Luis de Velasco (Publicado en weblogs.upyd.es/asambleamadrid, aquí)
“Los constitucionalistas gaditanos nos enseñaron que no hay que tener miedo de hacer reformas, sino la decisión y valentía de hacerlas”, ha declarado el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, en la celebración en Cádiz del segundo centenario de la Constitución de 1812.
“La madre de todas las batallas es la reforma del Estado, porque está imbricado por la clase política. El sistema clientelista, y crecientemente corrupto, requiere una revolución pacífica, pero radical”, dice el profesor Lukas Tsukalis, director de Eliamep, el principal “think-tank”, griego hablando de su país (citado en El País, 19 de marzo).
El pasado jueves, en el pleno del Congreso de los Diputados, el grupo parlamentario del Gobierno encabezó el rechazo frontal de todos los diputados a una moción presentada y defendida por el grupo de UPyD, moción que planteaba una reforma del Estado, una auténtica refundación del mismo, como señaló en su discurso su portavoz, Rosa Díez. La mayor parte de los argumentos de los partidos de oposición -por no decir la totalidad- no fueron tales, sino descalificaciones: desde oportunismo hasta populismo y demagogia. No hubo un debate serio. No lo hubo, porque no se quiere aceptar que estamos inmersos en algo mucho más profundo y complejo que una brutal crisis económica. Enfrentamos una crisis además de social, política, institucional y de valores. Lo establecido mediante la vigente Constitución, no sirve en gran parte y eso es lo que hay que reformar y, para ello, lo primero es reconocerlo, algo a lo que se resisten los instalados, los intereses creados.
La institucionalidad vigente, sobre todo -aunque no únicamente- por la configuración actual y real del Estado de las autonomías (no su ensoñación teórica, sino nuestra realidad), ha creado una espesa capa clientelar integrada, y tener en cuenta esto es importante, no sólo por lo que se denomina “la clase política”. El conjunto de intereses es mucho más amplio, compacto y poderoso y con numerosas ramificaciones que abarcan desde influyentes círculos empresariales hasta medios de comunicación y líderes de pensamiento y opinión. Son muchos y muy variados los extractores de renta del sistema que cuentan, además, con el creciente alejamiento de gran parte de la ciudadanía. El eco prácticamente nulo que en los medios ha tenido esa iniciativa en las Cortes es una prueba más: silencio absoluto como regla general, intento de ridiculizar la iniciativa en el escaso resto. Ninguna sorpresa; es la norma general, como estamos viendo también en las noticias sobre las dos campañas electorales en marcha, en las que se silencia ese solitario mensaje de imprescindible regeneración democrática.
¿De qué reformas habla el presidente del Gobierno? Evidentemente, de las que ellos -es decir, su partido y ese bloque hegemónico citado (cuyos intereses no siempre coinciden)- entienden como necesarias. Exclusivamente económicas. Se trata, una vez más en la historia, de sacrificar algunas cosas accesorias, para mantener lo esencial que es ese Estado clientelar, crecientemente corrupto, cuya reforma demanda aquí también una revolución pacífica, pero radical.
La agudización previsible de la crisis económica y social va a llevar a sectores crecientes de la ciudadanía a ir abandonando su absentismo y desinterés por lo que ocurre. Está ya pasando. Lo que está ocurriendo en la economía y en la política griegas es un buen aviso a navegantes. ¿Exagerado? Lo veremos.
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