(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)
CUADERNO DE MADRID
Las reforma local será clave; CiU se mueve y el PP podría aceptar alcaldes a segunda vuelta
El curso político que mañana empieza exige luces largas. Será necesario un mayor esfuerzo, un verdadero voluntarismo óptico, para ver más allá de la actualidad acelerada y achatada por los dispositivos electrónicos. Hay que ser conservadores y trabajar por la restauración de la perspectiva. Luces largas para no quedar atrapados por una lectura mágica y obsesiva del calendario. El orden y el significado de los acontecimientos es importante, muy importante, pero no habría que confundir el actual calendario político catalán con el legendario Calendario Maya. Ya sabemos qué ocurrió con aquella fabulosa predicción escatológica atribuida a la antigua civilización americana. El 12 de diciembre del 2012 no se pararon los engranajes del mundo. No pasó absolutamente nada.
Luces largas para una de las noticias políticas más relevantes de la semana. Una novedad que ha ocupado un lugar discreto en los noticiarios, en beneficio del espeso forcejeo dialéctico sobre lo que puede o no puede ocurrir el 9 de noviembre del 2014. El pasado martes, en la reunión de la diputación permanente del Congreso, el representante de Convergència i Unió, Josep Sánchez Llibre, anunció que su grupo está dispuestos a negociar con el Partido Popular la problemática reforma del sistema de elección de los alcaldes. Se produjo un silencio en la sala. A los diputados permanentes del PP se les pusieron los ojos como platos -no se lo esperaban- y la representación del PSOE vio como se le venía abajo el “frente de rechazo”, la primera apuesta estratégica del nuevo secretario general socialista.
Camisa blanca, siempre como recién salido de la serie Cuéntame, Pedro Sánchez había optado por un frente del “no” de la máxima amplitud, que dejase aislado al Partido Popular, para obligarle a desistir, o a imponer su mayoría a la brava. El impopular rodillo en tiempos de decepción política. Modificar la ley electoral pocos meses antes de los comicios no tiene precedentes en la España contemporánea, por mucho que se invoque la palabra “regeneración”. Imponer, en solitario, un cambio de las reglas del juego antes de que empiece el partido es una medida poco elegante que delata miedo. En la Italia de los líos ya ha ocurrido. Viendo venir la derrota, Silvio Berlusconi y sus aliados cambiaron las normas unos meses antes de las legislativas del año 2006. Embarraron el campo con una ley calificada como una porcatta (porquería) por su principal oponente. El politólogo Giovanni Sartori, demócrata e irónico, la bautizó como la ley Porcellum.
El rechazo a la Porcellum española, ideado por los socialistas como un frente compacto, se ha venido abajo por el imprevisto movimiento de CiU, que puede arrastrar al Partido Nacionalista Vasco, formalmente opuesto a la iniciativa gubernamental, pero muy atento, como siempre, a la dinámica pactista.
Dicen que viene una nueva política -en realidad, esa expresión la acuñó José Ortega y Gasset en 1914, hace cien años, en una conferencia en el madrileño teatro de La Comedia -, pero la vieja política sigue dominando el cuadro escénico. Ni siquiera en los tiempos de mayor tensión entre el Estado central y Catalunya dejan de funcionar las bisagras clásicas. España es algo menos dramática de lo que parece. Un modificación del sistema municipal con el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos podría difuminar la sensación de que la derecha española recurre a la cacicada ante el temor de unas elecciones locales potencialmente explosivas en mayo del 2015. Depende, claro está, de los cambios que se introduzcan en el proyecto inicial del PP de dar la alcaldía y la mayoría absoluta a la candidatura que alcance el 40% de los votos, siempre que el ganador saque un mínimo de cinco puntos de ventaja al segundo partido.
La negociación aún no ha comenzado. CiU defendió en su programa local del 2010 la implantación de listas abiertas y la elección directa del alcalde en los municipios de menos de 5.000 habitantes, una medida que podría blindar su persistente hegemonía en la Catalunya rural. El nudo de la cuestión, sin embargo, está en las grandes ciudades. La reforma que propone el PP podría salvar a la derecha en Madrid, Valencia y Sevilla, y otras capitales de provincia, aprovechando la irrupción del movimiento Podemos, pero apenas tendría incidencia en Catalunya -con el actual esquema de partidos y coaliciones-, dada la fuerte fragmentación del mapa político catalán.
El PP está dispuesto a mover ficha, aseguran destacados dirigentes del brazo gubernamental, y podría plantear la celebración de una segunda vuelta en los municipios en los que el vencedor no alcance el 40%. Una segunda vuelta a la francesa, no necesariamente restringida a los dos primeros partidos. (En Francia pasan a la segunda vuelta municipal las candidaturas que logran superar el 11% de voto sobre censo). Imaginemos Madrid: una segunda vuelta entre PP, PSOE y la coalición que podría surgir de la confluencia entre Podemos e Izquierda Unida. Imaginemos Barcelona: una segunda vuelta entre CiU, ERC y la coalición de izquierdas Guayem Barcelona.
Luces largas para un curso complejo y laberíntico, en el que las elecciones municipales podrían poner en jaque al entero sistema político si la evolución de la economía no se traduce pronto en una mejora social perceptible y persiste la gigantesca decepción ciudadana con los partidos convencionales y las instituciones. El 9 de noviembre es importante, sin duda, pero no figura inscrito en el calendario maya.