Editorial de UPyD (Ver aquí)

Giuliana Tedeschi, superviviente del Holocausto
Hace pocas semanas apareció una película documental codirigida por Alfred Hitchcock sobre el Holocausto, más concretamente sobre el exterminio sistemático de judíos en los campos de Dachau y Mathausen. El hallazgo permitió que algunas personas oyeran hablar por primera vez de los programas de desnazificación que los aliados llevaron a cabo en Alemania, uno de cuyos pilares era obligar a los ciudadanos del país derrotado a ver este tipo de documentales con el fin de abrirles los ojos a los horrores que habían consentido cuando no fomentado. Aquel plan fracasó por factores psicológicos (los alemanes se negaban a interiorizar lo que veían) y políticos: el canciller Konrad Adenauer aprovechó la posición estratégica de la Alemania Federal como primera línea del frente en la Guerra Fría para lograr que se desactivaran los programas y se dejara a sus ciudadanos tranquilos.
La consecuencia fue que en Alemania - y de hecho en toda Europa - hubo sobre el Holocausto un manto de silencio que no empezó a levantarse hasta veinte años después. Los alemanes (como los franceses, los holandeses..., o no digamos ya los europeos del Este) se sentían molestos ante aquellas verdades. Pudieron evitar el asunto por un motivo obvio: entre ellos apenas quedaban víctimas, y era fácil silenciar o ignorar a las que había. Las víctimas son incómodas, un auténtico fastidio. Sobre todo cuando nos recuerdan un comportamiento del que no podemos sentirnos orgullosos. Por poner un ejemplo: Primo Levi publicó Si esto es un hombre en una pequeña editorial italiana que apenas logró vender unos pocos ejemplares. No se publicó en inglés hasta 1959. Y sólo después del sucidio del autor en 1987 se convirtió en una referencia.
Fue precisamente a raíz de la toma de conciencia europea de lo que había sido el Holocausto cuando las víctimas cobraron la importancia que hoy en día tienen. Honrar su memoria y darles voz es imprescindible para recordarnos a todos que ciertos crímenes causaron un sufrimiento muy concreto a personas muy concretas. Merecen especial respeto. Y respeto no significa darles la razón en todo - al contrario, esto es infantilizarlas - ni aceptar su voz como un ruido de fondo que puede ser ignorado.
En el País Vasco, los nazis están cerca de ser derrotados - aunque, ojo, todavía siguen armados y ocultos -. Sin embargo, sus comandos políticos defienden su legado y manipulan la historia (¡desde las instituciones democráticas!) diciendo que tanto sufrió el judío en la cámara de gas como el oficial de las SS juzgado en Núremberg. En este sentido, la situación moral es peor que en la Alemania de la postguerra. Y lo que faltaba es que desde el PP se desprecie a las víctimas que critican al Gobierno diciendo que tienen "billete de vuelta a Madrid", el viejo y falso argumento nacionalista. El "nadie puede darnos lecciones" tan del gusto de los populares vascos recuerda al "todos hemos sufrido" con el que se pretendía acallar el relato de Levi y otros supervivientes. Las personas que así hablaban, ciertamente habían sufrido, en muchas ocasiones habían luchado, pero no tenían la conciencia tranquila.
Tranquilizar la conciencia no es un buen programa político. Adenauer - sin duda un gran líder en muchos aspectos - se equivocó al ahorrar a su país la confrontación con los hechos, pero al menos logró mantener al nazismo en la marginalidad extraparlamentaria. Lo peor que nos puede pasar en España es que tengamos que tragar con los totalitarios rentabilizando sus crímenes en los parlamentos mientras se hace lo posible por amortiguar el testimonio de las víctimas. Sin su voz, todo quedaría reducido a otro debate político interminable en aparente igualdad de condiciones, tras el que algunos sacarían la conclusión de que la verdad está a medio camino entre las dos versiones. No. La verdad es que hay criminales y hay víctimas. Y para no ceder a la cálida tentación de la conciencia tranquila y del olvido, es imprescindible que siganexpresándose libremente.