institucional y moral que sufrimos: Hace falta más y mejor pedagogía democrática, de manera que la ciudadanía sea capaz de desvelar la corrupción y la demagogia, al tiempo que se hace posible un auténtico pluralismo que sustituya a los sectarismos partidistas. Es necesario, por supuesto, revisar nuestro modelo político, los principales agentes de la representación, las herramientas caducas de un Estado que ya no nos sirven para el siglo XXI, pero también es urgente, y aunque pueda parecer obvio, reforzar la libertad de pensamiento, amparar las disidencias, esquivar el cinismo y la hipocresía. En definitiva, quitarnos la venda de los ojos, esa que nos permitía verlo todo sólido aunque sólo fuera bajo la apariencia de los fuegos de artificio, y romper los pactos de silencio que han convertido nuestra vida pública en refugio perfecto para los sátrapas y espabilados.
El asunto ofrece un material para escribir decenas y decenas de folios más, como iré demostrando en sucesivos capítulos. Hoy lo dejaré aquí para no resultar cansino. No sin antes recordar que la vuelta de la práctica viaria de la línea del ferrocarril convencional modernizado Madrid-Cuenca-Valencia no va a quedarse en el Plante, porque existen cerca de 500 acciones distintas que la Ciencia Política puede presentar en bandeja a la ciudadanía para rebelarse contra una injusticia así. El propio desarrollo de los acontecimientos pondrá en marcha los vehículos más potentes para lograrlo.
Nos vemos, pues, mañana martes en la puerta del Plante en Cuenca. Por supuesto, con educación política y firmeza activa: Cuenca no se vende, Cuenca se defiende.