Editorial de UPyD (Ver aquí)

La crisis que estamos viviendo en España tiene unas causas locales que ya son de sobra conocidas. El mejor ejemplo quizás sea la quiebra de las cajas de ahorros debida a la politización de sus órganos de gobierno. Sin embargo, cuando la situación se volvió insostenible, el Estado quedó a merced de unos mercados financieros que apenas confiaban en que nuestro país fuera a devolver lo que estaba pidiendo prestado. Estos mercados no eran el maligno espantajo que pretendía la izquierda más simplista, pero desde luego tampoco eran ni son la eficiente, fría y racional mano invisible que mágicamente ha de garantizarnos la prosperidad. En su seno existen intereses particulares y de grupo y sus decisiones están tan sujetas a los sesgos cognitivos como los de cualquier individuo o cuerpo social.
Para España la solución vino de Frankfurt. El día que Mario Draghi, pesidente del Banco Central Europeo, dijo aquello de que "el BCE hará lo que sea necesario para salvaguardar el euro, y creánme: será suficiente", se inició una curva descendente que se ha prolongado hasta ayer mismo, cuando España colocó una enorme emisión de deuda a un interés tan bajo que ha desatado la euforia haciendo olvidar lo que en realidad significa: que la deuda pública se acerca al 100% del PIB. En cualquier caso, fue un organismo internacional el que nos sacó las castañas del fuego hace un año y medio.
La Unión Europea ha servido para aumentar la igualdad dentro de los países miembros tanto como para reducir las distancias entre los propios países. España es uno de los mejores ejemplos: ha recibido fondos esenciales para su desarrollo económico y social. Hoy en día parece que se pierde mucho de lo ganado. La desigualdad se dispara en toda el mundo y Europa no es una excepción, tal y como explica hoy el diputado autonómico de UPyD Luis de Velasco. Los gobiernos nacionales todavía tienen margen de maniobra, pero muchos de los mayores desafíos superan sus posibilidades. El Estado-nación se ha quedado pequeño.
Por esto resulta descorazonador que en el último Consejo Europeo del año pasado, tal y como denunció ayer mismo Rosa Díez, apenas se abordaran aspectos sociales y se fiaran las reformas políticas de calado a la próxima década. Es cierto que existe una preocupación europea por asuntos como el paro juvenil (altísimo en todo el continente, escandaloso en España) y que se han aprobado algunos programas para su corrección, pero no parece existir una perspectiva más amplia que tenga como objetivo prioritario la igualdad y vincule los programas concretos con el impostergable impulso a una mayor unidad política.
Y esta vinculación es imprescindible si se quiere mantener el espíritu social europeo. Durante las postguerra pudo bastar con las transferencias y las directivas. Pero hoy es inasumible que se permitan casos de dumping fiscal en países de la zona euro como Irlanda, hasta el punto de que grandes compañías hagan negocios multimillonarios en España y apenas paguen impuestos. Para que Europa siga significando más igualdad necesita un nuevo impulso en su construcción. Una Europa unida no sólo podría paliar los terribles efectos de una crisis como la que vivimos mucho mejor que los pequeños Estados actuales, sino que tendría capacidad de negociación e influencia para laregulación de fenómenos económicos globales que terminan por influir en las vidas concretas de la gente.
Se trata, tal y como explica Zygmunt Bauman, de conjugar la libertad con la seguridad. Frente al modelo norteamericano o a los nuevos modelos asiáticos, cuyo principal problema es la gran desigualdad, este podría ser - como ya sugirió Tony Judt - el siglo de Europa. Sólo nuestro continente puede ofrecer al mundo y a sus propios ciudadanos un ejemplo de progreso económico y social, de bienestar, seguridad, libertad y estabilidad política. Y esto es algo que en ningún caso está en condiciones de ofrecer ese populismo nacionalista tan pujante que siempre tiene - como diceFrancisco Sosa Wagner - respuestas sencillas para problemas complejos.
La UE no es una respuesta sencilla, pero es la correcta.